La democracia sin palabra
Hace poco le escuch¨¦ decir a un viejo escritor y periodista italiano, con una larga trayectoria profesional a sus espaldas, que ya no le¨ªa peri¨®dicos de su pa¨ªs porque se parec¨ªan demasiado a la televisi¨®n. Se lamentaba, en s¨ªntesis, de que los diarios italianos, con pocas salvedades, hubieran abandonado el territorio propio de la prensa escrita para tratar de resistir a la competencia de los medios de comunicaci¨®n audiovisuales. En suma, los peri¨®dicos estar¨ªan disimulando cada vez m¨¢s su condici¨®n de escritura para camuflarse bajo la apariencia de imagen.No es muy distinta la prensa en Espa?a, pese a que tambi¨¦n aqu¨ª unos pocos peri¨®dicos intentan mantener la especificidad de la prensa escrita. El sometimiento a la imagen est¨¢, sin embargo, crecientemente extendido, sea a trav¨¦s de una determinada escritura que parezca imagen, sea directamente con un expl¨ªcito dominio de la imagen sobre la escritura, circunstancias ambas que hasta hace pocos a?os eran adecuadas para la "prensa popular" -y sensacionalista: amarilla, negra, rosa- pero no para una supuesta "prensa seria" que se basara en el rigor informativo.
Los lectores de peri¨®dicos se han ido acostumbrando al predominio progresivo de la imagen: a menudo, los aut¨¦nticos editoriales son los titulares y las fotos de primera p¨¢gina. El editorial razonado -escrito con cierta dosis de reflexi¨®n- sigue existiendo, pero su impacto es mucho menor que las im¨¢genes de portada, es decir, que los despliegues tipogr¨¢ficos que convierten el mensaje escrito en mensaje ic¨®nico, y que las fotograf¨ªas. Contra su propia esencia, la prensa escrita parece haber asumido el t¨®pico de la imagen y las mil palabras, de manera que las "im¨¢genes del d¨ªa" arrinconan paulatinamente a las "informaciones del d¨ªa". Los ejemplos son tantos que m¨¢s bien ser¨ªa dif¨ªcil hallar la excepci¨®n. Por poner uno, reciente, comp¨¢rese la escasa y muchas veces deficiente informaci¨®n sobre lo sucedido en Afganist¨¢n con la reiteraci¨®n ad nauseam de la foto tremebunda del ex presidente Nahibul¨¢ colgado de la plaza p¨²blica.
Al abandonar su espacio genuino, la prensa escrita debe competir desventajosamente respecto a los medios audiovisuales, a los que trata de imitar con recursos que le son extra?os: la figura del lector de peri¨®dicos -no del "mirador de peri¨®dicos"- queda, as¨ª, vampirizada por la figura del telespectador. En realidad, muchos diarios est¨¢n escritos no para lectores, sino para telespectadores.
No entro a juzgar si ¨¦ste es un fen¨®meno irreversible. En cualquier caso ha modificado profundamente las estructuras, formas y expresiones de lo que, un poco grotescamente, denominamos opini¨®n p¨²blica. Es interesante constatar que se trata de una modificaci¨®n paralela a la que ha acaecido en la representaci¨®n p¨²blica, paralelismo que, por otro lado, nada tiene de azaroso si tenemos en cuenta la intimidad de prensa escrita y democracia, desde la eclosi¨®n de ambas en el siglo pasado.
Al igual que en la opini¨®n p¨²blica, la palabra ha perdido influjo -y asimismo valor- en la representaci¨®n p¨²blica: seguimos hablando de democracia parlamentaria, pero lo cierto es que, a medida que el siglo XX llega a su final, lo que prevalece es una democracia, por as¨ª decirlo, iconomentaria. A este respecto, lo que ocurre en Espa?a es un reflejo, quiz¨¢ acentuado por la d¨¦bil tradici¨®n democr¨¢tica, de lo que ocurre en el resto del mundo occidental.
La escasa brillantez de nuestros parlamentarios y la pobre vida de nuestros parlamentos, la sucesi¨®n de hemiciclos vac¨ªos, la debil¨ªsima relaci¨®n entre representantes y representados no son sino manifestaciones expl¨ªcitas de algo que, como si fuera inconfesable, seguimos ocultando: el fin de la democracia parlamentaria, o, de una manera m¨¢s rotunda y significativa, el fin de la democracia de la palabra.
Cuando acusamos a nuestros pol¨ªticos por su inconsistencia o por su transformismo, por sus fulgurantes cambios de posici¨®n, por su falta de convicciones, por sus traiciones aparentes o reales, por su falta de palabra -y continuamente lo hacemos, o lo hace por nuestra cuenta la omnipresente opini¨®n p¨²blica producida por los medios de comunicaci¨®n-, olvidamos que hay una parad¨®jica coherencia en sus actitudes: en cuanto part¨ªcipes de una democracia iconomentaria, que todos contribuimos a consolidar, nuestros pol¨ªticos han saltado a la escena p¨²blica para dar la imagen, como se dice consecuentemente en los c¨ªrculos publicitarios, y no para dar la palabra.
No es s¨®lo un juego, y si lo es es un juego que deber¨ªamos tomar muy en serio. Emancipados de la responsabilidad de dar -darnos- la palabra, y de guardar -guardarnos- el compromiso sellado a trav¨¦s de ella, nuestros representantes quedan supeditados a la exigencia de dar -darnos- la imagen que supuestamente los representados deseamos recibir. Como saben muy bien los asesores de campana, el pol¨ªtico ideal es aquel que es casi todo imagen y casi nada palabra. El que habla, por tanto, sin dar la palabra, con palabras autodegradables que refuercen el peso total, absoluto, omniabarcador de la imagen.
En una democracia iconomentaria es bastante ocioso pedir que los representantes sean respetuosos con sus convicciones, ideales o creencias, pero todav¨ªa lo es m¨¢s que lo sean con su compromiso, pues, ausente el valor de la palabra, el compromiso no puede existir. ¨²nicamente existe la construcci¨®n permanente de la imagen, de modo que, inevitablemente, los enlaces de la memoria en los que se transmite el compromiso se disuelvan en la "rabiosa actualidad".
El cambio fundamental en la naturaleza de la democracia es evidente: si aceptamos la afasia en la vida p¨²blica, tambi¨¦n aceptamos el triunfo de la amnesia. Una democracia af¨¢sica implica tambi¨¦n una democracia amn¨¦sica, en la que las necesidades del presente lo son todo. El progresivo abandono de la palabra -de la informaci¨®n mediante la palabra- por parte de la prensa escrita y su sujeci¨®n a la imagen es la otra cara, sim¨¦trica, del proceso acaecido en el territorio pol¨ªtico. Lo que no est¨¢ nada claro en el futuro es si podremos continuar llamando democracia a una democracia sin palabra.
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