Camino al infierno
Una leyenda demoniaca alienta en las extra?as rocas que jalonan la senda de Rascafr¨ªa al Revent¨®n
Juan Guas estaba m¨¢s quemado que el pestorejo de San Lorenzo. El archiarquitecto g¨®tico, el Bofill del trescientos, hab¨ªa firmado un contrato con el Cabildo segoviano por el que se compromet¨ªa a entregar la catedral de Santa Mar¨ªa a fecha fija, pero apenas faltaban unas semanas para que venciera el plazo y las obras progresaban a ritmo de siesta en hamaca paraguaya. Preso de la desesperaci¨®n m¨¢s negra, Guas echaba cuentas de la multa que le iba a tocar apoquinar y, en un arranque de celo profesional -del que deber¨ªan tomar ejemplo los constructores de hoga?o-, dec¨ªase dispuesto incluso a vender su alma con tal de finiquitar la iglesia a tiempo. Cuenta la leyenda que Lucifer, atento al quite, se person¨® ante el atribulado art¨ªfice con papel timbrado y cortaplumas, y que, saj¨¢ndole con ¨¦ste la yema del ¨ªndice, inst¨®le a redactar con su propia sangre el ominoso documento. Rubric¨® Guas, y a partir de ese instante el templo comenz¨® a crecer a un ritmo endiablado; tan c¨¦lebre medr¨® que, cuando ya s¨®lo restaba una carretada de granito para rematar la segunda torre de la fachada, Guas calcul¨® que hasta la cuadrilla m¨¢s inepta de alarifes se bastar¨ªa por s¨ª sola para culminar la catedral en un par de d¨ªas. De modo que invoc¨® al Maligno y, aduciendo enajenaci¨®n mental transitoria, denunci¨® su pacto.
Dicen que sabe m¨¢s el diablo por viejo que por diablo: no deb¨ªa de ser tampoco la primera vez que se le rajaba un cliente. El caso es que Sat¨¢n se apost¨® entre los cambro?os del puerto del Revent¨®n y, en cuanto vio asomar a los boyerizos que conduc¨ªan el ¨²ltimo cargaz¨®n de sillares camino de Segovia, fue y los petrific¨® con un rayo sin luz. De ah¨ª que la antigua catedral, suplida en larga data por la mole de alc¨¢zar, tuviera una torre m¨¢s chata que la otra. Y de ah¨ª que las estramb¨®ticas rocas que jalonan la senda entre Rascafr¨ªa y el paso del Revent¨®n se intitulen el Carro del Diablo.
Aunque ignoramos plenamente la autor¨ªa de esta conseja, nada nos cuesta imaginar que fueran los cartujos de El Paular, o sus hermanos sirvientes, los que, sujetos por su regla a un silencio sepulcral, urdieran en las tardes in¨²tiles de sus celdas perpetuas tama?a milagrer¨ªa para aleccionar a los paisanos del valle del Lozoya. Por ello es que emprenderemos nuestra jornada caminando bajo los portentosos ¨¢lamos que asombran el paseo de una legua justa entre el cenobio paularitano y las primeras casas de Rascafr¨ªa.
Frente al cementerio, y a las puertas del pueblo, sale a mano izquierda una costana, llamada del Chorrillo, por la que ascenderemos para, a trav¨¦s de las antiguas eras, zambullimos en el robledal. Balizas instaladas por los chicos de Medio Ambiente nos guiar¨¢n sin extrav¨ªo por la espesura del melojar hasta que, al cruzarse nuestra senda con una pista forestal, obviemos aqu¨¦lla para seguir ¨¦sta a la derecha y plantamos junto al Carro del Diablo en un decir am¨¦n.
Pe?as que dir¨ªanse labradas y apiladas por fuerzas sobrenaturales configuran este paisaje c¨®smico, en el que inquietan carros infemales, tortugas, ictiosaurios ... ; y en el que los incr¨¦dulos s¨®lo ver¨¢n el resultado azaroso de miles de a?os de erosi¨®n glaciar en la vertiente meridional de los montes Carpetanos.All¨¢ cada cual.
Visto el panorama, regresaremos al cruce de caminos y, tomando ahora hacia la izquierda la pista forestal, acometeremos uno de esos placid¨ªsimos descensos que hacen de una ma?ana en el Guadarrama una experiencia memorable: son dos horas, dos, de un deslizarse lleno de pinos, abedules y regatos reci¨¦n paridos: arroyos del Paular, Carnero, Hoyo Poyales, de la Cantera, de la Nevera...
Desembocaremos con las neuronas frescas en u?a nueva pista, ¨¦sta se?alizada con trazos de pintura roja y blanca, la cual seguiremos valle abajo. Es el camino del Palero o, si lo prefieren, el Camino Viejo del Paular. Buitres negros sestean, como ¨¢ngeles ca¨ªdos, en las copas de los pinos.
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