Hay que cerrar el gas
Cuando estaban a 100 kil¨®metros de Madrid, camino de la playa, el. padre de familia empez¨® a dudar si hab¨ªa echado la llave del gas. Con la mirada fija en la serpiente blanca que divid¨ªa el asfalto en dos mitades, rememor¨® sus ¨²ltimos movimientos por el interior de la casa. Desde luego, hab¨ªa cerrado el paso del agua: se acordaba porque al salir de debajo de la pila se dio un golpe en la cabeza, donde a¨²n ten¨ªa un bulto que ahora se tocaba con gratitud: gracias a ¨¦l sab¨ªa que por el lado de las inundaciones no habr¨ªa problemas. Luego hab¨ªa recorrido las habitaciones bajando las persianas con el cuidado de dejar una rendija por la que la vivienda respirara un poco durante la ausencia familiar. Record¨® que la del cuarto del peque?o se atasc¨® y que al desencajarla se hab¨ªa hecho un rasgu?o en el dedo. Contempl¨® la herida para certificar que no hab¨ªa sido un sue?o y continu¨® el recorrido. Ahora le tocaba el turno a la luz, cuyo interruptor general estaba un poco alto, por le) que era preciso subirse a una banqueta. Tras apagarlo, perdi¨® el equilibrio y al caer se mordi¨® por dentro el labio inferior. Acarici¨® ahora con la punta de la lengua aquella herida de sabor el¨¦ctrico y tambi¨¦n por ese lado se qued¨® tranquilo.En realidad, aquellos peque?os accidentes no hab¨ªan sido fortuitos. Siempre se los provocaba al salir de vacaciones para tener constancia de que las cosas quedaban en orden. Pero, maldita sea, no recordaba haber cerrado el gas. Sin dejar de prestar atenci¨®n al tr¨¢fico, se revis¨® las manos con cuidado en busca de una u?a partida o cualquier otra se?al que evocara por asociaci¨®n ese instante, y no la encontr¨®. Definitivamente, se hab¨ªa quedado abierto. Lo normal es que no sucediera nada, pero si llegara a producirse un escape, por peque?o que fuera, la vivienda se convertir¨ªa enseguida en un polvor¨ªn. Bastar¨ªa con que alguien llamara al timbre de la casa de al lado para que la chispa el¨¦ctrica hiciera estallar el gas acumulado y se produjera la cat¨¢strofe. Vio la, Casa saltando en pedazos y desvi¨® el coche hacia la derecha para detenerse en el arc¨¦n.
-?Qu¨¦ pasa? -pregunt¨® su mujer.
-Nada, me ha parecido o¨ªr un ruido.
Descendi¨® del autom¨®vil, se fue a la parte de, atr¨¢s, abri¨® el maletero para quedar ocult¨® a las miradas de su mujer y de sus hijos y respir¨® hondo varias veces cubri¨¦ndose la nariz y la boca con las manos. De este modo (lo hab¨ªa le¨ªdo en un libro de autoayuda), en lugar de aire, tomaba el anh¨ªdrido carb¨®nico expulsado de los pulmones y consegu¨ªa una relajaci¨®n pasajera.
-Hab¨ªa una maleta mal colocada -dijo al ponerse de nuevo al volante.
Arranc¨® m¨¢s tranquilo, aunque con la cabeza llena de cat¨¢strofes, y entonces el peque?o de los ni?os hizo la pregunta fat¨ªdica:
?Falta mucho?
El crisp¨® las manos alrededor del volante y evit¨® responder. En lugar de eso, adoptando un tono indiferente se dirigi¨® a su mujer:
-?No se te habr¨¢ ocurrido cerrar la llave del gas?
-Siempre te ocupas t¨². ?Se te ha olvidado?La pregunta de ella coincidi¨® con la del ni?o que insist¨ªa en averiguar cu¨¢nto faltaba. Como confesar su descuido habr¨ªa sido muy humillante se volvi¨® hacia el peque?o y dijo mordiendo las palabras como un perro rabioso:
-Falta una eternidad. Si quieres saber lo que es una eternidad, imagina a una hormiga dando vueltas alrededor de la Tierra, haciendo siempre el mismo recorrido. Piensa en los millones de a?os que har¨ªan falta. para que esa hormiga dividiera la Tierra en dos pedazos. En. este momento ni siquiera habr¨ªa comenzado la eternidad.
-?Entonces no llegaremos jam¨¢s ni olvidaremos nunca?
-As¨ª es -respondi¨® el padre sin dejar de masticar las palabras como si fueran piedras, al tiempo que se met¨ªa debajo de un cami¨®n de gran tonelaje. Unos instantes despu¨¦s, en el infierno, comprob¨® que ten¨ªa chamuscadas las cejas y record¨® que ¨¦sa era la se?al efectuada al cerrar la llave del gas. ?L¨¢stima de accidente!
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