Culpas colectivas
Los alemanes son genocidas y antisemitas por vocaci¨®n o Constituci¨®n y -all¨¢ por los a?os treinta- s¨®lo esperaban a que surgiera un Adolfo Hitler para dedicarse a su m¨¢ximo deseo: matar jud¨ªos. Un joven historiador de la Universidad de Harvard, Daniel Goldhagen, cosecha actualmente un ¨¦xito editorial arrollador en Estados Unidos con esta tesis. Su libro Willing executioners (Celosos verdugos) acumula tanta virulencia en la tesis de la culpa colectiva del pueblo alem¨¢n que Hitler, Goebbels, Eichinann y Mengele acaban siendo meros ejecutores de la voluntad popular y l¨ªderes perfectamente intercambiables con cualquier compatriota. Los asesinos, los inductores, los c¨®mplices, los colaboradores cobardes, los ciudadanos no valientes, e incluso los que s¨ª lo fueron y se erigieron en resistentes al nazismo, son para Goldhagen tan s¨®lo ejemplos de diferentes grados de implicaci¨®n de una raza, la alemana, en la liquidaci¨®n de otra, la jud¨ªa.El holocausto del pueblo jud¨ªo en la Alemania nazi es el mayor crimen de la historia de la humanidad y cualitativamente distinto a todos los genocidios y matanzas que se produjeron antes y despu¨¦s. Por muchos motivos. Y es tambi¨¦n el tr¨¢gico punto de inflexi¨®n de la civilizaci¨®n moderna. Mucho se puede decir a¨²n sobre esta sima de crueldad y vileza en la historia. Pero no toda tesis radical y supuestamente novedosa es inteligente ni cierta. Y puede, adem¨¢s, ser perversa.
Con su teor¨ªa sobre la culpabilidad colectiva alemana, basada en los genes o la evoluci¨®n cultural, biol¨®gica o ambiental, Goldhagen acaba adhiri¨¦ndose al pensamiento de algunos personajes que no debieran gozar de su simpat¨ªa. Porque tachar a los alemanes como esencialmente antisemitas es como considerar a los jud¨ªos intr¨ªnsecamente usureros, a los gitanos ladrones por mensaje gen¨¦tico o tachar a los esquimales de imb¨¦ciles. Es un prejuicio racial. Tan racista como el antisemitismo.
Porque cierto es que muchos alemanes -quiz¨¢ incluso la mayor¨ªa- se dejaron convencer por la propaganda nazi de que los jud¨ªos eran una amenaza para su pueblo. Pero tambi¨¦n lo es que la propaganda cristiana convenci¨® a franceses, alemanes, polacos, eslovacos, h¨²ngaros, y por supuesto a los espa?oles, de que los jud¨ªos hab¨ªan matado a Cristo, envenenaban pozos y celebraban rituales sacrificando a ni?os cristianos. Y que los pogromos desde el medioevo se dieron en todo el mundo cristiano.
Y no menos cierto es que en muchos pa¨ªses ocupados por los nazis durante la guerra la cooperaci¨®n de parte de la poblaci¨®n aut¨®ctona en el exterminio de los jud¨ªos fue tanto o m¨¢s celosa que la de la poblaci¨®n alemana. Y que gran parte de los verdugos eran colaboracionistas franceses o lituanos, ucranios o croatas, belgas o rusos.
Hay momentos hist¨®ricos que crean condiciones para atraer a un proyecto, heroico o criminal, a masas que en otras circunstancias le hubieran vuelto la espalda. Por ello es injusto, ahist¨®rico y err¨®neo buscar una culpa colectiva de un pueblo por muchos que. sean sus miembros que hayan podido participar en un crimen. Ni la naci¨®n serbia, ni la alemana, la rusa o la ruandesa son responsables de lo que individuos pertenecientes a ellas hayan podido hacer.
Pero lo peor del libro de Goldhagen no es que est¨¦ equivocado. Sino que se equivoca a prop¨®sito para generar una visi¨®n distorsionada de un pueblo, para provocar en beneficio de sus tesis -y las ventas de su libro- odios o recelos contra toda una naci¨®n. Estos libros con manto intelectual, de este joven o de revisionistas parafascistas, hacen m¨¢s da?o que los panfletos de las bandas neonazis. Porque siembran odio, generan prejuicios, dinamitan la confianza y la convivencia. Como Goebbels. Estamos en una ¨¦poca en la que vuelve la moda de criminalizar a naciones u opciones pol¨ªticas. Es grave que suceda en los Balcanes o Chechenia. Es tr¨¢gico que se practique en Harvard.
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