De utop¨ªa a violencia
A muchos les pudo causar sorpresa. No s¨®lo por la desfachatez que supone celebrar una manifestaci¨®n para legitimar el secuestro de un ciudadano, sino por el contenido de los gritos y de las consignas lanzados, en los que eran denunciados los capitalistas de Euskadi en su calidad de opresores e incluso asesinos de los obreros. Para sus promotores, la convocatoria de Herri Batasuna contra Delclaux vendr¨ªa a demostrar el sesgo izquierdista del nacionalismo radical, su adhesi¨®n a la lucha de clases e incluso la solidaridad con un proletariado como el vasco duramente afectado por la crisis.La realidad es bien diferente. Lo que prueban las lamentables manifestaciones de Getxo y de Llodio es, de un lado, la continuidad observable entre los planteamientos actuales de ETA-HB y los del nacionalismo sabiniano del primer cuarto de siglo, y, de otro, la puesta en juego recurrente de los mecanismos de captaci¨®n propios del discurso fascista. Sin desechar que muchos seguidores de HB puedan abrigar en sus mentes un sue?o alban¨¦s -Nicaragua se ha desvanecido-, conviene destacar que la denuncia del capitalismo vascoespa?ol como antinacionalista y antiobrero tiene sus or¨ªgenes en la propia obra de Sabino Arana y se despliega por entero hacia 1920 por los defensores de "la pureza doctrinal" instaurada por el fundador. El prop¨®sito no es en modo alguno adoptar la defensa de los trabajadores, sino, como hicieran tantas veces en el siglo los totalitarismos, asumir un revestimiento anticapitalista para encubrir los aut¨¦nticos objetivos de la acci¨®n. Cabe as¨ª dibujar la utop¨ªa populista de una sociedad vasca libre de los conflictos derivados de la industrializaci¨®n y, consecuentemente, capaz de recuperar los valores arm¨®nicos propios de su esencia, antes racial, ahora patri¨®tica militante. Y, a partir de ah¨ª, mostrarse dispuesto a ejercer sin l¨ªmite la violencia contra los adversarios de semejante proyecto. Afirmar que una limpia de empresarios traer¨¢ la felicidad vasca es poco presentable; condenarles primero por opresores y traidores a la patria arregla la cara al asunto, aunque el fondo siga siendo igualmente siniestro.
Entretanto, es alimentada la espiral de la violencia. A este paso, los atentados terroristas van a desempe?ar un papel complementario del n¨²cleo de la violencia que act¨²a en Euskadi con creciente intensidad contra quienes defienden la democracia. El sistema ETA se desliza desde sus or¨ªgenes pr¨®ximos al IRA hacia una especie de Ku-Klux-Klan de base juvenil. El papel emblem¨¢tico del fuego como componente inevitable de las acciones subraya esa transformaci¨®n. Se queman autobuses, cabinas telef¨®nicas, autom¨®viles con matr¨ªcula francesa o de ertzainas, y, ¨²ltimamente, libros progresistas. El asalto a Lagun, una instituci¨®n emblem¨¢tica, con la subsiguiente pira de libros, caracteriza mejor que cualquier definici¨®n al movimiento forjado en torno a ETA. Constituye tambi¨¦n una afirmaci¨®n inequ¨ªvoca, en la mejor tradici¨®n nacionalsocialista, de que esta minor¨ªa activa no est¨¢ dispuesta a tolerar la visibilidad en la sociedad vasca de ning¨²n signo alternativo a su monopolio de la calle, siempre que tenga fuerzas para poner en pr¨¢ctica su violencia. Y no es dif¨ªcil prever lo que puede ocurrir en el futuro si el proceso no se frena mediante la protecci¨®n de la libertad individual amenazada. De los golpes se ir¨¢ al linchamiento. Triunfar¨¢ la intimidaci¨®n, y con ella una escalada imprevisible, hasta un punto en que de poco servir¨¢ recordar que la opci¨®n pol¨ªtica de tales individuos cuenta s¨®lo con un 10% de votos en la ciudad donde ejercen sus tropel¨ªas. No es cuesti¨®n de responder a la violencia con la violencia, sino de desplegar una protecci¨®n policial y judicial, hasta hoy de todo punto insuficiente.
Son derivas que hay que evitar. La historia del siglo abunda, por desgracia, en experiencias en las cuales la imposici¨®n por parte de una minor¨ªa armada de su proyecto pol¨ªtico a toda una sociedad desemboca en una situaci¨®n de despotismo, cuando no en una aut¨¦ntica cat¨¢strofe. El voluntarismo sustituye a la racionalidad, la democracia y el pluralismo son eliminados, y al fin toda la sociedad se convierte en juguete tr¨¢gico de la utop¨ªa, igualitaria o populista, de esa minor¨ªa de redentores. Es un tema que admite mal las frivolidades o los fuegos de artificio ret¨®ricos -como en un reciente art¨ªculo en estas p¨¢ginas sobre Castro-, porque no estamos tratando con una historia de h¨¦roes rom¨¢nticos, quijotes entregados a sus sue?os de justicia, sino con el hambre y, en ocasiones, la muerte de pueblos enteros. El caso del castrismo resulta particularmente representativo, porque el desastre sigui¨® a un hermoso prop¨®sito de emancipar y transformar positivamente la vida de Cuba. Pero la l¨®gica de la guerra y del aplastamiento del adversario acab¨® cerrando toda salida al ensayo una vez fracasado ¨¦ste en el plano econ¨®mico.
Existen, sin duda, muestras m¨¢s tr¨¢gicas del mismo fen¨®meno. En estos momentos se acerca quiz¨¢ el fin del m¨¢s cargado de horrores: la lucha armada de los jemeres rojos en Camboya. Atr¨¢s quedan tres d¨¦cadas de guerra civil y, sobre todo, la mayor densidad de horrores que conoce un siglo rico en barbarie, con un camboyano de cada ocho asesinado en los 45 meses que dur¨® el Gobierno de Pol Pot (1975-1979). Lo importante es que no fue un acceso de locura, sino la puesta en pr¨¢ctica desde una minor¨ªa armada del dise?o de cubrir, en t¨¦rminos mao¨ªstas, la p¨¢gina en blanco que para ellos era la sociedad camboyana. Con el respaldo de una doble idealizaci¨®n del pasado nacional (el imperio jemer y el mundo agrario), la meta del vuelco igualitario recogida de la revoluci¨®n cultural maoista, la carga de xenofobia antivietnamita y, sobre todo, una l¨®gica de exterminio frente a todo aquel que no coincidiera con el sistema de valores de Angkar (la organizaci¨®n, el partido), puesta en pr¨¢ctica implacablemente. Con estos datos, el balance de muerte estaba asegurado.
La acci¨®n militar como n¨²cleo de la pol¨ªtica, la legitimaci¨®n desde una perspectiva ut¨®pica aparentemente cargada de valores humanos, la sustituci¨®n del sujeto de la acci¨®n (en la forma colectivo, en realidad una minor¨ªa que monopoliza el poder), el desprecio a la mayor¨ªa (por consiguiente, tambi¨¦n a la democracia) y la centralidad de la noci¨®n de enemigo. Desde ¨¢ngulos culturales y geogr¨¢ficos muy distantes entre s¨ª son elementos que coinciden a lo largo del siglo en movimientos de contenido ideol¨®gico asimismo dispar. En todos los casos, al otro lado de la violencia desplegada en el presente, demasiado real, se perfila desde la ideolog¨ªa un para¨ªso que justifica aqu¨¦lla. Y en todos los casos tambi¨¦n, dualismo montado sobre el dualismo, no han faltado individuos e incluso instituciones que desde la democracia eludieron afrontar tales procesos en nombre de la existencia de una contradicci¨®n superior. Es as¨ª como. el antisovietismo reuni¨® en los a?os setenta a los aut¨¦nticos revolucionarios, peregrinos deslumbrados por la China de la revoluci¨®n cultural, con los servidores de los intereses norteamericanos, hasta el punto de que fue la Embajada de EE, UU en Bangkok la que defendi¨® y difundi¨® la obra del vencido Pol Pot. O como, en el tema vasco, la designaci¨®n de lo espa?ol en calidad de adversario principal ha permitido desde horizontes nacionalistas democr¨¢ticos la persistencia de la- visi¨®n de Euskal Herria en que se apoya la mentalidad violenta. En realidad, es ah¨ª, en el sistema de relaciones exteriores, en las oscilaciones de permisividad y trivializaci¨®n, donde se ha jugado y se juega la suerte de estas formas de moderna barbarie cuyo ascenso, tomando la expresi¨®n de Brecht, es y debe ser resistible antes de que se consoliden como hegem¨®nicas.
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