4.700 corredores logran cruzar la meta y confirman el caracter popular del marat¨®n
Madrid ha convertido su marat¨®n en un fen¨®meno popular que cada a?o convierte a m¨¢s personas en aut¨¦nticos atletas. Lo haga al paso que lo haga, cualquiera que recorre: algo m¨¢s de 42 kil¨®metros es una especie de deportista de ¨¦lite. 4.700 atletas dieron ayer a vuelta a la ciudad a base de reda?os en el XIX marat¨®n madrile?o. Se supera el r¨¦cord por segundo a?o consecutivo, El primer clasificado tard¨® dos horas y 19 minutos; el ¨²ltimo, casi cinco horas. Pero la satisfacci¨®n por negar es algo que no se mide en un reloj. En el camino, los participantes encontraron el aliento de 300.000 incondicionales.
A las 9.30, el alcalde, Jose Mar¨ªa ?lvarez del Manzano, dio la salida. Se olvidaron entonces los miedos, los nervios, el no haber dormido la noche anterior. La calle de Men¨¦ndez Pelayo se llen¨® de casi 6.000 personas en movimiento con una obsesi¨®n com¨²n: repetir lo que aquel guerrero griego, hace ya muchos siglos, que corri¨®, para informar de una batalla, 42.195 metros. Dicen que el guerrero lleg¨®, pronunci¨® como pudo "hemos ganado" y cay¨® fulminado por el esfuerzo.Sin pensar en aquello, los 6.000 corredores comenzaron ayer la aventura confiando en su entrenamiento y, sobre todo, en su ¨¢nimo. Los 500 soldados de la Brigada Paracaidista, cuya participaci¨®n constituye ya una de las costumbres del marat¨®n madrile?o, iban casi en formaci¨®n. Y cantaban.
Los buscadores de marcas, esto es, los corredores profesionales, enseguida se destacaron: ellos lucharon entre ellos; por detr¨¢s, la carrera fue otra: se bregaba contra uno mismo.
A la altura de la Puerta del Sol, alrededor de una hora despu¨¦s, las fuerzas andaban enteras; alguno se permit¨ªa bromear con los parientes apostados en los m¨¢rgenes. Los de la Brigada Paracaidista segu¨ªan cantando a voz en grito. Dentro de la carrera hab¨ªa especialistas que ayudaban a los novatos a coger un ritmo ¨®ptimo para no desfondarse a las primeras de cambio. Entre ellos, dos personas ataviadas con sombrero de copa que portaban un cartel que dec¨ªa "cuatro horas".
Casa de Campo
En el kil¨®metro 25, ya en la Casa de Campo, el ambiente era un tanto distinto. Por delante iban los que a la postre llegar¨ªan los primeros. Entre ellos iba el ganador, el ruso Sergu¨¦i Stroganov. En la Casa de Campo, el p¨²blico escaseaba, lo que se traduc¨ªa en menos ambiente a la hora de impulsar las pantorrillas. Hab¨ªa ya quien andaba, echaba los ojos al suelo, negaba con la cabeza y empezaba a dudar. Era entonces cuando alguien del p¨²blico -o de entre los mismos corredores- le pegaba una voz que actuaba como una verdadera descarga el¨¦ctrica.Llegaron los participantes al kil¨®metro 30, situado en el coraz¨®n de la Casa de Campo, y encontraron all¨ª tres personas apostadas en la cuneta armadas con unas maracas, un bombo y unos platillos. Un corredor contar¨ªa despu¨¦s que o¨ªa el retumbar del bombo desde muchos kil¨®metros atr¨¢s, lo que le espole¨® a seguir en la brecha.
Y entonces empez¨® lo duro. El kil¨®metro 35. La maldita subida del paseo de las Acacias. A los participantes se les meti¨® la pendiente en el est¨®mago. Los de la Brigada Paracaidista ya no cantaban. Bastante ten¨ªan con respirar. Un corredor sufri¨® un calambre de tal envergadura que se derrumb¨®. Se levant¨® a los dos minutos y sigui¨® cojeando, Los parientes, los amigos, el p¨²blico en general -alrededor de 300.000, personas siguieron el marat¨®n desde la calle, seg¨²n la Polic¨ªa Municipal-, echaron el resto. De cada portal surgieron vecinos cuya ¨²nica misi¨®n parec¨ªa la de subir a los corredores "hasta el siguiente repecho" a base de gritos.
El batall¨®n enfil¨® entonces la Castellana. Muchos de los seguidores o los animadores aprovecharon el corte de tr¨¢fico para seguir a los corredores en bicicleta.
Una de ellos, Sonia Pastor, de 30 a?os, acompa?¨® a su marido durante media carrera subida a un sill¨ªn. "Vamos, campe¨®n" le gritaba al paso de cada kil¨®metro.
Y lleg¨®, por fin, el final. Desde un altavoz colocado en un balc¨®n de Pr¨ªncipe de Vergara sonaba, como siempre, el Aleluya de H¨¢ndel.
T¨¦rmino de la pesadilla
El himno electriz¨® a los maltrechos corredores, que ya enfilaron el Retiro, y con ¨¦l, la meta, y el t¨¦rmino de la pesadilla. Una mujer con un carricoche corri¨® al lado de su marido los ¨²ltimos 400 metros, tal vez los m¨¢s felices; tres hombres mayores de 60 a?os llegaron juntos y con las manos entrelazadas. Carlos, "sin m¨¢s apellido", lleg¨® al lado de Juan, un ciclista reclutado a ¨²ltima hora para echar una mano y cargar con uno de los carteles que indicaba el ritmo apropiado de la carrera para no desfallecer. Carlos peg¨® dos pu?etazos al aire nada m¨¢s cruzar la meta. "Otras veces, en los otros maratones en los que he participado, he hecho mejores tiempos: pero la alegr¨ªa de acabar ¨¦ste es la misma que otras veces".Todos los que terminaron ganaron una medalla. Para eso necesitaron devolver el chip pegado al tal¨®n que sirvi¨® de control durante la carrera. A algunos, el hecho de despojarse de la zapatilla para sacar el chip les pareci¨® la ¨²ltima tortura de un magn¨ªfico d¨ªa.
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