Fumar
Me veo impulsado a aprovechar que ayer fue el D¨ªa Antitabaco para prolongar la campa?a de lo que es complementariamente obvio. El tabaco perjudica la salud, y s¨®lo unos cuantos se encuentran en la privilegiada condici¨®n de hacerle frente con una musculatura superior a la de sus fibras, una lucidez superior a la de su lumbre y un t¨®rax por encima de su humo. Los dem¨¢s, vulgares mortales, no estamos capacitados para dar aforo a los ingredientes que cohabitan en cada cigarrillo. Fumar es inculcarse porciones de debilidad, part¨ªculas de ofuscaci¨®n, polvaredas de vejez, y qui¨¦n sabe si limaduras de insuficiencia. En cada cigarrillo sin placer, de los que est¨¢ el paquete lleno, se encubre a menudo una inyecci¨®n que simula anestesiar el cara a cara con las cosas, las circunstancias, las personas; el cara a cara con uno mismo, sobre todo. Hay cigarrillos perfectos, pero ya tan pocos que resulta una estafa intercambiar su aportaci¨®n con nuestros costes.
El tabaco s¨®lo est¨¢ hecho para titanes, hombres y mujeres, a los que s¨®lo abate un ataque gigantesco. Para quienes tosemos, nos fatigamos y padecemos acidez por. nada, el tabaco es un vicio infame, una pr¨®tesis de derrengado con la que se empeora la peor imagen. Cualquiera que ha dejado de fumar alguna vez puede asistir a la escena de los dem¨¢s fumando como condenados, v¨ªctimas de una vieja. atadura. Hay s¨®lo una edad para fumar. Aquella que, como en el caso de los titanes, permite hacer pasar ¨¦l humo por los pulmones radiantes. Despu¨¦s, cuando el tiempo ha ido llenando de ¨®xido el cuerpo y todos sus pasadizos, el tabaco desgaja las c¨¦lulas, abarata el cutis y pone en las manos un signo de miedo, de miedo a morir, que, como en las adicciones, s¨®lo encuentra consuelo en una dosis de muerte m¨¢s y, al cabo, demasiado necia.
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