Matadero
Desde la firma de los Acuerdos de Dayton en noviembre de 1995, dos meses y medio despu¨¦s de mi tercera y ¨²ltima visita al Sarajevo sitiado por los artilleros y francotiradores de Karadzic, me hab¨ªa impuesto a contrapelo una cura de silencio. Si, por un lado, no quer¨ªa mezclarme con quienes callaron durante la barbarie del asedio y descubren ahora Mediterr¨¢neos o posan ante las ruinas de la ciudad devastada, ?c¨®mo expresar p¨²blicamente, por otro, mis sentimientos acerca de unos acuerdos firmados por el Gobierno de Bosnia-Herzegovina que avalan en la pr¨¢ctica la partici¨®n ¨¦tnica y consagran la derrota del Estado multiconfesional y multicultural por el que la mayor¨ªa de los bosnios lucharon y vertieron su sangre en medio de la indiferencia y a menudo hostilidad de los representantes de las sociedades democr¨¢ticas y organizaciones internacionales fundadas no obstante en los principios que defend¨ªan? ?Pod¨ªa mostrarme m¨¢s bosnio que los bosnios sin comprender que al extremo al que hab¨ªan llegado las cosas la paz, por cruel e injusta que fuese, era preferible a la continuaci¨®n de tantos sufrimientos y matanzas? Tras el fracaso de la ofensiva de la Armiya para romper el cerco de la capital en mayo de 1995, la toma de rehenes de Unprofor y el asalto final a las zonas protegidas de Srebrenica y Zepa, Alia Izetbegovic no ten¨ªa otro recurso que aceptar la cuerda de salvamento que el negociador norteamericano Richard Holbrooke le tend¨ªa. La Bosnia de 1992, esa mini Yugoslavia a la que se aferraban todos los dem¨®cratas y ciudadanos inmunes al virus ultranacionalista, hab¨ªa dejado de existir fuera de la capital sitiada. Desde Dayton, los serbobosnios coronan la limpieza ¨¦tnica del territorio que controlan y Karadzic y sus chetniks han arrancado con violencia a casi toda la poblaci¨®n serbia de los distritos de Sarajevo atribuidos a la fantasmal Federaci¨®n Bosniocroata. Los musulmanes expulsados que desean visitar las tumbas de los suyos en virtud de las cl¨¢usulas de libre circulaci¨®n firmadas por los tres "bandos", son agredidos con piedras y a bastonazos por quienes se adue?aron de sus bienes y exterminaron a sus deudos y los criminales de guerra, encabezados por Karadzic: y MIadic, siguen al mando de la "Rep¨²blica Serbia" sin que Ifor mueva un dedo para detenerlos y entregarlos al tribunal te¨®ricamente encargado de su proceso.La lectura del libro de David" Rieff Matadero, Bosnia y elftacaso de Occidente (EL PA?S-Aguilar, 1996) me fuerza a volver sobre lo ocurrido y me devuelve la voz. La obra es doblemente ejemplar: por su exposici¨®n rigurosa de los hechos y circunstancias que originaron la tragedia y por su severa e hiriente reflexi¨®n moral acerca del periodismo y la actitud de quienes fueron testigos de aqu¨¦lla.
Llegado a la ex Yugoslavia sin una idea clara del conflicto ni de las causas y objetivos de su deliberado encarnizamiento, David Rieff descubre, desmenuza, examina los estragos del credo ultranacionalista croata y serbio, de sus mitolog¨ªas de imaginaria grandeza, sufrimientos injustos y rencoroso memorial de agravios. Mientras los radicales de Belgrado y Pale hablaban de la necesidad de lavar con sangre la afrenta de la derrota frente a los turcos en la batalla del Campo de los Mirlos en 1389, de su primitiva comunidad buc¨®lica y patriarcal y las fronteras hist¨®ricas de la Gran Serb¨ªa, los de Zagreb resucitaban la memoria del rey Tomislav el Grande en el siglo XI, estableciendo una continuidad soterrada entre ¨¦ste, el Estado fascista de Ante Palevic y el de su nuevo caudillo Franjo Tudjman. Un v¨ªnculo muy similar al tantas veces invocado entre el milagro de la Virgen de Covadonga y la victoria de Franco serv¨ªa as¨ª de instrumento a la aseveraci¨®n de identidades milenarias maravillosamente preservadas, leyendas heroicas y esencias nacionales impolutas: en corto, a la falsificaci¨®n de la historia y descuaje de la raz¨®n. Pol¨ªticos astutos y mediocres, ¨¢vidos de poder , pon¨ªan todos los medios de propaganda a su alcance al servicio de la exaltaci¨®n parox¨ªstica de lo propio y la satanizaci¨®n no menos hist¨¦rica de lo ajeno. Los musulmanes bosnios no eran bosnios sino "turcos", la totalidad de los croatas ustacha y la de serbios chetniks. La lengua compartida por el 83% de los yugoslavos se fractur¨® por decreto como un banco de hielo: las Academias de Belgrado y Zagrev inventaban neologismos castizos, a veces grotescos, para eliminar las palabras for¨¢neas de los "bizantinos", "fundamentalistas isl¨¢micos" o "germano-vaticanos", "los hechos diferenciales" se convert¨ªan en abismos insalvables, antagonismos irreductibles por su misma mesmedad. Como resume cabalmente David Rieff, "hacia 1993, a lo largo y lo ancho de la ex Yugoslavia, la visi¨®n que todos los grupos [¨¦tnicos] ten¨ªan de s¨ª mismos como v¨ªctimas hist¨®ricas de los dem¨¢s hab¨ªa alcanzado un punto en el que la ¨²nica posici¨®n admisible era la de una inocencia vulnerada".
Desde el ascenso de Milosevic al poder, los dem¨®cratas de Belgrado hab¨ªan elevado su voz de alarma ante el fuego que ard¨ªa en el s¨®tano: la propaganda obsesiva de que los serbios eran objeto de atropellos multiseculares junto a los espectros amenazantes de los "cortacabezas turcos" deb¨ªa conducirles pronto a la exterminaci¨®n met¨®dica de sus supuestos verdugos. Ni la abolici¨®n de los estatutos de autonom¨ªa de Kosovo y la Voivodina -con la subsiguiente par¨¢lisis de la Federaci¨®n Yugoslava- ni el panservismo oficial que avivaba las ascuas del ultranacionalismo croata provocaron la intervenci¨®n europea para impedir el desmembramiento del Estado configurado por Tito. La Yugoslavia multi¨¦tnica que, cualquiera que fueran sus defectos, hab¨ªa asentado la convivencia de los pueblos que la compon¨ªan se desplom¨® en oto?o de 1991, durante la guerra serbocroata y la destrucci¨®n sa?uda de Vukovar.
Aunque el Gobierno y los dem¨®cratas bosnios trataron de evitar la cat¨¢strofe con su propuesta de una Federaci¨®n Yugoslava flexible, el fanatismo radical serbio y las ambiciones de Milosevic se lo impidieron. Cuando Izetbegovic se resign¨® a organizar el plebiscito, boicoteado por los serbobosnios que condujo a la independencia de su Estado, lo hizo con la esperanza de preservar en Bosnia una peque?a Yugoslavia multiconfesional, basada en un concepto de ciudadan¨ªa ajeno a todo ingrediente ¨¦tnico. Como sabemos ahora, y David Rieff ilustra concluyentemente, su sue?o no pudo cuajar. El genocidio de los musulmanes (y gitanos) bosnios por Karadzic y MIadic, la agresi¨®n no menos brutal de los fascistas croatas
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Matadero
Viene de la p¨¢gina anteriorde Herzegovina y la par¨¢lisis de la Uni¨®n Europea ante las atrocidades de la limpieza ¨¦tnica extinguieron paulatinamente las posibilidades de este Estado plural, de cu?o netamente democr¨¢tico. Lo acaecido puede cifrarse en esta explicaci¨®n transcripta por el autor: "Al principio, yo era yugoslavo, me dijo en una ocasi¨®n un amigo de Sarajevo. Luego bosnio. Ahora me estoy convirtiendo en musulm¨¢n. No es elecci¨®n m¨ªa. Ni siquiera creo en Dios. Pero, despu¨¦s de 200.000 muertos [por el "crimen" de ser musulmanes], ?qu¨¦ quieres que haga?".
Cuando Rieff, tras una estancia en Zagreb, atraviesa por primera vez a comienzos de 1993 las zonas bosnias controladas por los serbios descubre estupefacto la magnitud de la barbarie: "Hablo de matanza por que llamar guerra a lo all¨ª sucedido es deformar, y lo que es m¨¢s grave, dignificar la verdadera naturaleza de lo ocurrido. La guerra, con toda su brutalidad, posee su c¨®digo de honor y sus leyes ( ... ) Los radicales serbios llegaron, mataron, conquistaron, a ojos y sabiendas de todo el mundo".
Como no nos cansamos de repetir quienes de un modo u otro fuimos testigos directos o indirectos del exterminio de la poblaci¨®n musulmana -y David Rieff, con mayores elementos de juicio a mano que yo, lo hace con un rigor y claridad notables-, ning¨²n genocidio del ¨²ltimo medio siglo fue tan minuciosamente expuesto y denunciado. Nadie puede invocar la excusa admisible de muchos alemanes tocante a. su ignorancia de cuanto ocurr¨ªa en los campos nazis: lo que pasaba en Bosnia acaec¨ªa a la vista de, numerosos testigos militares y civiles occidentales y era descrito y filmado regularmente por los corresponsales y agencias de prensa enviados o establecidos en la ex Yugoslavia. Nuestra esperanza de que la difusi¨®n de las atrocidades movilizar¨ªa a la opini¨®n p¨²blica mundial y obligar¨ªa a los Estados democr¨¢ticos a sostener al Gobierno bosnio o permitirle a lo menos que se defendiera se estrellaron contra la inercia, el cansancio ante la reiteraci¨®n del horror y la, estrategia c¨ªnica de la ONU y los mandos de Unprofor, fruto (le la pol¨ªtica proserbia de Mitterrand y Major. La ayuda humartitaria decidida en junio de 1992 a fin de paliar las consecueincias de una no intervenci¨®n, que constitu¨ªa en verdad la f¨®rma m¨¢s eficaz de intervenci¨®n, servir¨ªa en adelante de excusa para mantener un statu quo favorable a los serbios -due?os ya de un 70% del territorio bosnio- a la espera del momento en el que, a fuerza de apretar las tuercas, Sarajevo aceptar¨ªa su derrota, esto es, las "nuevas realidades" ritualmente invocadas por los negociadores europeos, de lord Owen a Stoltenberg.
El primer impensable genocidio llevado a cabo en Europa despu¨¦s ?te la derrota de los nazis y la destrucci¨®n de un Estado ,soberano reconocido por las Naciones Unidas el 22 de mayo de 1992, no arrancaron al secretario general de la ONU ButrosGali una sola palabra en favor de Bosnia ni su sociedad multi¨¦tnica: su empe?o, y el de sus representantes, se centr¨® muy al contrario en impedir que aqu¨¦lla se armase. La juzgaban descaradamente "inviable" y apostaban por un reparto de su territorio, como el de Polonia en 1939. entre Milosevic y Tudjman. La resistencia del Gobierno de Sarajevo, que les pon¨ªa en la picota y les dejaba en cueros, explica su tenaz antipat¨ªa a unas v¨ªctimas que no se resignaban a serlo y a las que culpabilizaban a cada paso de su propia desgracia.
El inventario de David, Rieff de los silencios, cambalaches, insinuaciones p¨¦rfidas, apoyo directo o indirecto a los asediadores de Sarajevo y atropellos a los asediados por parte de Unprofor supera y completa al que establec¨ª por mi cuenta en mis estancias en la ciudad: desde la evocaci¨®n del bochornoso asesinato del vicepresidente bosnio, Hakiya Turajlik, ejecutado a ba lazos en el interior de un blinda (lo por los extremistas serbios cuando regresaba a la capital desde el aeropuerto convenien temente escoltado -"incidente" del que se culp¨® a los bosnios por no haber informado correc tamente a la ONU de la llegada del avi¨®n que lo transportaba y que no obst¨® a una posterior recompensa del coronel franc¨¦s ?all¨ª presente con la Legi¨®n de Honor- a las declaraciones del comandante holand¨¦s Robert Franken despu¨¦s de la matanza de millares de musulmanes en la zona protegida de Srebrenica en julio de 1995 -"la evacuaci¨®n del enclave se ha realizado con forme a las normas de la Con venci¨®n de Ginebra"- la lista es largu¨ªsima: confiscaci¨®n de las cartas confiadas a los periodis tas extranjeros, venta en el mercado negro de partidas de alimentos procedentes de la ayuda humanitaria, evacuaci¨®n por el precio de 1.000 marcos de quie nes quer¨ªan escapar del asedio, iluminaci¨®n de las pistas del aeropuerto para que los franco tiradores serbios dispararan con mayor facilidad a los fugitivos de la capital aterrorizada y ham brienta, patrullas de la propia Unprofor para detenerlos, amenazas de algunos mandos milita res y hasta de la alto comisionad para la Ayuda a los Refugiados, Sadako Ogata, a los bosnios "indisciplinados" que osaban quejarse de tanta vileza y se declaraban en huelga de hambre. El autor de Matadero expone sin tapujos la colusi¨®n de los sucesivos responsables militares con Karadzic y MIadic; las insinuaciones del general MacKenzie de que la matanza de la cola del pan de 1992 era obra de los propios bosnios y la del general Rose en febrero de 1994 de que la del mercado de Sarajevo obedec¨ªa a un ardid de los sitiados (aunque todo el mundo sab¨ªa el origen de los obuses y morteradas que llov¨ªan a diario sobre la ciudad, el de los que ocasionaban una carnicer¨ªa y suscitaban la re pulsa internacional parec¨ª a misteriosamente indeterminable); los repetidos elogios del general Brikue Mont al "profesionalismo" de los oficiales de MIadic y la "perla" del inefable Yasoshi Alcashi tras la ca¨ªda de Srebrenica: "Los serbios ten¨ªan motivos justificados para ata car el enclave". Todo un mues trario de frases, episodios y an¨¦cdotas -digno de figurar en la Historia Universal de la Infamia- reviste el horror de lo ocurrido con oropeles esperp¨¦nticos cuyo colof¨®n podr¨ªa ilustrarse con estas l¨ªneas del corresponsal del Observer: "Para muchos periodistas, el punto culminante de la farsa fue la declaraci¨®n de un porta voz de la ONU de que se hab¨ªa acordado un alto el fuego, por lo que quer¨ªa agradecer a los serbios su inestimable colabo raci¨®n. Acto seguido, todo el mundo tuvo que tirarse al sue lo por un nuevo ataque de la artiller¨ªa serbia".
El descalabro moral de la ONU, la Uni¨®n Europea y los ideales democr¨¢ticos en Bosnia-Herzegovina no admite paliativos ni excusas. El doble juego de Mitterrand y Hurd destinado a compensar con. una Serbia fuerte la extensi¨®n de la influencia alemana a Eslovenia y Croacia; la d¨¦sastrosa reintroducci¨®n de la Rusia yeltsiniana en el tablero de ajedrez yugoslavo; la despreocupaci¨®n de Estados Unidos por una zona en la que, a diferencia de Kuwait, no entraban en juego sus intereses vitales, en suma, la combinaci¨®n infausta de todo ello aclara la impunidad y prolongaci¨®n del matadero.
Los Acuerdos de Dayton no s¨®lo ratifican el triunfo del nacionalismo fan¨¢tico y expoliador croata y serbio sino que sientan. las bases de nuevas agresiones y atrocidades ulia vez cumplido el plazo de la presencia militar de Ifor. Alemania no pudo reintegrarse en Europa sin pasar por N¨²remberg. Suponer que habr¨¢ paz en la ex Yugoslavia sin un proceso similar de los l¨ªderes serbios y croatas culpables del genocidio ni una desnazificaci¨®n de la autotitulada Rep¨²blica Serbia de Bosnia es tomar los deseos por realidades. David Rieff tiene perfecta raz¨®n en afirmar la imposible neutralidad de los informadores ante la limpieza ¨¦tnica de los Tigres de Ark¨¢n y las Aguilas Blancas de Bolcan y los asesinatos en masa planeados y ejecutados por Karadzic y MIadic. Por eso ,hay que agradecerle su emotiva intervenci¨®n directa en el relato cuando revela su mutaci¨®n ¨¦tica, psicol¨®gica, social y hasta f¨ªsica despu¨¦s de sus inmersiones sucesivas en la lobreguez y extinci¨®n paulatina de aquel tenebrario: "El viaje de ?da y vuelta a lugares como Sarajevo o, Banja Luka y Manhattan me apart¨® de mis amigos y de mi pasado hasta un punto que no habla imaginado ni en sue?os. No s¨®lo me sent¨ªa como si hubiera regresado del reino de losmuertos sino que yo mismo hab¨ªa adquirido, en cierto modo, un car¨¢cter p¨®stumo".
El descubrimiento por el autor de la endeblez e impotencia de las verdades no sostenidas por la fuerza de las armas es la del "zumbido y la furia" de la historia. La amargura de David Rieff, compartida por cuantos presenciamos la barbarie sin conseguir ponerle coto ni' ate nuarla con nuestras irrisorias plumas..durar¨¢ lo que duren nuestras vidas. Pero ced¨¢mosle la palabra cuando formula esta conclusi¨®n l¨²cida embebida de pesimismo: "Lo cierto es que un mont¨®n de sue?os han muerto en Bosnia en los ¨²ltimos dos a?os y medio: el sue?o de que el mundo tiene una conciencia; el sue?o de que Europa es un lugar civilizado; el sue?o de que hay una misma justicia para los fuertes y los d¨¦biles. No deber¨ªa sorprendernos que el sue?o milenario de que la verdad nos har¨¢ libres tambi¨¦n muriera ah¨ª ( ... ) La derrota es total, la igno minia completa".
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