En globo hacia Maastricht
Los tripulantes de un globo a la deriva, ansiosos por conocer el lugar que sobrevolaban, divisan a un solitario campista y le gritan: "?Eh, buen hombre! ?d¨®nde estamos?". El interrogado les responde, sin dudarlo: "?En un globo!". La versi¨®n original de la f¨¢bula concluye cuando uno de los embarcados deduce la condici¨®n de economista del acampado, a la vista de "la l¨®gica de la respuesta y lo perfectamente in¨²til de la misma", pero una adaptaci¨®n espa?ola actual podr¨ªa terminar indicando que, al reconocer entre los tripulantes a destacados miembros del equipo econ¨®mico del Gobierno, el campista respondi¨®, seguro de acertar: "?En un globo sonda!".En esta versi¨®n ap¨®crifa no es aconsejable deducir la profesi¨®n del excursionista, porque son multitud los ciudadanos aturdidos por los numerosos avisos de medidas que el Gobierno ha filtrado a los medios informativos con el fin de sondear el impacto social de las mismas, para despu¨¦s desmentirlas, minimizarlas o hacerse el distra¨ªdo, en funci¨®n del contenido y grado de virulencia de las reacciones. La lista de los globos sonda es interminable: privatizaci¨®n o cierre de Hunosa, tasas por la utilizaci¨®n de servicios sanitarios, canon del agua, ticket para el uso de autov¨ªas, congelaci¨®n salarial en todas las administraciones p¨²blicas, m¨¢s impuestos sobre las gasolinas. recortes de las pensiones y otras menudencias. Medidas todas ellas presentadas como inexcusables para la reducci¨®n del d¨¦ficit p¨²blico, el principal de los varios lastres que dificultan el vuelo en globo hacia Maastricht de nuestra econom¨ªa. Hasta tal punto han llegado el alud de serpientes veraniegas y la intoxicaci¨®n inf¨®rmativa que un molesto Abc disparaba, as¨ª, desde su almena editorial: "Tampoco parece la mejor forma de gobernar ¨¦sta, algo box¨ªstica, de amagar, estudiar la reacci¨®n del 'adversario'. Y, si manifiesta alg¨²n sistema de debilidad, golpearle duramente con el BOE" (20/08/96).
Naturalmente, los pol¨ªticos tienen derecho a equivocarse y a cambiar de opini¨®n. Algunos errores pueden incluso corregir e casi en tiempo real, al decir cursi de la ¨¦poca, como la imaginativa propuesta que distinguidos miembros del Ejecutivo hicieron de parar el reloj de Maastricht (luego es posible que el reloj no marque las horas, como implor¨® Antonio Mach¨ªn, pero eso s¨®lo puede sugerirlo Kohl, y en fin de semana, sin que los mercados se derrumben). De los cambios de parecer qu¨¦ vamos a decir, si a nadie se le exige hace tiempo cumplir las promesas electorales y, mucho menos, que admita errores en las opiniones que hab¨ªa expresado antes de su acceso al poder. Parecer¨ªa incluso de mal gusto recordar ahora, por ejemplo, que el secretario de Estado de Econom¨ªa escribi¨® hace poco m¨¢s de tres a?os: "El Tratado de Uni¨®n Econ¨®mica, Monetaria y Pol¨ªtica firmado en la Cumbre de Maastricht es inconveniente. La precipitaci¨®n en el logro de la uni¨®n monetaria y en la uni¨®n pol¨ªtica ha provocado el rechazo de amplias capas. de la poblaci¨®n europea,- que ven con recelo la p¨¦rdida de soberan¨ªa que ello implica. Adem¨¢s, la importancia excesiva que se est¨¢ otorgando a la uni¨®n monetaria a lo largo de todo el proceso de integraci¨®n europea est¨¢ generando inestabilidad en los mercados financieros" (C¨ªrculo de Empresarios. Libro Marr¨®n). As¨ª que, lo dicho, pelillos a la mar.
Aunque tambi¨¦n en la t¨¢ctica econ¨®mica "orden m¨¢s contraorden es igual a desorden", lo que en verdad empieza a ser preocupante no es el h¨¢bito de desmentirse cada 24 horas que parece haber adquirido el Gobierno de un partido que anunci¨® la revoluci¨®n de reducirlo todo (impuestos, regulaciones, burocracia, tama?o del Estado ... ) para aumentar nuestra felicidad. Angustia, sobre todo, que este insistente intento de amedrantamiento psicol¨®gico, unido al aumento consumado de impuestos especiales, parece implicar un reconocimiento t¨¢cito de su incapacidad para reducir el d¨¦ficit sin aumentar la presi¨®n fiscal. Adem¨¢s, como esto ocurre cuando el Ejecutivo est¨¢ a¨²n en una fase de levitaci¨®n en la que, como los pasajeros del globo, contempla los asuntos terrenales a vista de p¨¢jaro, da miedo esperar a que el simple transcurrir del tiempo ("cuyos mil azares cambian los decretos de los reyes, atezan la hermosura, embotan los instintos m¨¢s agudos e inclinan a los esp¨ªritus m¨¢s firmes a la pendiente mudable de las cosas", seg¨²n Shakespeare) les sit¨²e a ras de suelo, frente a la hierba dura del gasto corriente. Un gasto que sigue creciendo y que, como ha denunciado el Banco de Espa?a, parece tener intensa vida propia.
Varios l¨ªderes del PP han manifestado que las cosas se ven muy distintas desde el Gobierno y, como todo el mundo sab¨ªa antes del reconocimiento, les sobra raz¨®n: la realidad es siempre m¨¢s compleja que el panorama pintado por aproximaciones dogm¨¢ticas que, en la pr¨¢ctica opositora, salen pol¨ªticamente gratis. Por lo visto, el equipo econ¨®mico percibe ahora c¨®mo muchos ciudadanos no entienden que estrechar la mano de la competitividad obligue a recortar las pensiones, ni admiten que la dichosa globalizaci¨®n econ¨®mica nos ponga en inferioridad comercial frente a naciones que no tienen sus movimientos reumatizados por las prestaciones sociales. Tambi¨¦n le cuesta entender a la gente que nuestra vieja man¨ªa de redistribuir la riqueza nos impida ahora crearla, e incluso no parece muy convencida de que, si no hacemos grandes sacrificios inmediatos, los dioses de Maastricht y el Bundesbank nos arrojar¨¢n del para¨ªso al d¨¦ficit eterno.
En resumen, la gente desconoce los principios de la econom¨ªa neoliberal que iluminan al Gobierno y, para m¨¢s inri, parece decidida a perseverar en la ignorancia. Pero no acaban ah¨ª las tribulaciones del Ejecutivo: las comunidades aut¨®nomas y corporaciones locales muestran una propensi¨®n marginal al gasto superior a la unidad, desmintiendo as¨ª a la ciencia econ¨®mica; y tres de cada cuatro personas consideran aqu¨ª que el Gobierno es el principal responsable de garantizar su felicidad o la prima causa de sus desventuras. "A los espa?oles, cuando se les acaba el Estado se les pira el mundo", sentenci¨® Ortega, y algunas actitudes sociales hacen pensar que se qued¨® corto.
Por todo ello, son muchos los espa?oles expectantes estos d¨ªas ante las decisiones presupuestarias del Gobierno, que, a la vista de la necesaria reducci¨®n del d¨¦ficit p¨²blico, equivale a preguntarse por el recorrido social de las tijeras en su billonario recorte; un trayecto que el ¨¦xito en la lucha contra el fraude fiscal y la recuperaci¨®n econ¨®mica deber¨ªan hacer m¨¢s corto, pero que s¨®lo el producto de las privatizaciones ser¨¢, previsiblemente, capaz de reducir. A partir de ah¨ª se conocer¨¢n los damnificados por nuestro vuelo hacia la campi?a holandesa y tambi¨¦n las capas sociales que tendr¨¢n asiento preferente en la barquilla. El tijeretazo no ser¨¢ neutral, porque, si bien Schumpeter escribi¨® que "el presupuesto es el esqueleto del Estado desprovisto de ideolog¨ªa", es obvio que, en esto ¨²ltimo, el genial economista se equivoc¨® de medio a medio. Los n¨²meros y las tijeras pueden ser inocuos, y hasta tontos, pero nadie busque aqu¨ª manos inocentes.
es catedr¨¢tico de Econom¨ªa Aplicada. U. del Pa¨ªs Vasco.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.