Beodos
Tengo en el cuarto donde trabajo una puerta in¨²til en la que engancho fotos grotescas que, en momentos bajos, me ayudan a recuperar la autoestima. En ese particular museo del rid¨ªculo figuran, por ejemplo, Hugh Grant posando para el departamento de polic¨ªa de Los Angeles, el marido de Latoya Jackson pidiendo el divorcio, Bor¨ªs Yeltsin bailando el twist o VIad¨ªmir Zhirinovski con cara de haber vuelto a abusar del alcohol y embutido en una bonita camiseta del grupo Megadeath. Cuando siento que mi vida no tiene mucho sentido, me basta con echar un vistazo a estos caballeros para recuperar el buen humor.Mi favorito, lo confieso, es Zhirinovski porque le considero una s¨ªntesis perfecta de Gil y Gil, Ruiz-Mateos y Charles Bukowski. L¨¢stima que los electores rusos no compartan mi sentido del humor y le hayan aplicado un tratamiento de choque en las urnas. S¨¦ que lo que voy a decir no resiste un an¨¢lisis pol¨ªtico serio, pero creo que el amigo VIad¨ªmir habr¨ªa sido un gran presidente. Le imagino coci¨¦ndose a fondo y, acto seguido, declarando la guerra a Israel e invadiendo Alemania. Como el Ej¨¦rcito Rojo est¨¢ hecho unos zorros, los americanos le har¨ªan tragarse a VIad¨ªmir la camiseta de Megadeath y el pueblo ruso podr¨ªa beneficiarse de un nuevo Plan Marshall. Perdonen mi estupidez y mi frivolidad, pero tambi¨¦n es verdad que no es muy f¨¢cil confiar en alguien que pellizca a sus secretarias y baila el twist.
Zhirinovski podr¨ªa haber sido el nuevo Galtieri, aquel beodo que invadi¨® las Malvinas y trajo la democracia a Argentina (tras la debacle ante Inglaterra, los militares perdieron el poco prestigio que les quedaba y ah¨ª tenemos a Menem insistiendo en lo de que Per¨®n cumple y Evita dignifica). De momento, s¨®lo es un payaso clavado en una pared que me levanta la moral. Algo es algo.
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