El planeta espa?ol
Me contaba Luis Carandell que, en el barrio de Arg¨¹elles de Madrid, por los a?os cincuenta, hab¨ªa un famoso bar apostado frente a un cine cuyo propietario actuaba as¨ª: cuando terminaba la ¨²ltima sesi¨®n y los espectadores tend¨ªan a dirigirse masivamente hacia el establecimiento, el tabernero, consternado, dec¨ªa al pinche: "?Cierra, cierra, que vienen los del cine!".Parecida actitud antimercantilista la he visto repetida en Valencia, en el restaurante La Marcelina o en La Pepica, no s¨¦ bien, en plena playa, que cierra en agosto porque, seg¨²n un camarero, "vienen much¨ªsimas familias". Tambi¨¦n, en la pasada Semana Santa cerca de Mota del Cuervo, los viajeros que se dirig¨ªan ansiosos hacia una gran cafeter¨ªa-restaurante junto a una gasolinera se topaban con el r¨®tulo: "Cerrado por vacaciones".
En todas las capitales espa?olas y pueblos del pa¨ªs se ven no pocos establecimientos que cierran los s¨¢bados por la tarde, cuando se supondr¨ªa que hay entonces m¨¢s p¨²blico y disposici¨®n para comprar, pero han de pensar que tambi¨¦n ellos tienen derecho a igual ocio aunque as¨ª toda la sociedad, compradores y vendedores, hagan la misma vida y lo que contribuye al bullicio desfavorezca el intercambio. S¨®lo en algunas partes han aparecido ciertas tiendas americanizadas que est¨¢n abiertas las 24 horas. De hecho, cuando a la licenciada Lastra se le ocurrio hacer esto mismo con su famosa farmacia provoc¨® un esc¨¢ndalo que ha llegado hasta los tribunales.
Rehu¨ªr el comercio con horarios m¨¢s propicios y empleando a otros trabajadores no es s¨®lo cuesti¨®n de los peque?os comerciantes o de las empresas familiares. Los mismos bancos cerraron sus oficinas en Madrid la ¨²ltima semana de San Isidro a las 12.30 y no abr¨ªan sus puertas los s¨¢bados. Esta pr¨¢ctica se repite en todas las poblaciones espa?olas tan pronto llegan las fiestas mayores y se extender¨¢ como una amplia oleada por la naci¨®n desde ahora hasta octubre, periodo en que se multiplican las celebraciones locales. Viajando por el pa¨ªs de un lado a otro es f¨¢cil advertir la formidable suma de horas de trabajo y de comercio que se ciegan bajo el soleado clamor de patronos y patronas. Es una elecci¨®n de vida que proporciona a la vez que calidad de vida, cantidad de desempleo. Cualquiera se mostrar¨ªa a favor del tiempo ocioso pero, probablemente, alcanzando las cifras de paro actual y la demanda existente, cuesta trabajo comprender c¨®mo las zapater¨ªas, las instituciones bancarias o las tiendas de ultramarinos no prestan servicios oportunos.
La raz¨®n de que en Espa?a cueste tanto salir de ese puesto 29 en la competividad internacional se ejemplariza, por ejemplo, en los muchos carros atascados en la morosa fiesta de El Roc¨ªo. ?Una cuesti¨®n ancestral? ?Un atavismo social? Repugna seguir con estas claves folcl¨®ricas pero no parece sencillo descartarlas. En el entorno de Alinansa hay un bar llamado Los Rosales que conoce todo viajero de Madrid a Alicante. Frente a la barra hay una buena tienda donde venden quesos, embutidos y hasta latas de cerveza pero todo a un precio tan disparatado que disuade a la clientela. ¨²nicamente de vez en cuando se ve a alguien pagando una adquisici¨®n pero ellos no bajan los precios. No quieren, a lo que se ve, tener demasiados compradores. Les pasa como al se?or del bar ante la puerta del cine o lo que les ocurr¨ªa tambi¨¦n a los gestores de una confiter¨ªa en un pueblo de Palencia donde se vend¨ªan unos pasteles llamados "astud¨ªllos". Fueron tan famosos estos dulces que cualquier visitante se acercaba expresamente a. comprarlos, hasta que una vez llegaron unos forasteros a los que hab¨ªan enaltecido el producto y se encontraron con que ya no los ten¨ªan. Entonces la se?ora explic¨®: "F¨ªjense que los hemos tenido que dejar de hacer. ?No saben ustedes cu¨¢nta gente nos los ped¨ªa!" Un par de editores me han animado a que redacte un libro titulado El planeta espa?ol como autorr¨¦plica al mercantilismo del planeta americano.
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