I / E
De nuevo hoy nos encontramos ante un acontecimiento consternador. Casi una tercera parte de los espa?oles y otros tantos de los ingleses -m¨¢s de los que convocar¨ªa una huelga general- se paralizar¨¢n ante la pantalla. Son aficionados al f¨²tbol, pero mucho m¨¢s que aficionados al f¨²tbol. Son seres humanos sumidos desde su origen en una existencia que no entienden y sobre la que el deporte de competici¨®n instruye una y otra vez.Se equivocan quienes al contemplar media humanidad siguiendo la final de un campeonato del mundo piensan que la humanidad se precipita en la locura. Lo que busca un espectador ante un partido es su cordura; una ilustraci¨®n m¨¢s cabal sobre su propia brega.
En la cancha se representan tantos de los factores que componen la realidad que, aun siendo como es un imaginario, se convierte despu¨¦s en su imagen genuina. La justicia o la injusticia, el esfuerzo sobre la adversidad, la victoria de la tenacidad sobre el ingenio, la intervenci¨®n del azar en el ¨¦xito o el fracaso, el poder de la fe en s¨ª mismo sobre la debilidad psicol¨®gica del otro son categor¨ªas que interesan a todos y un partido discurre como una escuela universal para la especie.
El partido no es s¨®lo un fen¨®meno deportivo. O bien, el fen¨®meno deportivo dista ya de ser un fen¨®meno parcial. Toda la sociedad contempor¨¢nea es un calco de la competici¨®n, de sus preceptos y sus trapacer¨ªas expresados al fin en resultados cuantitativos, soluciones que premian o abaten. Si el deporte fuera s¨®lo ejercicio f¨ªsico no rebasar¨ªa el espacio de la sanidad. Lo que hace su visi¨®n viciosa, lo que concede al estadio su fascinaci¨®n es ver proyectarse en ¨¦l, con nitidez, las adhesiones, los percances, los desenga?os y logros de este mundo. El juego en esta Tierra llega esta tarde, a las cuatro, al terreno de juego.
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