Bailemos
Ayer estaba muy contento de que al fin me hubieran invitado al baile de Carnaval de la Baronesa del Pl¨¢stico -m¨¢ximo acontecimiento de la temporada que fija el Qui¨¦n es qui¨¦n en Madrid-, pero esta ma?ana, no s¨¦ bien por qu¨¦, ya no le veo mucho sentido. ?Acaso podemos competir?, me pregunto mientras paseo. ?Tendr¨ªamos alguna posibilidad?, me digo al leer los peri¨®dicos. ?Merece siquiera la pena que lo intentemos?, cavilo frente al televisor. Preguntas ret¨®ricas, sin duda, pues intentar batir los disfraces de la realidad, esta temporada, resulta por lo menos tan dif¨ªcil como encontrar una realidad sin disfraz.Ni siquiera el clima, por cierto. Hace unas horas sal¨ª animoso a una ma?ana azul y antes de llegar a la esquina vi a un hombre con zapatos italianos que, aunque sin el uniforme de reglamento, jugaba de delantero. Pues s¨®lo un gran delantero puede hacer lo que hizo: Llegado al ¨¢rea de su coche, e interceptado por un defensa desarrapado que pretend¨ªa venderle algo, el elegante hizo una graciosa pirueta, apart¨® al otro con el pie de un golpe seco, y en el mismo impulso entr¨® en el coche, se sent¨® en el asiento trasero y abri¨® el peri¨®dico mientras su ch¨®fer arrancaba. Fue todo tan r¨¢pido, f¨¢cil y elegante que daban ganas de gritar: ?Oo¨®olee!
?Y lo del quiosco de peri¨®dicos? Esta ma?ana emit¨ªa el mismo rumor de siempre, pero desde mucho m¨¢s lejos. Mientras me acercaba tuve tiempo de preocuparme por la salud otorrinolaringol¨®gica de Carmen, la pobre titiritera sometida todas las ma?anas al fr¨ªo y el estruendo de las noticias, y cuando llegu¨¦ y me met¨ª en la cueva de papel que la protege de la realidad, comprob¨¦ que no me hab¨ªa equivocado: en el teatrito de marionetas de Carmen, que sin embargo no mueve los hilos, Rebelde Bien Pagado, Sabiondillo Malaleche y Humilde Mandar¨ªn se encontraban esta ma?ana particularmente enfadados, gritones o esc¨¦pticos y, por encima de los paquetes de peri¨®dicos se arroja ban adjetivos, recuerdos vergonzantes, puntos de exclama ci¨®n y noesesto, noesesto, y hasta se arreaban con rotativas y micr¨®fonos mientras, desde una esquina, Colombina los miraba at¨®nita. Colombina detesta la mala educaci¨®n.
En el banco estuve leyendo mi peri¨®dico hasta que me di cuenta de que la cola no avanzaba. Me hab¨ªa tragado toda la secci¨®n internacional sin avanzar un paso, lo que me ha c¨ªa temer la llegada a las p¨¢ginas de f¨²tbol, que me reservo para la siesta. Mir¨¦ a mis predecesores con insistencia, tos¨ª, les di palmaditas en la espalda y hasta me decid¨ª a empujarlos, pero s¨®lo parecieron reaccionar cuando les dije que avanzaran, por favor. Con agradable y un tanto anticuada correcci¨®n, un caballero me hizo saber que no pod¨ªan avanzar porque estaban practicando para las olimpiadas mundiales de colismo, cuya sede permanente le ha sido adjudicada a Espa?a. (Es uno de los acuerdos de Maastricht, pero de los escritos en letra peque?a.) A¨²n as¨ª quise convencerles de que ensayaran luego y s¨®lo entonces se deshizo el equ¨ªvoco: No eran los de la cola los que estaban practicando; eran los de la ventanilla. Parece ser que aqu¨ª tenemos genio para crear colas, y sostenerlas y alargarlas en las circunstancias m¨¢s adversas, y para eso se estaban entre nando nuestros bancarios, con alentadores resultados, todo hay que decirlo.
Ahora, estoy en mi tertulia, a la que he llegado con media hora de adelanto. Pero mientras espero no tengo tiempo de repasar mis dogmas y prepararme en el papel del azucarillo chuletas con citas eruditas y prejuicios, como acostumbro. Me lo impide el paso frente al ventanal del caf¨¦ de un desfile de carnaval particularmente nutrido de vanidades. Uno tras otro y sin respiro -estamos en febrero-, pasan un rinoceronte de peluche disfrazado de Joven Enfadado, un prestamista sonriendo como un Banquero Generoso, un pirata con parche y garfio vestido de Guardi¨¢n de la Fortaleza, una jefa de beatas dando voces de Musa de la Revoluci¨®n, un pelota que mientras rebota m¨¢s alto que los coches va so?ando con darle en la boca al jefe cucharaditas de un plato de adjetivos con az¨²car, y un profeta seriamente reum¨¢tico disfrazado de Gran Palabra Olvidada y hablando con la voz grave. Este es el primero que entra y se sienta a mi mesa. Pronto bailaremos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.