Biograf¨ªas de nadie
Cuando yo estudiaba Historia en la Universidad, los nombres propios, las fechas exactas y las peripecias y los destinos individuales estaban severamente proscritos por la ortodoxia. De lo que se ocupaba la historia era de cosas m¨¢s serias: las infraestructuras econ¨®micas, las transiciones de un modo de producci¨®n a otro, las condiciones objetivas que de una manera inapelable hac¨ªan que las cosas sucedieran tal como deb¨ªan suceder. En la deriva de las masas continentales o en la rotaci¨®n de los astros s¨®lo intervienen fuerzas que pueden ser explicadas y previstas por las leyes cient¨ªficas. Del mismo modo, la historia era el resultado de procesos que no tienen nada que ver con el azar ni con el destino o la voluntad humana y que son tan predecibles, para quien conozca sus leyes, como la fuerza de la gravedad o el ritmo de las mareas oce¨¢nicas.Es curioso, si me paro a pensarlo, que al mismo tiempo que en las aulas se me vedaba el estudio de las vidas reales, cuando le¨ªa novelas contempor¨¢neas o ensayos sobre literatura descubriera que en ellos tambi¨¦n se proscrib¨ªan los personajes y las tramas, y que si iba a una exposici¨®n no hubiera tampoco figuras humanas en los cuadros. En la historia, en la pol¨ªtica, en la novela, en la pintura, en la teor¨ªa literaria, en cualquier arte o disciplina human¨ªstica hacia la que uno se volviera, la expresi¨®n de la individualidad era al mismo tiempo una falacia y un delito, y cualquier desliz tra¨ªa consigo el anatema definitivo de "peque?o burgu¨¦s". Y, sin embargo, ocurr¨ªa una paradoja en la que no he visto que ni entonces ni ahora reparase mucha gente: los mismos ide¨®logos que negaban el valor de la vida real y de los actos individuales, los que ve¨ªan la historia como un devenir abstracto de modos de producci¨®n y las revoluciones como el resultado inevitable de ciertas condiciones objetivas, al mismo tiempo veneraban reg¨ªmenes que se sosten¨ªan sobre la apoteosis de un solo individuo, de un l¨ªder que era al mismo tiempo guerrero triunfal, padre bondadoso, gobernante sabio, incluso poeta adm¨ªrable y renovador de la agronom¨ªa o de las ciencias biol¨®gicas. La abolici¨®n del trasnochado individuo peque?oburgu¨¦s se correspond¨ªa con el culto a un solo individuo alzado a las dimensiones del superhombre. La negaci¨®n de la figura del autor y del personaje la teorizaban autores de una egolatr¨ªa fren¨¦tica que iban y van todav¨ªa por ah¨ª convertidos en arrogantes personajes de s¨ª mismos. Una pel¨ªcula y una muerte me han hecho acordarme con tristeza de esos tiempos. La muerte ha sido la de Manuel Tu?¨®n de Lara, que nunca permiti¨® que ning¨²n dogma cegara en ¨¦l la pasi¨®n por la historia, que es una pasi¨®n doble de conocer la verdad y de saber contarla. Enmedio, de aquellas arideces y catecismos de entonces, los libros de Tu?¨®n sobre la Espa?a de los siglos XIX y XX, igual que los de Duby sobre la Edad Media, devolv¨ªan a la historia su encarnadura de peripecia humana, su condici¨®n antigua de relato animado a la vez por la exactitud de la documentaci¨®n y por la c¨¢lida simpat¨ªa hacia las vidas de quienes existieron mucho antes que nosotros.
La pel¨ªcula es un documental que se proyecta ahora en una peque?a sala de Madrid, Asaltar los cielos, de Javier Rioyo y Jos¨¦ Luis P¨¦rez Linares, que trata de Ram¨®n Mercader y del asesinato de Trostki, pero sobre todo del monstruoso, del innumerable sacrificio de las vidas humanas que tiene lugar por debajo de los grandes movimientos como de sismolog¨ªa o geolog¨ªa de la historia. La vida individual cuenta poco, no es nada en comparaci¨®n con los grandes procesos hist¨®ricos, nos explicaban, los actos, los deseos o el dolor de una sola persona no tienen importancia ni para el historiador ni para el novelista, y menos a¨²n para el revolucionario. En virtud de esa idea, cientos de millones de vidas han sido borradas del mundo desde 1914, en nombre de la Historia, de la Raza, de la Revoluci¨®n, de la Patria, de cualquiera de las siniestras may¨²sculas que a¨²n siguen teniendo adeptos y provocando matanzas.
En Asaltar los cielos se ven algunas caras de v¨ªctimas y de supervivientes, se escuchan voces de testigos, se asiste a la rememoraci¨®n de una tragedia en la que cada destino individual. es absolutamente ¨²nico y a la vez encarna con una terrible fuerza de destrucci¨®n y sufrimiento las contiendas universales del siglo: Le¨®n Trotski, el fugitivo sin descanso que sabe que no hay un solo lugar en toda la extensi¨®n del mundo en el que no pueda alcanzarlo el odio de Stalin, ese pat¨¢n sanguinario a quien ¨¦l siempre despreci¨®; Ram¨®n Mercader, el hombre que no es nadie, que borra su propia vida personal para convertirse en ejecutor, y que una vez consumado el crimen ha de seguir siendo otro hasta despu¨¦s de su muerte, porque quienes le han adiestrado y enviado ya no saben qu¨¦ hacer con ¨¦l, h¨¦roe asesino, angustiado durante toda su vida por el recuerdo de un instante y de un grito, la punta de hierro hinc¨¢ndose en el cr¨¢neo de un anciano que se cubre la cara, la sangre manch¨¢ndolo todo, los papeles, la mesa, la ropa del mismo asesino.
Y adem¨¢s, y sobre todo, los otros, cada uno con su vida soberana y destrozada, con su experiencia ¨²nica, que ninguna may¨²scula podr¨¢ justificar ni rescatar: Silvia Agelof, la mujer usada y traicionada, los ni?os llevados a Rusia en 1937 que ahora sobreviven miserablemente en Mosc¨², entre las ruinas de aquella monstruosa utop¨ªa, la gente muerta, perdida en los frentes de guerra o en los campos de concentraci¨®n, estafada en sus sue?os m¨¢s generosos, aplastada, olvidada. Asaltar los cielos es una suma de biograf¨ªas de gente condenada a ser nadie en nombre de la historia, pero a la vez contiene algunas lecciones sobre nuestro agrio presente, sobre nuestro dudoso porvenir. Ahora ya no es pecado que las novelas tengan personajes, ni que en los cuadros aparezcan rostros humanos, y en los libros de historia vuelven a contarse las vidas de la gente, pero en nuestro peligroso pa¨ªs sigue habiendo respetables ide¨®logos de la mentira, de la calumnia y del crimen, asesinos en nombre de la raza o del pueblo, jerifaltes en la sombra que los envenenan y los arman, chusmas brutales que los reverencian. Una de las cosas m¨¢s reveladoras sobre el pasado y el presente que se oyen en Asaltar los cielos la dice nada menos que Sara Montiel: "Yo sab¨ªa que Ram¨®n Mercader hab¨ªa matado a Trotski, no que fuera un asesino".
Babelia
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