El pueblo m¨¢rtir de las SS
Francia conserva intactas las ruinas de Oradour-Sur-Glane, donde las SS mataron a sangre fr¨ªa a toda la poblaci¨®n
El paisaje es desolador. Si alguien fuera tra¨ªdo en sue?os a este lugar, y aqu¨ª despertara, creer¨ªa que hab¨ªa viajado por el t¨²nel del tiempo hasta la II Guerra Mundial. Las casas parecen reci¨¦n bombardeadas, un incendio ha destruido el pueblo y los esqueletos de las bicicletas, ro?osos y macabramente retorcidos, son los ¨²nicos supervivientes de una matanza infernal. Hay restos de m¨¢quinas de coser, de somieres de hierro, de muelles de colchones, de bidones y de coches atrapados en los garajes atacados. Estamos en Oradour-Sur-Glane, el pueblo m¨¢rtir de las temibles SS del nazismo, y s¨®lo el calendario indica que han pasado 52 a?os.La entrada al pueblo es espectacular. "Recuerda", reza en may¨²sculas -en ingl¨¦s y franc¨¦s- el gigantesco cartel que resume la tr¨¢gica historia que padeci¨® este pueblo. "Aqu¨ª el tiempo ha permanecido congelado para que t¨² te acuerdes".
El 10 de junio de 1944, cuatro d¨ªas despu¨¦s del desembarco aliado de Normand¨ªa, un destacamento de la Divisi¨®n del Reich de las SS destruy¨® este pueblo de la regi¨®n francesa de Limous¨ªn y asesin¨® a sangre fr¨ªa a todos sus habitantes. Seiscientas cuarenta y dos personas murieron acribilladas o quemadas vivas, entre ellas 246 ni?os y 245 mujeres. S¨®lo 10 personas -que simularon la muerte entre los cad¨¢veres agolpados y que resistieron el humo y las llamas sanguinarias- lograron sobrevivir a la matanza nazi.
Ellos fueron el testimonio vivo que hizo posible m¨¢s tarde la reconstrucci¨®n del crimen y evit¨® su olvido. ?sta es la historia de una tragedia que Francia ha decidido conservar siempre en la memoria.
El 10 de junio de 1944, en su retirada hacia el porte para reforzar el frente abierto por el. desembarco de Normand¨ªa, un destacamento de las SS formado por 200 hombres alcanza el pueblo de Oradour-Sur-Glane, a 23 kil¨®metros al noroeste de Limoges. De ¨¦l forman parte 14 franceses de Alsacia, 13 de ellos reclutas, y uno voluntario.
A las dos de la tarde de ese s¨¢bado, d¨ªa de la distribuci¨®n del tabaco, se oye llegar a los primeros veh¨ªculos motorizados. Un carro blindado y 10 camiones toman posiciones en distintos puntos del pueblo. ?Un control de identidad, b¨²squeda de armas, caza de maquis? Nunca antes hab¨ªa llegado un destacamento entero de las SS a ese pueblo, ni a ning¨²n otro de la zona, y los vecinos empiezan a asomarse movidos en parte por miedo, en parte por curiosidad. Pronto, un redoble de tambor anuncia la orden: hay que reunirse en el campo ferial.
Mientras los vecinos empiezan a acudir, las patrullas recorren las casas para asegurarse de que no queda nadie escondido.
Hombres, mujeres, ni?os y ancianos, todos sin excepci¨®n, son agrupados en la plaza del pueblo. Los escolares son conducidos por sus profesores, y se encaminan d¨®cilmente en fila hacia la plaza. Todos, excepto uno, el peque?o Roger Godfrin, que huye hacia los jardines y se convierte en el ¨²nico ni?o superviviente de la tragedia.. "Ya les conoc¨ªa", dir¨ªa m¨¢s tarde el. peque?o de ocho a?os para explicar su. intuitiva rebeli¨®n que le salv¨® milagrosamente de la muerte. Las tropas alemanes comienzan el control de identidad.
A las 15.30, los SS separan a las mujeres y ni?os y los recluyen en la iglesia. Ellas temen por sus hombres, sus padres, maridos e hijos, que son encerrados en tres graneros, dos garajes, una bodega y un cobertizo. Y -?suerte fatal!- cinco chicos y una chica de otro pueblo que paseaban en bicicleta ese s¨¢bado por la tarde deciden darse una vuelta por Oradour-Sur-Glane. Maldita decisi¨®n. Nunca saldr¨¢n de all¨ª. Las tropas alemanas los suman a los habitantes del pueblo y contin¨²a la puesta en escena de un crimen a sangre fr¨ªa.
Hacia las cuatro de la tarde, una explosi¨®n indica el comienzo de la matanza. En los distintos puntos donde est¨¢n congregados los hombres, empiezan los disparos. Al un¨ªsono. Primero, tiran bajo, hacia las piernas, hasta que los hombres caen. Luego siguen disparando hasta que nadie se mueve. Andan entre los cuerpos ca¨ªdos y rematan a algunos heridos que a¨²n se retuercen en el suelo.
Siempre en calma, charlando entre ellos, cubren los cuerpos de paja, de madera y heno, y les prenden fuego. S¨®lo un pu?ado de hombres logra simular la muerte entre los cad¨¢veres, y, al iniciarse el fuego, se arrastran hacia una esquina del granero hasta lograr escapar envueltos en el humo. Malheridos, yacen entre la maleza de los campos pr¨®ximos hasta que bajo la cobertura de la noche pueden huir.
En la iglesia, mientras tanto, las mujeres y ni?os han o¨ªdo con angustia las r¨¢fagas de ametralladora y las llamas devoradoras que seguramente han acabado con sus hombres. Por fin ven abrirse la puerta principal, pero no va a ser para salir. Dos alemanes entran, colocan junto al altar un paquete al que prenden fuego y vuelven a salir cerrando la puerta tras ellos. Ya s¨®lo queda una inmensa explosi¨®n, el p¨¢nico, el intento de huir en desbandada y las salidas bloqueadas. S¨®lo una mujer logra trepar hasta una estrecha ventana de la iglesia y saltar los tres metros que la separan del suelo. Otra alcanza el mismo hueco, lanza a su beb¨¦ y salta a su vez. Pero los alemanes les han visto y les disparan. S¨®lo la primera sobrevive, gravemente herida, entre el follaje del jard¨ªn del presbiterio. La madre y el ni?o mueren. La iglesia arde, y en ella los casi 500 mujeres y ni?os.
?Venganza por el avance aliado tras el ¨¦xito del desembarco, represi¨®n contra la resistencia, un error? Muchos argumentos corrieron esos d¨ªas para intentar explicar lo inexplicable. Se dijo que Oradour-Sur-Vayres, un centro importante de maquis, era el objetivo, y que las tropas alemanas se hab¨ªan equivocado al acudir a Oradour-Sur-Clane. Se dijo que encontraron un importante arsenal de armas en un garaje del pueblo. Que dos oficiales nazis hab¨ªan sido asesinados a pocos kil¨®metros de all¨ª unos d¨ªas antes. Que unos lugare?os hab¨ªan disparado a las SS a su llegada a este pueblo. Una sarta de argumentos vagos que tuvieron que esperar hasta 1983, fecha del segundo proceso celebrado en relaci¨®n con la matanza, para ser desenmascarados.
"En tiempos de guerra se opera con todo el rigor y todos los medios", declar¨® sin titubeos el teniente alem¨¢n Barth en el juicio que contra ¨¦l se celebr¨® en Berl¨ªn Este. El inculpado hab¨ªa vivido con su identidad, sin molestarse por un cambio que le ocultara de su pasado, en su pueblo natal, en la antigua Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana, hasta que fue hallado en 1981 y puesto a disposici¨®n de la justicia, ya anciano. Y ¨¦l lo explic¨® todo: ning¨²n arsenal fue hallado en Oradour; tampoco guerrilleros de la resistencia; ni siquiera fue un error. Las ¨®rdenes hab¨ªan sido dadas por el comandante Dickmann: "Destruir la localidad y sus habitantes", incluidos mujeres y ni?os. La justificaci¨®n, medidas de intimidaci¨®n.
?Qu¨¦ fue de todos los responsables de la matanza? El autor directo de la orden, el comandante Dickmann, hab¨ªa muerto en Normand¨ªa; el capit¨¢n Kalin hab¨ªa desaparecido en Suecia. De los 65 identificados, s¨®lo 21 estuvieron presentes en el primer proceso, celebrado en 1953, des pu¨¦s de nueve a?os de instrucci¨®n. Catorce eran alsacianos y s¨®lo siete alemanes. Ning¨²n oficial. Uno de los alemanes y el franc¨¦s voluntario fueron condenados a muerte.y ejecutados. Los 13 reclutas alsacianos fueron condenados a penas menores y m¨¢s tarde amnistiados en nombre de la unidad de Francia. Los otros seis alemanes tambi¨¦n quedaron libres al haber cumplido sus penas antes del juicio. Y en 1983, despu¨¦s de 37 a?os de impunidad, el teniente Barth fue condenado a cadena perpetua.
Hoy, un paseo por el pueblo indica, por ejemplo, d¨®nde estaba la peluquer¨ªa de Monsieur Valentin, la tienda de lanas de F. Leblanc, los graneros, la iglesia, la corredur¨ªa de seguros. Todos los establecimientos de un pueblo vivo desfilan a un lado y otro de la calle principal, con su ruina intacta, sus negruras conservadas, sus hierros retorcidos para memoria del mundo. Pero, seg¨²n se avanza por las calles y ruinas del pueblo, s¨®lo los carteles recuerdan la vida interrumpida.
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