Jueces: un desastre sin paliativos
Cuando Hamilton escribi¨® que el Poder Judicial pod¨ªa causar da?o a un individuo concreto en un caso preciso pero que era una garant¨ªa de los ciudadanos en su conjunto no pudo prever que se dieran circunstancias como las que estamos presenciando en Espa?a. La inutilidad del Senado est¨¢ de sobra constatada pero no causa especial da?o al funcionamiento de la democracia; caso muy distinto es el del Consejo del Poder Judicial, organismo especialmente sensible en nuestra trama institucional y que ha dado en los ¨²ltimos tiempos un ejemplo tan p¨¦simo como dif¨ªcil de imaginar en el resto del mundo.De una parte a otra del planeta el juez ha adquirido en las democracias una importancia m¨¢s trascendente que en el pasado. Los jueces, por ejemplo, han liquidado la Primera Rep¨²blica italiana y obligado a dimitir al secretario general de la OTAN. El juez posmoderno responde mucho m¨¢s al modelo norteamericano que al tradicional en el mundo europeo continental. No es tan s¨®lo, como quer¨ªa Montesquieu, "la boca que pronuncia la Ley", sino que interpreta su esp¨ªritu e, incluso, puede hacer emerger la nueva legitimidad cuando se han dado casos de corrupci¨®n sustancial de un r¨¦gimen. El peligro del juez posmoderno es que sea m¨¢s vindicador que garantista de los derechos individuales, que se presente como una especie de or¨¢culo de la Verdad o que act¨²e como un Robin Hood moderno, demasiado atento al empleo de estrategias seudomilitar¨¦s e informativas contra el Mal. Pero la democracia no es esa especie de justicialismo plebiscitario cuyo peor inconveniente reside en los h¨¢bitos culturales que transmite a la poblaci¨®n a trav¨¦s de los medios de comunicaci¨®n.
Eso ratifica la importancia que se debe conceder al gobierno de los jueces. Italia, donde el papel de la judicatura ha sido tan positivo para iniciar la depuraci¨®n pol¨ªtica, sirvi¨® de ejemplo para el modelo espa?ol pero no se tuvo en cuenta que en aquel pa¨ªs la conquista de la independencia total del Poder Judicial ha sido lenta. Aunque dos tercios del Consejo son nombrados por las asociaciones de jueces, ¨¦stas estuvieron durante mucho tiempo en manos de los partidos. Luego, la popularidad de los jueces -obtenida en la lucha contra el terrorismo y la droga permiti¨® que sus asociaciones perdieran la condici¨®n de ramas colaterales de los partidos.
En Espa?a los jueces m¨¢s conservadores pretendieron el monopolio gracias a un sistema electoral mayoritario y la derecha abus¨® del recurso de inconstitucionalidad. La soluci¨®n del PSOE (pero tambi¨¦n de Su¨¢rez y el PNV) fue remitir la elecci¨®n de todos los vocales al Parlamento. El Tribunal Constitucional, aunque con reparos, aval¨® esta f¨®rmula pero advirti¨® contra el uso de la "l¨®gica del Estado de Partidos" en su aplicaci¨®n. Se ha producido a raudales: la mejor prueba de ello la tenemos en que en la prensa detr¨¢s de cada consejero aparece su significaci¨®n partidista. El presidente y la vicepresidente del Consejo han reproducido los debates parlamentarios entre Gobierno y oposici¨®n. Del primero se dijo, por fuente competente, que lo era por haber sido "comprensivo" con los partidos en el Tribunal de Cuentas. Las declaraciones del segundo a menudo han bordeado la pura insensatez.
La corrupci¨®n s¨®lo ha puesto la guinda final a un Consejo todav¨ªa vigente aunque comatoso, tras una agon¨ªa largu¨ªsima en la que la culpa resulta compartida. La soluci¨®n ,a la que se ha optado -renovaci¨®n completa y petici¨®n a las asociaciones judiciales de nombres para llevarla a cabo- resulta original, aunque convierte a aquellas en meras subrogadas de los partidos. Pero el enviciamiento ha sido tan prolongado que no ha podido llegar a un resultado positivo.
Cisneros afirma que es el propio sistema de elecci¨®n parlamentaria el que tiene esos resultados y no le falta la raz¨®n. Pero el fracaso en no lograr un m¨ªnimo consenso cuando no hay votos parlamentarios suficientes para cambiar la composici¨®n del Consejo constituye un desastre sin paliativos. Quienes, en la derecha o en la izquierda, acusan a veces de irresponsabilidad a los jueces deber¨ªan darse cuenta que la de los pol¨ªticos ha sido, en toda esta cuesti¨®n y a lo largo de muchos a?os, infinitamente superior.
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