Goya no lo habr¨ªa pintado
Se celebr¨® la corrida goyesca de Aranjuez y si llega a estar all¨ª Goya no la habr¨ªa pintado. Si llega a estar, seguro que no vuelve. Goya no habr¨ªa dedicado ni un cent¨ªmetro de cart¨®n a pintar aquel ganado chotuno con aspecto de croqueta, aquellos toreros vestidos de adefesio, aquellas carreras que se pegaban los susodichos despu¨¦s de fingir suertes.?Qui¨¦n dijo suertes? La suerte, una suerte, la ¨²nica, la exclusiva: el derechazo; con una ligera variante por el lado izquierdo, que llaman natural sin ninguna propiedad pues carece de naturalidad. Goya no habr¨ªa perdido el tiempo no ya pintando derechazos arteros sino acudiendo al lugar para sumirse e n el aburrimiento.
Para sumirse en el aburrimiento y, encima, no tener ni d¨®nde sentarse. Porque la dimensi¨®n de las localidades es tan exigua que no cabe nadie, a poco culo que tenga. Uno con culo normal ocupa dos asientos. Uno cul¨®n, tres, acaso cuatro. El problema se agudiza cuando aparece el de la entrada de al lado y te pide que culees al objeto de dejarle sitio. Y es imposible, salvo que le pegues una culada al del sitio opuesto, lo cual constituye una groser¨ªa. Y adem¨¢s as¨ª es como empiezan las peleas.
J¨®dar / Manzanares, Rinc¨®n, Barrera
Toros de J¨®dar y Ruchena, sin trap¨ªo, varios anovillados, inv¨¢lidos. Los anunciados de Joao Moura no se lidiaron.Manzanares: tres pinchazos bajos, bajonazo y rueda de peones (algunos pitos); pinchazo y bajonazo (silencio). C¨¦sar Rinc¨®n: metisaca escandalosamente bajo, pinchazo y bajonazo (silencio); pinchazo, estocada y rueda de peones (silencio). Vicente Barrera: estocada corta (aplausos y saludos); dos pinchazos, rueda de peones, dos pinchazos, ruedas de peones -aviso- y descabello (silencio). Plaza de Aranjuez, 6 de septiembre. Corrida goyesca, 1? de feria. Media entrada.
La localidad de barrera que ocup¨® un servidor (tendido 1, n¨²mero 38; precio, 13.200 pesetas) med¨ªa, exactamente, un palmo, en tanto el culo de quien lo explica no se abarca completo con una mano (ni con ninguna tampoco: un respeto). Lleg¨® un corpulento ciudadano acompa?ado de su santa esposa, que le doblaba el volumen, y solicit¨® cortesmente que culeara. Semejante pretensi¨®n no ten¨ªa objeto ya que, calculados a ojo de buen cubero, aquellos culos reci¨¦n llegados habr¨ªan necesitado por lo menos ocho localidades juntas.
El problema continuaba latente y se solicit¨® la comparecencia de un acomodador para que lo solucionara, pero el acomodador se llam¨® andana y dijo que reclam¨¢ramos al arquitecto por haber construido una plaza tan inc¨®moda. Lo bueno de los acomodadores es que saben dar pistas. El arquitecto del hist¨®rico coso arancetano muri¨® hace dos centurias, de manera que lo apropiado habr¨ªa sido jugar a la g¨¹ija, invocadora de esp¨ªritus, y llamarlo a cap¨ªtulo.
Ciertamente, una sesi¨®n de g¨¹ija siempre resultar¨ªa m¨¢s emocionante que la corrida, que fue un petardo. Los toros se ca¨ªan unas veces del cuarto trasero, otras del delantero, o se desplomaban con estr¨¦pito pill¨¢ndose debajo, para su desgracia, el rabo y las verg¨¹enzas.
Los toreros, seg¨²n Manzanares, tras probar el derechazo y el fingido natural al primero, se puso a tirar l¨ªneas; al cuarto, ni aquello le prob¨® y se lo quit¨® de en medio. C¨¦sar Rinc¨®n, al segundo, le pegaba el derechazo abierto el comp¨¢s y bizarra la apostura, luego apretaba a correr. Al cuarto le ensay¨® lo mismo pero la invalidez le imped¨ªa a ese toro embestir seguido. Vicente Barrera se arrim¨® m¨¢s.
Vicente Barrera corre menos hay un prop¨®sito de quietud -podr¨ªa servir de sin¨®nimo honradez- en la concepci¨®n de su toreo y sobre estas raras virtudes mont¨® sus faenas. Sin embargo no hab¨ªa all¨ª toros, que son los que dan m¨¦rito a los toreros; y si alguno sac¨® genio, tal que el sexto, le falt¨® al valiente matador el repertorio que se deriva de los fundamentos de la tauromaquia para someterlo y dominarlo.
Los tres diestros se fueron de vac¨ªo, el p¨²blico tambi¨¦n. Algunos, ligeritos de cartera, con mil, o dos mil duros menos (o las 13.200 por una barrera de a palmo), y la verdad es que no merec¨ªa la pena, con aquel ganado y aquellas trazas toreras. Quien acert¨® fue la mayor¨ªa, que se qued¨® en casa. En el hist¨®rico coso est¨¢bamos la familia de Carlos IV y ac¨¢.
Ribere?os goyescos
La familia de Carlos IV y su corte -y su ciudadan¨ªa- abultaban m¨¢s. Irrumpieron en el ruedo antes de la funci¨®n unas decenas de ribere?os vestidos a lo goyesco y representaron escenas sencillas de la ¨¦poca con mucha naturalidad y conocimiento. Las damas de corte luciendo el palmito, los chiquillos jugando al toro, el cura de grupo en grupo sermoneando y peg¨¢ndose lingotazos de una bota que alguien alleg¨®, las parejitas de enamorados, los menestrales pavone¨¢ndose bajo la capa, los guardias atentos a las fechor¨ªas de los rateros, los rateros al asalto de las faltriqueras...A toque de clar¨ªn, se marcharon alegres cantando canciones, el cura entreg¨® la bota ya enjuta a un cercano brigadier y se confundi¨® entre el gent¨ªo, el paso azaroso, la teja ca¨ªda al ojo al estilo chulesco. Estos lances graciosos y espont¨¢neos del pueblo s¨ª los habr¨ªa pintado Goya. Y los pint¨®: por eso pudieron representarlos dos siglos despu¨¦s. Cerraba filas la banda de cornetas y tambores a ritmo marcial y una vez abandonaron el ruedo, se hicieron presentes los toreros. Pero eso ya no ten¨ªa ning¨²n inter¨¦s.
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