Retrato desde lejos
Por El 19 de junio de 1996, Margarita S¨¢nchez Guti¨¦rrez lleg¨® con su hija a las dependencias de la Jefatura Central de Polic¨ªa de Barcelona y, aun esposada, parec¨ªa convencida de que controlaba la situaci¨®n. Ya hab¨ªa sido detenida una vez y el juez la hab¨ªa dejado en libertad, de manera que no hab¨ªa nada que temer. Dec¨ªa: "Esta noche iremos a dormir a casa, ?no?".?Era una muestra de inconsciencia? ?O de aplomo?
Se alarm¨® cuando le leyeron y le hicieron firmar una diligencia de informaci¨®n de derechos, seg¨²n el art¨ªculo 520 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal. "Derecho a guardar silencio Le dijeron que estaba acusada de cuatro homicidios y tres tentativas de homicidio mediante envenenamiento de las v¨ªctimas por f¨¢rmaco y con ¨¢nimo de lucro. Cuando le dijeron que avisar¨ªan a un abogado de oficio, estall¨®, como la mayor¨ªa de los detenidos. "?Pero qu¨¦ est¨¢n diciendo? ?Yo no he matado a nadie!".
El jefe del grupo de Homicidios, paciente, guapo y amable, le advirti¨® que aquello no era una pelea de vecindario. "A m¨ª no me tienes que convencer de nada", le dijo.
Margarita pidi¨® que la reconociera un m¨¦dico. Le dol¨ªa la cabeza y estaba deprimida. El m¨¦dico diagn¨®stic¨® "cefalea". Solicit¨® que avisaran a su hermana Josefa. Se encerr¨® en s¨ª misma, dolida y rencorosa, cuando le dijeron que su hija tambi¨¦n se iba a quedar detenida porque hab¨ªa pruebas contra ella.
Les pido a los agentes de Homicidios que me hagan una descripci¨®n de Margarita S¨¢nchez Guti¨¦rrez, y empiezan por ella y terminan por su casa.
Viste de manera excesivamente juvenil, impropia de sus cuarenta y tantos a?os y de sus formas. Vestiditos de baby-doll, blusones, ce?idos pantalones de lycra, camisetas, alpargatas... Da la impresi¨®n de que se intercambia la ropa con la hija, aunque no son de la misma talla. La hija es una chica robusta, representante de esa nueva juventud que rebosa fuerza y colesterol por todos los poros.
Viv¨ªan en un piso siniestro, oscuro y cerrado. Las persianas estaban ca¨ªdas y no funcionaban: la polic¨ªa tuvo que subirlas a pulso. Para resumir la suciedad imperante, uno de los agentes me dice que, durante el registro del 17 de abril, encontraron bragas sucias en cualquier rinc¨®n del piso y hasta una compresa usada entre papeles del banco. Como detalle sospechoso, cantidad de monederos vac¨ªos. Y como pincelada misteriosa, una cocina reci¨¦n reformada... y absolutamente vac¨ªa. Sin un frasco en el frigor¨ªfico ni un cacharro en los armarios. S¨®lo polvo y rincones de mugre, incluso en un cuarto de ba?o que no parec¨ªa haberse utilizado nunca.
Cuando pregunto a los agentes de Homicidios c¨®mo se comport¨® Margarita durante la declaraci¨®n, la definen como manipuladora absoluta, artista del enga?o, mentirosa patol¨®gica.
En el recuerdo, se me encadena esta impresi¨®n con la inquilina de la v¨ªctima Piedad Hinojo que describ¨ªa a una bruja que ten¨ªa a los ni?os abandonados, que derrochaba el dinero mientras su marido trabajaba, que siempre iba dando sablazos a los vecinos, siempre pidiendo que le fiaran en las tiendas.
Estas descripciones difieren un tanto de la que me ofrece el aboga do que ha sido designado, de oficio, a Margarita S¨¢nchez.
Fui a verle a su bufete del Paral.lel, esa gran avenida de luces, espect¨¢culo, ocio, hoy aburrida zona de paso donde los teatros pugnan por resucitar lo que ya no existe.
Cualquier otro abogado habr¨ªa saltado de alegr¨ªa al verse con el caso de Margarita S¨¢nchez entre manos. Carlos de Visa, no. Me parece que le ha ca¨ªdo encima esta historia sensacional como un mazazo. No le gusta la publicidad, no sabe qu¨¦ hacer con ella, es hombre de anonimato y de trabajo callado y eficiente. Le adivino un rostro pelirrojo, pecoso y travieso en su infancia, que treinta y tantos a?os s¨®lo han conseguido decolorar un poco.
Aunque insin¨²a que cuando Margarita S¨¢nchez quiera contar su vida cobrar¨¢ por ello, me ofrece una imagen m¨¢s humana de su clienta, un perfil psicol¨®gico tan neutro que me parece m¨¢s veros¨ªmil que todo lo escuchado hasta ese momento.
Conoci¨® a Margarita en Jefatura, acoquinada, superada por los acontecimientos de toda una vida de infortunio. Me revela que su padre era alcoh¨®lico y, probablemente por ello las mujeres de la familia siempre estuvieron muy unidas formando una especie de matriarcado defensivo. La madre y las tres hermanas: Mar¨ªa Teresa, Josefa y Margarita.
Se cas¨® enamorada de Luis Navarro, y fueron muy felices los dos, al principio. Tuvieron a Sonia con alegr¨ªa, pero ¨¦l quer¨ªa un ni?o y fueron de buena gana a por la parejita. El ni?o naci¨® con problemas de coraz¨®n y tuvieron que ponerle un marcapasos. Fueron felices juntos, pero tambi¨¦n sufrieron juntos, y el sufrimiento, a veces, separa tanto como une.
Su marido qued¨® atrapado en el bingo y el alcohol. Las maltrataba, a Sonia y a ella. A Javi no, que era ni?o y estaba delicado del coraz¨®n. Para pagar deudas de juego, compraba y vend¨ªa cosas, no siempre de su propiedad. De ¨¦l aprendi¨® Margarita el mecanismo de la estafa. De ¨¦l hered¨® deudas asfixiantes, que no sab¨ªa c¨®mo afrontar con su m¨ªsera pensi¨®n de 75.000 pesetas.
Ante los agentes del grupo de Homicidios, una Margarita llorosa y descompuesta declar¨® que "no ten¨ªa intenci¨®n de matar a nadie". Ella s¨®lo quer¨ªa mantener dormidas a sus v¨ªctimas mientras las desvalijaba. Si luego surg¨ªan complicaciones y mor¨ªan, no era culpa suya. Carlos de Visa defiende que la presionaron demasiado, que declar¨® lo que declar¨® s¨®lo para proteger a su hija Sonia. La prueba est¨¢ en que luego, ante el juez, lo neg¨® todo.
Reconoci¨® que echaba "unas gotitas en el taz¨®n de sopa" de su suegra aunque su intenci¨®n "no era hacer da?o". Justific¨® los envenenamientos de los vecinos alegando que "necesitaba saldar una deuda urgente". Y si dijo que compraba el medicamento en cuesti¨®n para su marido, no consigui¨® explicar por qu¨¦ continuaba comprando frascos y conservaba las recetas dos a?os despu¨¦s de quedarse viuda.
Pregunt¨¦ si era verdad que reconoci¨® que las recetas las falsificaba la hija, Sonia, pero admito que era una cuesti¨®n idiota. ?Qui¨¦n iba a falsificarlas, si ella es analfabeta?
Ahora, en la c¨¢rcel de WadRas, Margarita S¨¢nchez Guti¨¦rrez, de nueve a doce, aprende a leer y a escribir. Por la tarde, confecciona mu?ecas en el taller de manualidades, que eso estimula la comunicaci¨®n entre las reclusas, contrarresta la inhibici¨®n de los primeros d¨ªas y disipa la hostilidad inicial de las otras, detenidas. Contra lo que me hab¨ªan dicho, Margarita S¨¢nchez no recibi¨® m¨¢s agresi¨®n que el vac¨ªo de las habituales hacia la que va por libre y no pertenece al mundo de la delincuencia.
De todas las Margaritas que se le ofrecen, el escritor, que busca tres dimensiones en un mundo de una sola dimensi¨®n, se queda con esta pobre mujer deprimida y sentenciada desde el nacimiento, que hace mu?ecas, que no ve de un ojo, que tiene que mirar hacia un lado para ver al frente.
Tal vez la elecci¨®n se deba a que me encontr¨¦ con su hija Sonia (a quien el juez dej¨® en libertad), prisionera en la plaza de los Pirineus. La plaza de los Pirineus es un desierto, es una isla, nadie puede telefonear all¨ª a Sonia. No puede recibir noticias de su madre ni comunicarse con nadie. Tal vez sea precisamente por eso que Sonia pasa all¨ª horas y horas.
Dicen qu¨¦ la hija viene a ser una copia de la madre. Y la definen explosiva y taimada. Pero yo la he visto en esa plaza de L'Hospitalet, envuelta en humo de Fortuna y aislada del mundo. He visto el miedo y el desconcierto en su sonrisa de pasota. Puede ser muy d¨¦spota y prepotente, puede ser tremendamente agresiva e incluso peligrosa, pero siempre, durante el resto de su vida, ser¨¢ el animal que ataca porque se siente atacado y que odia porque no entiende que nadie le haya ense?ado a querer.
Inesperadamente, esa muchacha, de melena lacia casta?o claro, pecas, sonrisa tibia, cuerpo robusto, me sali¨® al paso. Yo hab¨ªa estado buscando por el barrio, infructuosamente, a alguien que me hablara bien de Margarita S¨¢nchez. Llam¨¦ a la casa de su hermana Mar¨ªa Teresa para hacerle ver que s¨®lo dispon¨ªa de testimonios adversos, de prejuicios, inquina y desprecio. Sonia se enter¨® y me vino a ver.
Me pidi¨® dinero a cambio de informaci¨®n. Y comentaba con sus amigos que, con unos cuantos millones, podr¨ªan irse a Ibiza. S¨®lo pensaba en huir de este mundo. Lo comprend¨ª, pero ah¨ª termin¨® nuestra comunicaci¨®n. La abogada de Sonia no cree conveniente que Sonia hable de m¨¢s. Y me parece muy acertada su decisi¨®n.
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