Sacrificios
Cuando finaliza el curso pol¨ªtico, parece oportuno adelantar un apresurado balance de los cien primeros d¨ªas del nuevo Gobierno. ?Aprobado en la lucha antiterrorista, cero pelotero en materia cultural y pendiente para septiembre en asuntos econ¨®micos? Caricaturas al margen, debe reconocerse su habilidad para desviar la atenci¨®n: gracias a la cruzada ret¨®rica emprendida por sus hooligans neoliberales, el Gobierno ha conseguido que nos olvidemos del incumplimiento de su programa populista, pasando a discutir tan s¨®lo las cifras t¨¦cnicas de un ajuste aparentemente ineluctable. Se escamotea as¨ª un debate que debiera ser ante todo pol¨ªtico, al enmascararlo tras la jerga tecnocr¨¢tica de rigor. Pero debemos rebelarnos contra esa definici¨®n de la realidad, impuesta por el Gobierno como la ¨²nica agenda posible. En contra de cuanto se dice, el problema es pol¨ªtico, y no t¨¦cnico.Por supuesto, queda fuera de duda la conveniencia de reducir el ingente d¨¦ficit p¨²blico espa?ol. Y ello exige sacrificios indudables. Ahora bien, esta necesidad no impone ninguna soluci¨®n de antemano predeterminada, pues se podr¨ªa atajar el d¨¦ficit de muchas maneras, y hay que elegir entre todas ellas, a sabiendas de cada elecci¨®n: ?C¨®mo distribuir socialmente los sacrificios necesarios? Es decir, ?qui¨¦n debe pagar el coste del ajuste?. ?Todos en general o algunos m¨¢s que otros? Creo que aqu¨ª reside el aut¨¦ntico debate, que hasta ahora resulta enmascarado con argucias del contable.
Pues lo cierto es que los recortes plantean importantes problemas pol¨ªticos. Ante todo, el de qui¨¦n va a decidir qu¨¦ sacrificios. Parece claro que la derecha empresarial va a ser la decisoria, dada la impotencia de la izquierda, principal art¨ªfice del d¨¦ficit. Pero el que la iniciativa la lleven los empresarios unilateralmente, sin contar con los asalariados, determina de por s¨ª un claro sesgo en la direcci¨®n que se adopte. Pi¨¦nsese en la privatizaci¨®n del sector p¨²blico. ?Por qu¨¦ se resisten tanto los sindicatos? Pues porque defienden sus derechos adquiridos. En efecto, los asalariados se consideran los principales propietarios del Estado, ya que son sus primeros contribuyentes, frente a la flagante evasi¨®n fiscal de profesionales y empresarios que les mueve a desentenderse del Estado y a malvenderlo gratuitamente.Otro problema pol¨ªtico es el de para qu¨¦ sacrificarse. ?Con qu¨¦ incentivos se puede estimular la aceptaci¨®n de los recortes? ?sta es una cuesti¨®n de credibilidad, pues ?acaso cabe fiarse? Pi¨¦nsese en el despido libre. Se nos dice que, si se abarata su coste, puede que a corto plazo aumenten los despidos, pero a largo plazo se crear¨¢ mucho m¨¢s empleo. ?Cabe creerlo? Ser¨ªa como renunciar al p¨¢jaro en mano a cambio de la vaga promesa de que. ya llegar¨¢n ciento volando. Porque adem¨¢s, aunque se aceptase un silogismo semejante, los posibles empleos futuros recaer¨ªan en personas distintas, y nunca compensar¨ªan los seguros despidos actuales. Los derechos adquiridos que poseen los empleados de hoy son contantes y sonantes, mientras que la promesa de empleo futuro exige una fe que no compromete a nadie.
Pero el m¨¢s arduo problema pol¨ªtico es decidir a qui¨¦n se, va a sacrificar para que los dem¨¢s nos salvemos. Parece evidente que eludir¨¢n sacrificarse todos aquel. los que lo puedan evitar (y estoy pensando en sectores propietarios y profesionales), porque sus fuentes de ingresos son inmunes a la acci¨®n del Estado. En cambio, el resto es muy sensible a la intervenci¨®n estatal, aunque no todos tendr¨¢n que sacrificarse, pues se salvar¨¢n aquellos que por la volatilidad de su voto indeciso (y estoy pensando en los pensionistas) ser¨¢n objeto de deseo de la atenci¨®n gubernamental. As¨ª que s¨®lo quedan como candidatos al sacrificio los trabajadores actuales, que votan habitualmente a la izquierda. Y dado que el centro derecha tiene electoralmente, poco que perder si castiga a los asalariados, lo m¨¢s seguro es que los peores sacrificios recaigan sobre ¨¦stos. ?A qu¨¦ precio?
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