Curso de ventas
Fondas en ruinas jalonan el paseo por este afluente del Eresma, desde las Siete Revueltas a la Fuenfr¨ªa
Uno de los peores s¨ªntomas del progreso es que todo quisque viaja zumbando de ac¨¢ para all¨¢, con la fr¨ªa determinaci¨®n de una caterva de zombies, y ya nadie se detiene en el camino ni para cambiarle el agua al canario. La parada y fonda de anta?o se ha perdido o, en el mejor de los casos, ha sido derogada por una estaci¨®n de servicio cuyo ¨²nico signo de vida es una cajera con acn¨¦ y menos conversaci¨®n que un surtidor autom¨¢tico: "Ha elegido usted gasolina s¨²per".No hace mucho, cuando las distancias a¨²n se med¨ªan en leguas y cambios de tiro, el hoy facil¨ªsimo tr¨¢nsito por los puertos del Guadarrama constitu¨ªa una odisea en la que se entreveraban las jornadas de arrieros y gabarreros, caballeros andantes y vagamundos, arciprestes, y serranas, bandoleros y sayones, buscones y busconas. Una odisea cuyo escenario nocturno eran las ventas camineras.
Las ventas nunca fueron -a qu¨¦ negarlo- peque?os hoteles con encanto. De ah¨ª, seguramente, que no encajaran en nuestro peque?o siglo con escr¨²pulos. Ya en tiempos de Augusto, las ventas establecidas a la vera de las calzadas ten¨ªan fama (mala) por su falta de acomodo y por la calidad (dudosa) de sus hu¨¦spedes, tanto que a veces se tomaba por casa de lenocinio alguna venta que no lo era. As¨ª, sabemos que Horacio y Mecenas, en su viaje a Brundisium (Brindisi), lo pasaron fatal en semejantes mansiones y que en una de ellas el agua era tan mala que el autor de Beatus ille se fue a la cama sin cenar, echando sin duda pestes de la vida en el campo.
La existencia l¨²gubre y airada de las ventas es un t¨®pico literario en el que han incurrido no pocos ingenios, incluido su pr¨ªncipe. Cervantes, en la primera parte del Quijote, escribe: "No os d¨¦ mucha pena, se?ora m¨ªa, la incomodidad de regalo que aqu¨ª falta, pues es propio de las ventas no hallarse en ellas". Y poco m¨¢s adelante, se pitorrea: "... que, aunque ventero, todav¨ªa soy cristiano".
Azor¨ªn recuerda que a algunas ventas "va unida una leyenda tr¨¢gica; se habla de un crimen terrible, espantoso. El tiempo va pasando, se va esfumando, perdiendo en el olvido el horrible drama, y ahora, al pasar junto a estas ruinas de la venta, aquel recuerdo vago y sangriento se une a estos techos desprendidos, a estas vigas rotas y carcomidas, a estas ventanas vac¨ªas y sin maderas". Y el duque de Rivas nos pone en situaci¨®n: "Son ya grandes y espaciosas, ya peque?as y redondas; pero siempre de aspecto siniestro; colocadas por lo general en hondas ca?adas, revueltas y bosques".
Precisamente tras la ¨²ltima de las Siete Revueltas, bajando del puerto de Navacerrada hacia Valsa¨ªn, se alzaba la Venta de los Mosquitos, una de las posadas hist¨®ricas de la sierra. Hoy, su solar lo ocupa una casa forestal, y es ¨¦ste un vac¨ªo doloroso para el excursionista que se echa a andar por la pista asfaltada que nace frente a la nueva construcci¨®n cavilando en el triste destino de las ventas, los refugios, las majadas y tantas obras buenas como poblaron el Guadarrama y que se han ido perdiendo por la desidia de generaciones que creyeron que en el campo s¨®lo hab¨ªa sol y moscas.
A las dos horas de caminata -remontando el arroyo de Minguete bajo el palio regio del pinar de Valsa¨ªn-, la pista desemboca en la fuente de la Reina. Medio kil¨®metro a mano derecha quedan la pradera y la venta (en ruinas) de la Fuenfr¨ªa, la Fuenfrida que Cervantes, en Rinconete y Cortadillo, encarece como "lugar conocido y famoso por los ilustres pasajeros que por ¨¦l de continuo pasan". Mientras que un kil¨®metro a la izquierda, por el firme sin asfaltar de la carretera de la Rep¨²blica, se hallan los restos de Casar¨¢s, casa de postas erigida en 1571 por Felipe II y que tom¨® el nombre de Eraso, secretario del rey. Otra suerte de venta, mas ¨¦sta real.
Carretera arriba, el caminante llega en un periquete al puerto de la Fuenfr¨ªa y piensa, a dos pasos del nacimiento del Minguete, que ¨¦ste s¨ª que es un curso de ventas, y no lo que ense?an en las ciudades.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.