?Al f¨²tbol!
Los habitantes de las barriadas donde se ubican los estadios Santiago Bernab¨¦u y Vicente Calder¨®n -miles, acaso cientos de miles de almas- est¨¢n hasta la coronilla del f¨²tbol. No por el f¨²tbol en s¨ª mismo sino porque los d¨ªas de partido la ocupaci¨®n abusiva de las calles por parte de los espectadores -con la arbitraria e irresponsable anuencia de la autoridad municipal- los deja constre?idos, compelidos y, en definitiva, secuestrados.El elemento de ocupaci¨®n son los coches.
Llega el p¨²blico con sus coches, los deja en medio de la calle como si de moscas cojoneras se tratar¨¢n, entra en el estadio y el que venga detr¨¢s, que arr¨¦e. Durante las dos horas que dura el partido los coches en medio de la calle no pintan nada. Los coches en medio de la calle constituyen una usurpaci¨®n de terreno com¨²n, un intolerable atropello de los derechos inalienables de los dem¨¢s ciudadanos.
A los coches se unen los autocares. Antiguamente hab¨ªa camionetas, cuyos cobradores hac¨ªan leva de clientela gritando "?Al furbo, al furbo!", los conduc¨ªan al estadio y se volv¨ªan por donde hab¨ªan venido. Ahora, en cambio, los autocares se quedan a la espera cuanto dure el partido, en ca¨®tico amasijo junto a los veh¨ªculos particulares, dejando las calles imposibles para la libre circulaci¨®n.
La importancia del f¨²tbol no da pie a concederle patente de corso. El f¨²tbol es un fen¨®meno social pero eso no justifica ni su prepotencia ni el inter¨¦s p¨²blico que pretende atribuirle el actual Gobierno. El f¨²tbol, gran espect¨¢culo si los futbolistas le dan a la bola seg¨²n manda Dios, apasionante competencia, ideol¨®gica ficci¨®n que estimula y hasta desboca los sentimientos profundos de las masas, se juega, se comenta, se discute, se rese?a en los medios de comunicaci¨®n con cuantas entrevistas y an¨¢lisis haya lugar, y ah¨ª acab¨® la presente historia.
Se juega, se comenta y se discute sin molestar a quienes el f¨²tbol les trae absolutamente sin cuidado; sin alterar la vida civil; sin convertirlo ni en se?al de identidad patria ni en casus belli.
Lo que deber¨ªan de hacer los aficionados al f¨²tbol es ir, efectivamente, al f¨²tbol. Porque los usos futboleros han evolucionado y ahora aquellos pretenden extender sus derechos a la televisi¨®n. Los aficionados al f¨²tbol se han hecho comodones. Ya no les compensa ir hasta la misma puerta del estadio en coche (si les dejaran, lo meter¨ªan en el grader¨ªo), y exigen que las televisiones les retransmitan los partidos en. r¨¦gimen abierto; es decir, sin costarles un duro.
Y se entiende: barata prefiere uno la vida, con el ocio, que es parte de ella. Mas hay otros ciudadanos que no quieren ver supeditadas las programaciones de televisi¨®n a los partidos televisados. Posiblemente si se hicieran encuestas entre amas de casa, gran parte de ellas se manifestar¨ªa contrarias a la retransmisi¨®n abierta y profusa de los partidos de f¨²tbol.
El derecho de los aficionados al f¨²tbol se circunscribe a poder presenciarlos en el campo y que se desarrollen con sujeci¨®n a las reglas de juego. Todo lo dem¨¢s -la televisi¨®n gratuita, por ejemplo- ya no es derecho sino coyuntura. Y si un Gobierno se mete en camisa de once varas y proclama lo contrario, es que no sabe de la misa la media.
El f¨²tbol, que seguramente brot¨® de la esferomaquia griega, adquiri¨® forma en el foot ball ingl¨¦s, incorpor¨® bellos lances gracias a la imaginativa habilidad de los suramericanos, vibr¨® con la racial furia espa?ola, desarroll¨® las compactas estrategias de Centroeuropa, plasm¨® en pizarra t¨¢cticas de cu?o surrealista -la WM brit¨¢nica, el 4-2-4 brasile?o, el bet¨®n suizo, la madre que lo pari¨®-, dict¨® normas y se cumplen -la mano, el penalti, el off side en Espa?a llamado orsa-, erigi¨® foros -La FEF, la FIFA- y se obedecen, es un juego. Y en tanto juego, nadie lo debe tocar; nadie lo debe dirimir ni desmadrar.
El f¨²tbol es un juego y es un negocio. Desde que el Real Madrid le dio al Espanyol treinta mil duros por llevarse a Zamora -treinta mil duros de 1929; casi el presupuesto del Estado- valen tanto los goles que meten las estrellas como las operaciones financieras que propician sus fichajes. Y si un Gobierno se entremete ah¨ª y pretende regular las formas l¨ªcitas de financiaci¨®n o las operaciones leg¨ªtimas de imagen con la excusa de que el f¨²tbol es de inter¨¦s nacional, incurre en temeridad. Y se coloca en orsa. Y, si se descuida, le pueden pitar penalti.
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