Memorable partido de Espa?a en Wembley
Espectacular juego de la selecci¨®n, que cay¨® eliminada ante Inglaterra en los penaltis
Uno a uno se dirigieron hacia la boca del t¨²nel. L¨¢grimas en los ojos, el gesto de la decepci¨®n en el rostro, la fatiga de un partido enorme, de un partido que se hab¨ªa perdido en la ruleta de los penaltis, de un partido que llena de orgullo a nuestro f¨²tbol. Uno a uno se retiraron los jugadores espa?oles, h¨¦roes de una tarde inolvidable, ganadores de lo que realmente importa: el juego. El resultado es doloroso, pero la selecci¨®n dijo a todo el mundo que el f¨²tbol espa?ol es mejor que el ingl¨¦s, que sus jugadores tienen m¨¢s talento, que la clase no encuentra sustitutos, que en Wembley hubo un equipo espl¨¦ndido y otro que dependi¨® de las cosas azarosas -de un gol mal anulado, de un penalti sin se?alar, de la rueda de la fortuna en la tanda final- y de un portero que desempe?¨® con una gran autoridad durante todo el encuentro. Cuando se diga que s¨®lo cuenta la estad¨ªstica y el resultado, habr¨¢ que recordar esta actuaci¨®n formidable en la vieja casa del f¨²tbol. Para siempre quedar¨¢ en la memoria, en las historias que se tejer¨¢n alrededor de aquella tarde en Londres, cuando la selecci¨®n espa?ola se elev¨® con grandeza, coraje y juego sobre un adversario que admiti¨® sin remedio su condici¨®n de inferior. Y eso vale m¨¢s que cualquier cosa, pero sobre todo vale m¨¢s que cualquier apunte contable en el libro de resultados.Fueron casi tres horas de drama y pasi¨®n sobre un escenario imponente. En las gradas, la abigarrada hinchada inglesa alentaba a su equipo con los viejos himnos. Pero el silencio se hizo demasiadas veces en Wembley. Jugaba Espa?a. La gente sent¨ªa el miedo y la aprensi¨®n. No pod¨ªa cantar, ni gritar, porque la inferioridad de su equipo era incuestionable. Ning¨²n ant¨ªdoto mejor contra la ebullici¨®n de un estadio, Wembley o cualquiera, que el buen f¨²tbol. Esa sencilla regla se rebela contra el ambiente, contra la intimidaci¨®n de un escenario legendario, contra la condici¨®n de forastero. Desde la autoridad que le dio su juego, la selecci¨®n acall¨® las voces, desarm¨® al equipo ingl¨¦s y se puso durante varias fases al borde del gol y de la victoria.
Si ¨¦ste es el partido y el lugar que siempre so?¨® Clemente, se sinti¨® recompensado. Nunca, su equipo ha ofrecido un f¨²tbol tan hermoso, tan alejado en muchos conceptos del ideario que preconiza. Es cierto que el juego fue veloz, que el orgullo borde¨® el fanatismo y que nuevamente aflor¨® el agonismo del equipo -valores sustanciales del clementismo-, pero tambi¨¦n es definitivo que el cuidado de la pelota result¨® definitivo frente a un equipo que tambi¨¦n preconiza los valores del f¨²tbol f¨ªsico y directo. Llegado el momento, decidieron los jugadores de criterio y clase, le gente que mejor utiliz¨® el bal¨®n: el equipo espa?ol.
Espa?a mont¨® el partido sobre una novedad t¨¢ctica. Clemente volvi¨® al 5-3-2, una f¨®rmula que no hab¨ªa utilizado desde el Mundial de Estados Unidos. En la cola de la defensa, Nadal estuvo superlativo, exuberante en el corte y en el juego alto. Un caudillo. De ah¨ª hacia adelante, todos interpretaron con grandeza el partido, algunos de forma tan visible como Sergi, que realiz¨® un partido conmovedor por su despliegue y por su desaf¨ªo a los abucheos de la hinchada inglesa. En realidad, era el signo del miedo a un futbolista imparable.
En la media punta, Kiko mostr¨® todos sus perfiles. Gan¨® a los defensores ingleses por habilidad, astucia y poder¨ªo. Un futbolista demasiado singular para los herm¨¦ticos defensas ingleses. Kiko intervino en la mayor parte de la larga producci¨®n de oportunidades del equipo espa?ol. Lleno de duende, super¨® a sus adversarios con paredes inmaculadas, fintas, sombreros y regates imprevisibles, como aquella cuerda de quiebros en la raya de fondo, defensa va, defensa viene, todos quebrados, algunos en el suelo.
Pero hubo un artista silencioso y magn¨ªfico, el rey de la madejita, Amor. Su concurso fue esencial para el buen uso de la pelota. Todo pulcritud, con un sentido tan pudoroso del juego que era emocionante verlo, Amor tir¨® del hilo con el virtuosismo de los jugadores que conocen su oficio de verdad. Por la v¨ªa de Amor, Espa?a se hizo con la pelota, que sali¨® jugada con paciencia y criterio. Durante la primera parte, Espa?a pas¨® por encima de los ingleses, que s¨®lo encontraron una oportunidad decente en el tercer minuto: un violento tiro de Shearer que despej¨® Zubizarreta. El resto fue un primoroso ejercicio espa?ol que debi¨® concretarse en el mano a mano que fall¨® Manjar¨ªn ante Seaman, en el gol de Salinas que anul¨® el ¨¢rbitro, en las incendiarias carreras de Sergi por la banda.
El cambio de McManaman a la banda izquierda produjo algunos desajustes en el segundo tiempo. Fuera de los raids del din¨¢mico jugador del Liverpool, Inglaterra era un equipo sufriente. Aunque el partido se rompi¨® bastante por el cansancio general, la selecci¨®n espa?ola tuvo m¨¢s recursos que su rival. Siempre jugaba con el punto de autoridad que le faltaba a Inglaterra. Mientras los dos equipos discut¨ªan sus m¨¦ritos, el partido entr¨® en el ¨²ltimo tramo. Atr¨¢s hab¨ªa quedado un penalti a Alfonso, unos cuantos ejercicios de habilidad de Alfonso y la excelente actuaci¨®n de Seaman, que fue decisivo en la resistencia de Inglaterra hasta el final, de la misma manera que Gascoigne fue un lastre para su equipo.
El partido entr¨® finalmente en una din¨¢mica vibrante. En la pr¨®rroga, los jugadores espa?oles se sobrepusieron a la fatiga, al peso de una temporada demencial y a la fatalidad que les imped¨ªa conquistar la victoria que merec¨ªan. Wembley call¨® nuevamente. Su equipo estaba contra la pared y s¨®lo apost¨® a la azarosa fortuna de los penaltis. Pero eso ya no es f¨²tbol. Eso es una moneda al aire. Lo que val¨ªa era lo anterior, el formidable partido de un equipo que sali¨® triste por el resultado, pero orgulloso de su f¨²tbol. Un equipo que hizo fea a su gente en una tarde inolvidable. Una tarde en Wembley... As¨ª comenzar¨¢n las historias.
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