?Nuevos "burgos podridos"?
Entre las numerosas medidas que es preciso tomar para sanear a fondo la vida p¨²blica espa?ola, una de las mas importantes y necesarias, y que est¨¢ ech¨¢ndose de menos desde hace muchos a?os, es la reforma electoral. Es tan evidente, y ha sido subrayada tantas veces y en tantos tonos la necesidad de acabar con el r¨¦gimen de candidaturas cerradas y bloqueadas, que ser¨ªa enfadoso insistir aqu¨ª en ello. Cabe duda sobre si es oportuno abrir y desbloquear inmediatamente y de una sola vez las listas de Candidatos que presentan los partidos, o si resulta m¨¢s prudente limitarse a su desbloqueo, dej¨¢ndolas por Ahora cerradas y permitiendo al votante mostrar mediante un signo su preferencia hacia determinados candidatos y mostrar su hostilidad hacia otros tachando sus nombres de las listas. Tal es el m¨ªnimo a que debemos aspirar si queremos que la aut¨¦ntica voluntad popular se cuele, como corriente de aire refrescante, en la designaci¨®n de los representantes del pueblo: funci¨®n que ¨¦ste se ve hoy forzado a delegar, sin apelaci¨®n posible, en los partidos pol¨ªticos, a los cuales -por muy democr¨¢tico que sea su funcionamiento interno, y todos sabemos que: en much¨ªsimos casos no lo es- s¨®lo les corresponde proponer candidatos para que el cuerpo electoral escoja entre ellos sus representantes, sin que el resultado de su libre opci¨®n se halle prejuzgado de antemano por el establecimiento de su orden inalterable, bloqueado.Esta reforma implica la modificaci¨®n de las normas electorales relativas a la designaci¨®n de los miembros del Congreso de los Diputados y de las que rigen las elecciones locales y las de los Parlamentos de las comunidades aut¨®nomas, lo que requiere un acuerdo muy amplio. Si ¨¦ste no es posible, su imposibilidad no ha de servir de pretexto para abstenerse de cambiar las leyes all¨ª donde puedan. ser cambiadas.
Porotra parte, la tantas veces anunciada reforma del Senado, si se hace en serio y no queda reducida a mero retoque, entra?ar¨¢ una enmienda constitucional. Sea cual sea el criterio que la presida para hacer de esta C¨¢mara un ¨®rgano genuinamente representativo de las entidades territoriales que componen el Reino de Espa?a, debe aprovecharse la modificaci¨®n que en la Constituci¨®n se introduzca para establecer la composici¨®n y la elecci¨®n del Senado, alterando simult¨¢neamente el texto del apartado 2 del art¨ªculo 68, de modo que, al determinar la composici¨®n ' del Congreso de los Diputados, se suprima la asignaci¨®n de la llamada "representaci¨®n m¨ªnima inicial a cada provincia. As¨ª, la representaci¨®n de- una provincia en el Congreso se ajustar¨¢ ¨²nicamente al criterio de la proporcionalidad el n¨²mero de sus habitantes. Ha durado demasiado el abuso cuya consecuencia es que la provincia de Barcelona elige un diputado por cada 124.678 electores censados mientras que la de Soria elige uno por cada 26.143.
Santo y muy bueno que el criterio de proporcionalidad demogr¨¢fica se mitigue o se compense (o incluso se elimine, si hay raz¨®n para ello) en los Parlamentos ¨²nicamente de las comunidades aut¨®nomas; pero en unas Cortes bicamerales, una (al menos) de las c¨¢maras debe obedecer, en su composici¨®n, a la estricta proporcionalidad. Eso s¨ª, la otra C¨¢mara debe tener un peso pol¨ªtico mayor que el del actual Senado y equiparable con el del actual Congreso en lo relativo a la elaboraci¨®n de las leyes.
Inmediatamente despu¨¦s de las elecciones del 3 de marzo ¨²ltimo, una especie de pataleta de p¨¦simo gusto, adem¨¢s de injusta, movi¨® a ciertos comentaristas, desilusionados por la brillante votaci¨®n que acababa de obtener el PSOE, a hablar de un voto cautivo., como si no fuera tan libre como los otros el emitido por ciertos sectores de la poblaci¨®n. A juzgar por el trato que les dispensa el art¨ªculo 68 de la Constituci¨®n, ?pensaremos tambi¨¦n que es cautivo el voto -o, cuando menos, una parte de ¨¦l- de las provincias m¨¢s densamente pobladas? El caso trae a mi memoria otra pataleta famosa en su tiempo: la del entonces jefe del Gobierno Manuel Aza?a, que en la primavera de 1933 reaccion¨® ante la estrepitosa derrota de ¨¦ste en unas elecciones municipales parciales diciendo en plenas Cortes que los peque?os municipios rurales que acababan de votar contra ¨¦l eran "parecidos a lo que llamaban en otro pa¨ªs los burgos podridos en sentido electoral" (*). El verdadero voto cautivo ?estar¨¢, para los autores de nuestra Constituci¨®n, no en los sectores sociales que los pataleantes denunciaban hace cuatro meses, sino en Barcelona, Madrid, Bilbao, Zaragoza y otros grandes centros urbanos convertidos en los burgos podridos de este final de nuestro siglo?
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