Aborto y carnaval
SI MANDY Allwood lleva a t¨¦rmino su embarazo ¨®ctuplo cobrar¨¢ 200 millones de pesetas. Apenas tiene probabilidades de sobrevivir. Tiene, en cambio, muchas de morir. No se conoce en la historia un parto de ese n¨²mero, y su ginec¨®logo le ha explicado que los progresos cl¨ªnicos no han llegado a hacerlo posible. Se puede conjeturar que la madre y el padre, Paul Hudson, habr¨¢n calculado cu¨¢ndo deben detener la aparente locura: hasta ese momento habr¨¢n ganado un dinero muy elevado, y ya han cobrado 70 millones por sus memorias, si es que tal cosa existe.La cuesti¨®n no est¨¢ s¨®lo entre los progenitores, sus m¨¦dicos, los peri¨®dicos sensacionalistas y la agencia de relaciones p¨²blicas que pagan: lo m¨¢s grave es la mezcla de entidades supuestamente morales como las que para la defensa te¨®rica de la vida est¨¢n utilizando, y pagando, a esta pareja. La posible muerte de la madre no es para este tipo de fan¨¢ticos un inconveniente que los detenga. M¨¢s bien les estimula: ser¨ªa una hero¨ªna hacia el para¨ªso, y en la prensa que ampara esta ideolog¨ªa, sobre todo en los pa¨ªses de tradici¨®n cat¨®lica, se considera un mandato divino no interrumpir el embarazo por ninguna raz¨®n. El Vaticano est¨¢ interviniendo frecuentemente, aunque hay sectores, de la Iglesia que consideran la cuesti¨®n de otra manera. La culpabilidad del periodismo amarillo est¨¢ siendo continuamente desbordada por opiniones aparente cubiertas por la sabidur¨ªa y, simult¨¢neamente, por su contraria, la iluminaci¨®n.
Estos sucesos, del que ha sido pr¨®logo la embarazada de gemelos que decidi¨® perder uno (y que tambi¨¦n fue presionada y sometida a soborno), empa?an un debate que deber¨ªa ser limpio y abierto sobre las condiciones del aborto y, sobre todo, sobre la forma de la prevenci¨®n deseada del embarazo. Est¨¢ probado que la mayor parte de abortos voluntarios se debe a un fallo en las medidas anticonceptivas. Los Estados contempor¨¢neos est¨¢n obligados a dar informaci¨®n suficiente, desde la escuela, sobre toda la sexualidad, incluyendo el embarazo no querido; en facilitar medios y consultas para que los j¨®venes, y especialmente las mujeres, ejerzan su sexualidad libremente sin riesgo de embarazo, y ayudar, en ¨²ltimo caso, al aborto. No se trata de una afiliaci¨®n al aborto sin condiciones sanitarias y en cualquier momento; pero tampoco hay que aceptar el otro extremo, que es el de la prohibici¨®n y el castigo, aunque ya se ha conseguido en algunas legislaciones conservadoras distinguir entre la v¨ªctima -la mujer- y el culpable, que ser¨ªa el m¨¦dico. Distinci¨®n grave. Si ninguna mujer va a ir a la c¨¢rcel por abortar es absurdo castigar al m¨¦dico que la ayude.
Dos casos recientes en Espa?a, dos neonatos encontrados en contenedores de basura, ponen de relieve la presi¨®n de la sociedad contra la mujer que pare fuera de las normas antiguas y solemnes; pero as¨ª como esos dramas tienen que ver con problemas reales, la cuesti¨®n de los octillizos es mero carnaval: reducci¨®n a lo grotesco de una cuesti¨®n profunda.
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