Purga en el Kremlin
EL KREMLIN vive, una vez m¨¢s en su centenaria historia, jornadas tempestuosas y luchas despiadadas por el poder. La purga desatada tras el nombramiento del general Alexandr L¨¦bed como secretario del Consejo de Seguridad y ayudante del presidente Bor¨ªs Yeltsin es cl¨¢sica para la forma de dirimir conflictos en Mosc¨². Y afecta a dos vectores claves para entender la din¨¢mica de la pol¨ªtica rusa. El coyuntural est¨¢ en la necesidad de que Yeltsin gane las elecciones presidenciales el pr¨®ximo 3 de julio. El segundo, profundo y arraigado en las tradiciones culturales rusas, est¨¢ en los h¨¢bitos de conspiraci¨®n pol¨ªtica y de lucha e insidia entre bastidores tan genialmente retratados por Fi¨®dor Dostoievski.El fichaje de L¨¦bed ha sido -al menos de momento- un paso brillante del equipo que dirige la campa?a del presidente y cuyo cerebro es Anatoli Chub¨¢is, que fuera responsable del programa de privatizaciones y con clara vocaci¨®n dem¨®crata y liberal. Con L¨¦bed como bandera, la imagen de Yeltsin de cara al electorado indeciso e incluso hostil adquiere tintes que le faltaron en la primera vuelta respecto a la sinceridad de luchar contra la corrupci¨®n, en defensa de la ley y el orden y la liquidaci¨®n de los privilegios del funcionariado.
Han sido echados por la borda para ello algunos de los lastres m¨¢s aparatosos del presidente como el ministro de Defensa, P¨¢vel Grachov; el primer guardaespaldas del pa¨ªs, Alexandr Korzhakov; el jefe del Servicio Federal de Seguridad, Mija¨ªl Barsukov, y el primer viceministro, Oleg Soskovets. Est¨¢, sin embargo, por ver c¨®mo se desarrollar¨¢ la coalici¨®n entre el general L¨¦bed, cuyas intenciones reonovadoras nadie pone en duda, y sus nuevos aliados liberales, que lo ven como un garante del orden para avanzar en una reforma origen de frustraciones, nostalgias y miedos.
Habr¨¢ que ver si el general L¨¦bed puede mantener su cruzada contra la corrupci¨®n cuando ¨¦sta afecte a allegados a Yeltsin. Mucho tes¨®n ha demostrado este joven general en sus operaciones militares al frente del XIV Ej¨¦rcito ruso en Moldavia, reprimiendo al nacionalismo separatista rumano. M¨¢s habr¨¢ de demostrar para sobrevivir a las conspiraciones palaciegas del Kremlin y resistir a las inevitables traiciones tanto de sus enemigos como de aquellos que hoy se proclaman sus amigos. L¨¦bed supone hoy al menos esa obligaci¨®n que las urnas han impuesto a Yeltsin de ' deshacerse de fuerzas que bloqueaban las reformas.
Pero nadie debe ignorar que las tentaciones bonapartistas de L¨¦bed parecen ser incluso mayores que las de. Yeltsin, que no son pocas. El joven general puede ser hoy la mejor opci¨®n para evitar lo que Occidente sin duda considera el peor mal posible que no es sino el acceso al poder del comunista Guennadi Ziug¨¢nov. Pero es evidente que su compromiso con las urnas se basa ante todo en esa m¨¢xima probabilidad de llegar al poder de la mano de un Yeltsin reelegido. El imperio de la ley es imprescindible para que la democracia cuaje en aquel inmenso Estado amenazado de descomposici¨®n. Pero fiarse de la voluntad de l¨ªderes, Yeltsin o L¨¦bed, Ziug¨¢nov o Chub¨¢is, supone siempre el riesgo de apostar por la ventaja coyuntural. Yeltsin parece haber conseguido gracias a la alianza con L¨¦bed el papel de claro favorito en la segunda ronda. Neutraliza as¨ª las peores amenazas de involuci¨®n. Pero dista mucho de ser el proceso ideal hacia la democratizaci¨®n de ese gran pa¨ªs que es Rusia.
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