Verano en la Corte
Atr¨¢s, como dudoso recuerdo, la denodada vigilia de quienes nos quedamos en la ciudad, amarrados a la pantalla chica, que llen¨® los d¨ªas -y buena parte de las noches- con las retransmisiones desde la ol¨ªmpica Atlanta. Sospecho que hemos sido los habitantes de la capital quienes, con mayor fervor y empecinado inter¨¦s, seguimos la peripecia de aquel revoltijo de atletas, aficionados y profesionales, donde el que no parec¨ªa negro era por casualidad. Permanece -generalizamos- el solitario, la solitaria, que envi¨® al exilio vacacional a su familia, libre existencia del que no est¨¢ sujeto al horario gastron¨®mico, ni al respeto ac¨²stico nocturno. Se enfrenta, mano a mano, con el televisor, como anta?o ca¨ªa en las garras de las nocturnas amistades peligrosas que poblaban la soledad del pobre y confiado rodr¨ªguez.Para empezar, aquellas amables j¨®venes y menos j¨®venes que entreten¨ªan la soledad del Cabeza de familia confinado al agosto madrile?o desaparecieron y nadie, que yo sepa, ha tomado el relevo. Hablo de la ¨¦poca en que la mujer y la prole eran desplazados al litoral o a la cordillera, mientras el esforzado var¨®n se consum¨ªa, haciendo pajaritas de papel, al acecho del frescor cenital y la esperanza de una aventura.
?sta, rar¨ªsima vez se produc¨ªa, pues esa facci¨®n femenina -entonces estaba rigurosamente prohibido que hubiese m¨¢s de dos sexos en conflicto- ya comenzaba a desertar de la piscina y a frecuentrar las playas; lo residual se defin¨ªa en t¨¦rminos taurinos, como defectuoso y desecho de tienta.
O sea, unas copejas con el ser humano que, al filo de las dos de la madrugada, ense?a las fotos de los reto?os a una comprensiva peripat¨¦tica que, llegado el turno, muestra, con leg¨ªtimo orgullo, la efigie de su ni?ita, el d¨ªa de la Primera Comuni¨®n, justo aquel mes de mayo. Clich¨¦s desva¨ªdos, olvidados, sin nostalgia.
Ya no quedan rodr¨ªguez, ni osos, en Madrid. Con encomiable y poco reconocido denuedo, unos cuantos habitantes de la villa se plantan, ellas el mant¨®n alfombrao y ellos la gorra de visera o el bomb¨ªn, con pareja afici¨®n y entrega con que los c¨®micos endosan la t¨²nica y enlazan el coturno para declamar a Esquilo en el polvoriento anfiteatro de M¨¦rida. Medea es la se?¨¢ Rita de La verbena de la Paloma. Una ojeada a la cartelera de espect¨¢culos revela el vac¨ªo canicular. Los teatros que no est¨¢n semicerrados est¨¢n semiabiertos. En uno de ellos se reclama al p¨²blico en representaciones, con venta anticipada de localidades, los lunes y domingo; descanso, de martes a s¨¢bado, asueto que dan los remisos espectadores. Se nota, de lejos, que donde no hay subvenci¨®n se ha acabado la funci¨®n.
Los c¨®micos, como siempre ocurri¨®, hacen la gira anual, recorriendo los mejores lugares tur¨ªsticos, sin la menor posibilidad de poner un pie en la playa. Uno se pregunta, sin energ¨ªas para averiguarlo, qu¨¦ se hizo, cu¨¢ndo y por qu¨¦ se clausuraron los varios lugares del Madrid veraniego, que no precisaba de otro aire acondicionado que la brisa, en su cotidiana visita nocturna. Parece que s¨®lo sobrevive el Florida Park, en el Retiro.
Desde las diez y cuarto de la noche, cine al aire libre en el paseo de la Florida. Cien duros el asiento, 300 pesetas la tercera edad: gran atractivo, menores de cinco a?os,, gratis. Quiz¨¢s sea una forma de apartarles de la adicci¨®n a la tele, por el sistema de la ubicuidad imposible. Desfallecen tres salas X, quiz¨¢s como lugares refrigerados de penitencia y reflexi¨®n. Unas cuantas piscinas p¨²blicas, las reservadas a los socios de entidades recreativas -?qu¨¦ per¨ªfrasis tan cursi y rebuscada!- y las avistadas desde el avi¨®n, cuando se aproxima Barajas, arri?onadas y siempre sin gente. Ignoro si se esconden al apercibirlos o sus propietarios est¨¢n ausentes, ba?¨¢ndose en otras piscinas, a la orilla del mar.
Un d¨ªa cualquiera, en agosto, dispone la ciudad de 70 farmacias de guardia, la mitad en servicio permanente. Ya saben que la farmacia de guardia es el despacho que m¨¢s lejos est¨¢ de nuestro domicilio cuando lo precisamos a deshora. Como Calahorra y 'Washingt¨®n', tenemos obispo y varios hospitales. ?Ah! y una a?eja distracci¨®n, muy madrile?a, sabiamente rese?ada, de vez en cuando, en el diario m¨¢s importante, que es ¨¦ste: "Operaci¨®n Asfalto". Fue uno de los m¨¢s castizos entretenimientos del capitalino, contemplar c¨®mo trabajan los otros.
Desde mi m¨¢s remota infancia recuerdo la congregaci¨®n de observadores, tras el encintado de una obra callejera, admirando -y a menudo criticando- la tarea de los trabajadores municipales, que abren y cierran zanjas. El torso sudoroso y el pa?uelo de cuatro nudos protegiendo la cabeza est¨¢n sustituidos por la amarilla pala mec¨¢nica, que rompe, excava, retira escombros y rellena trincheras y cunetas en media jornada. Hoy, los aficionados conocen la ubicaci¨®n de estos fascinantes y ejemplares tajos, aunque no consta el horario. Hab¨ªa gente capaz de resistir luengos ratos sin perder la serenidad ni sentirse arrastrada por el ejemplo.
Gran ciudad, que se vuelve pueblo al quedarse sin gente. ?Adi¨®s, Madrid! .
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