Memorial de agravios
"Barajas: ruido, sol y moscas", bromea, a pie de barra, uno de los veteranos de la tertulia del bar Pepe, natural de esta localidad anexionada a la capital en los a?os. cincuenta. El bar se cobija bajo los soportales de la plaza Mayor, que alg¨²n d¨ªa debi¨® estar entre las m¨¢s hermosas de la provincia y hoy aparece apuntalada y decr¨¦pita. Pese a la feroz autocr¨ªtica, los baraje?os son muy de su tierra, explica un segundo contertulio, lo que pasa es que les duele Barajas y por eso exponen ante el cronista su largo y sentido memorial de agravios con mucho sentido del humor y con un trasiego constante de ca?as acompa?adas por una sustanciosa variedad de pinchos y tapas."Barajas de mis amores, Barajas del alma m¨ªa, 150 tabernas y ninguna librer¨ªa". La copla se ha quedado obsoleta, explica el rapsoda, en Barajas sigue sin haber librer¨ªas, pero el n¨²mero de tabernas debe ya rozar las 400. En Barajas no hay biblioteca ni tampoco polideportivo, aunque existe una Casa de Cultura ubicada en uno de los escasos edificios hist¨®ricos del casco antiguo -antiguo y exiguo- que se concentra alrededor de la iglesia, cuya esbelta torre destaca especialmente en una zona de construcciones bajas condicionadas por las servidumbres del aeropuerto. El nuevo edificio de la Junta Municipal, construido a finales de los ochenta, es una airosa construcci¨®n de ladrillo, un edificio amplio y funcional sobre cuya funcionalidad exponen sus dudas los parroquianos del bar que se quejan de que continuamente les mandan a Madrid para cumplir los m¨¢s sencillos tr¨¢mites burocr¨¢ticos.
El cronista apenas tiene tiempo de tomar notas ante la avalancha de informaci¨®n, no se puede estar al caldo y a las tajadas, y sus informadores insisten en ponerle en la mano que tendr¨ªa que enarbolar el bol¨ªgrafo vaso tras vaso de cerveza, el surtido de pinchos que sirve Tin¨ªn, el tabernero, es un pozo sin fondo. El bar Pepe ocupa los bajos de una de las casas apuntaladas de la plaza, toscos armazones de madera junto a las poderosas y rotundas columnas de granito que sustentan la planta superior. La plaza es un rect¨¢ngulo que enmarca una zona arbolada y ajardinada con una raqu¨ªtica fuente ornamental. Justo en el extremo m¨¢s alejado del bar Pepe, un edificio rehabilitado que ofrece pisos en venta da idea de lo que podr¨ªa ser, volver a ser, esta plaza, si alguien se ocupase de ella. Pero con la especulaci¨®n hemos topado, subraya uno de los parroquianos, lo que quieren los due?os de los edificios antes de restaurarlos es poner de patitas en la calle a los antiguos inquilinos que pagan rentas muy bajas. El bar, brillantes azulejos y recargada imaginer¨ªa taurina, es uno de los ¨²ltimos reductos de la resistencia.
Siguen los agravios. Barajas tiene 35.000 habitantes y no tiene hospital, sus vecinos est¨¢n asignados al Ram¨®n y Cajal, enga?osamente cercano en el mapa, pero muy mal comunicado. Hasta tres autobuses han de tomar los baraje?os para acudir a las consultas, o si lo prefieren dos autobuses y un metro. Barajas tampoco tiene una piscina municipal ni un cine. Pero no todo van a ser desgracias. En Barajas, por ejemplo, aduce uno de los contertulios, no hay problemas de drogas, entre otras cosas porque los fines de semana los j¨®venes baraje?os desaparecen buscando diversi¨®n y solaz en otras zonas mejor dotadas para el ocio.El cronista sigue tomando notas cada vez con una letra m¨¢s ininteligible. Toma nota del conflictivo cierre de la F¨¢brica de Medias Berkshire, un cl¨¢sico de la publicidad de los sesenta: "Si yo fuera mi mujer llevar¨ªa medias Berkshire", dec¨ªa Alfredo Di St¨¦fano encaramado a las vallas publicitarias. Toma nota tambi¨¦n de que el aeropuerto de Barajas incumple continuamente la normativa que le obliga a no rodar aviones para probarlos a partir de las doce de la noche. Toma nota de las abusivas expropiaciones de la zona del Arroyo del Tesoro, donde los antiguos propietarios est¨¢n recibiendo ofertas rid¨ªculas por unos terrenos ideales para una gran maniobra especulativa.
Toma nota de que las obras de acceso a Barajas finalizaron 200 metros antes de llegar a la localidad, sin que ni Ayuntamiento ni Comunidad parezcan dispuestos a completarlas.Por ¨²ltimo, el cronista recibe de uno de sus companeros de ter tulia el croqu . is a vuelapluma de una encrucijada de la villa que una incongruente se?alizaci¨®n ha convertido en una trampa mortal para automovilistas. El cronista deja por fin laacogedora atm¨®sfera del bar Pepe y siguiendo el consejo de sus anfitriones pone rumbo a otro bar, pues ya se sabe que a falta de biblioteca en Barajas la cultura se refugia en los bares. De las paredes del Picolo cuelgan numerosas fotograf¨ªas que dan cuenta de la evoluci¨®n del aeropuerto y de la villa de Barajas, pero su due?o tiene tambi¨¦n a disposici¨®n de la clientela varios ¨¢lbumes fotogr¨¢ficos donde se refleja con variedad de matices la vida cotidiana de, la localidad desde principios de siglo. El due?o del Picolo se ten¨ªa que llamar Juan Domingo, y as¨ª fue bautizado en una ceremonia que salt¨® a las p¨¢ginas de los peri¨®dicos de la ¨¦poca porque la madrina de bautismo fue do?a Eva Duarte de Per¨®n, la mism¨ªsima Evita, a la que familiarmente llaman aqu¨ª La Perona. La madre del ni?o Juan Domingo esper¨® unos cuantos a?os para cambiarle el nombre por uno m¨¢s de su gusto. El due?o del Picolo se explaya sobre cada una de las fotos de su colecci¨®n. El primitivo aeropuerto de Barajas, en 1931, era un impecable chal¨¦ racionalista y funcional, casi de juguete como aquellos aviones de hojalata. El padre del ex Juan Domingo llevaba la cafeter¨ªa del aeropuerto cuando el v¨ªa e de Evita a Madrid y de ¨¦l j
parti¨® la petici¨®n del madrinazgo, su hijo sigue uniendo la tradici¨®n hostelera con la afici¨®n aeron¨¢utica a la que une su vocaci¨®n de cronista gr¨¢fico de la zona y del pueblo. Aqu¨ª est¨¢ la foto d el primer coche que rod¨® por las calles de Barajas, propiedad del millonario local, don Facundo, una instituci¨®n baraje?a, un hombre generoso y algo extravagante que sol¨ªa invitar a comer a los rapaces del pueblo, servidos por un mayordomo y camareros uniformados que, como el anfitri¨®n, no reparaban en las velas que colgaban de sus narices moqueantes y de sus heterodoxos modales en la mesa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.