Hablar hasta el amanecer
El agudo observador de la realidad ve signos de los tiempos por todas partes. Cualquier transformaci¨®n en el entorno habitual la convierte en objeto de lectura e interpretaci¨®n, adopta ante sus ojos el car¨¢cter de indicio de lo que se avecina. La gran ciudad, con su producci¨®n sistem¨¢tica de novedades, constituye para ¨¦l una aut¨¦ntica fiesta. ?ltima mente parec¨ªa haber encontrado un claro motivo de gozo. Su paisaje cotidiano se hab¨ªa visto transformado don la espectacular irrupci¨®n de unos objetos, los tel¨¦fonos m¨®viles, que sembraban de puntitos negros el horizonte. La transformaci¨®n, como sucede s¨®lo en las grandes ocasiones, revest¨ªa un car¨¢cter de relativa universalidad. No afectaba a un concreto segmento social o de poblaci¨®n, no ten¨ªa, lugar en es pacios reservados, sino que de alguna manera los atravesaba todos. Los individuos colgados de su tel¨¦fono pod¨ªan en contrarse tanto en los restaurantes m¨¢s refinados como en la m¨¢s sencilla casa de comidas o en cualquier calle de no importa qu¨¦ barrio. Lo necesitaba tanto el alto directivo de multinacional siempre a punto de tomar decisiones trascendentales como el operario de .mantenimiento susceptible de ser llamado con urgencia para reparar una aver¨ªa. Sin embargo, tras el fogonazo de la primera reacci¨®n, brillante y divertida, a cargo de los intelectuales de guardia (leyendo la proliferaci¨®n de dichos tel¨¦fonos como par¨¢bola de la sociedad posmoderna o fantaseando un futuro en el que nos ver¨ªamos obligados a aniquilarlos como cucarachas), la novedad se vio abandonada a su suerte. Hasta el punto de que ahora parece haber quedado reducida a la condici¨®n de mero tema de conversaci¨®n para las sobremesas, casi siempre bajo el mismo registro. Como de costumbre, la reacci¨®n de buen tono en determinados medios es el ir¨®nico desd¨¦n, no exento de una cierta irritaci¨®n. Se suele aludir a la incomodidad que supone el que en el momento m¨¢s inoportuno, en el lugar m¨¢s ins¨®lito, suene la se?al del dichoso m¨®vil, a la dudosa necesidad de hablar por tel¨¦fono en seg¨²n qu¨¦ lugares (por ejemplo, mientras se hace la compra en el supermercado) o argumentos similares. Cuando se entra en este cap¨ªtulo empiezan a proliferar las an¨¦cdotas: termina ganando el que ha visto a alguien colgado del telefonino en la situaci¨®n m¨¢s chusca.
Pero la broma tiene fecha de caducidad. Es obvio que no provocar¨¢ risa cuando deje de sorprender. Como ha perdido su gracia aquel personaje de Sue?os de un seductor que se pasaba toda la pel¨ªcula telefoneando a su oficina para actualizar la informaci¨®n: "Ahora estoy en el ...". Ser¨¢n los ni?os, de hoy los que se reir¨¢n ma?ana cuando escuchen que a alguien, ya mayor, todav¨ªa se le escapa la pregunta: "?A qu¨¦ hora se te encuentra en este n¨²mero?". O que farfulla, como inveros¨ªmil pretexto para un retraso, la imposibilidad de avisar.A muchos debiera extra?arles que esto se haya podido convertir en uno de los grandes negocios de nuestro final de siglo. Por ejemplo, a todos los que se deleitaban con la jeremiaca cantinela de la incomunicaci¨®n en el mundo moderno, de la soledad en las grandes ciudades, etc¨¦tera. O a los que nos aburrian, inmisericordes, con el t¨®pico latiguillo de la victoria -seg¨²n ellos, irreversible- de la imagen sobre las palabras. Alg¨²n matiz se supone que habr¨¢ que introducir a la vista de lo que est¨¢ pasando. Porque el hecho es que lo que ofrece esta tecnolog¨ªa es fundamentalmente posibilidad de comunicaci¨®n, empleo de la palabra, interlocutores al instante y a la carta.Lo mismo, por lo dem¨¢s, que ofrece ese otro recurso .que tanto ¨¦xito est¨¢ teniendo ¨²ltimamente entre sectores cada vez m¨¢s amplios de nuestra sociedad. Las conversaciones m¨²ltiples en Internet (las denominadas. chat en la jerga) son asimismo, en definitiva, formas de contacto, interpersonal, de comunicaci¨®n, que est¨¢n generando un entusiasmo para alguno de sus cr¨ªticos fronterizo con la adicci¨®n. Pero parece dif¨ªcil discutir que, tambi¨¦n aqu¨ª las posibilidades de comunicaci¨®n. se han visto rnultiplicadas de manera espectacular. El rasgo diferencial a a?adir ser¨ªa que en este otro caso todo el mundo puede hablar con todo el mundo en cualquier momento a trav¨¦s de la pantalla; esto es, de la escritura. Rasgo, dicho sea de paso que por su parte choca -y de manera bien frontal, por cierto- con los negros augurios de analfabetismo funcional generalizado con el que se nos abrumaba hasta hace poco.A menudo, aquellos mismos cr¨ªticos, un punto resabiados, formulan una objeci¨®n al contenido de dichas comunicaciones. A fin de cuentas, vienen a plantear, ?qu¨¦ se dicen los participantes en estos encuentros en la virtualidad? La pregunta, algo capciosa, desprende un tufillo enga?osamente nost¨¢lgico. Qu¨¦ m¨¢s da ahora lo que se puedan decir. En realidad, ?qu¨¦ se dec¨ªan anta?o las gentes? Cuando las familias se reun¨ªan alrededor de la mesa a cenar, todav¨ªa sin televisor que imantara sus miradas, sin aparato de radio que les condenara al silencio o sin videojuegos que tuvieran entretenido al ni?o, ?cu¨¢l era el objeto de su conversaci¨®n? ?Acaso protagonizaban vivos debates acerca.de Marcel Proust o de los m¨¢s recientes desarrollos de la f¨ªsica cu¨¢ntica? Esa versi¨®n m¨ªtica de una palabra silenciada, ahogada antes por el griter¨ªo de los aparatos de radio, luego por el de los televisores y ahora por un supuesto autismo inf¨®rm¨¢tico, no deja de ser una Arcadia feliz comunicativa s¨®lo existente en la mente de sus fabuladores (y en el recuerdo de unas pocas familias burguesas ilustradas).
No se trata de entusiasmarse ingenuamente. Hay problemas, ser¨ªa rid¨ªculo negarlo, pero la cuesti¨®n es si est¨¢n en el lugar que se acostumbra a se?alar o en otro diferente. Tal vez sea cierto que les ha sido devuelta la palabra, a unos usuarios que casi hab¨ªan olvidado su modo de empleo. Y les ha sido devuelta en unas condiciones muy particulares. En las que, vale la pena subrayarlo, ha desaparecido un elemento importante: la presencia f¨ªsica del interlocutor. Habr¨¢ que discutir, pues, "qu¨¦ modelo de comunicaci¨®n es el que se encuentra en juego. La nueva comunicaci¨®n es ciertamente peculiar. Podr¨ªa admitirse que es una comunicaci¨®n en un determinado sentido solitaria. Pero aun as¨ª importa puntualizar dos aspectos. El primero es el de que la mencionada desaparici¨®n fisica del interlocutor no es imputable a estas t¨¦cnicas, sino que, m¨¢s bien al contrario, ellas pretenden paliarla o compensarla. El segundo, en s¨ª mismo altamente significativo, es el del redescubr¨ªmiento, por parte de nuevos grupos sociales, de un valor que se presum¨ªa abandonado: el de la comunicaci¨®n.
Puestos a tabular hip¨®tesis, por qu¨¦ no proponer la de que hemos tocado fondo, y que la t¨¦cnica -brazo armado del conocimiento, en definitiva- puede ayudarnos, como, por lo dem¨¢s, tantas veces lo hizo en el pasado, a encontrar el camino de salida. Hay cosas que ya no podremos olvidar, porque lo que se sabe pasa a formar parte de nosotros como una segunda piel. Hay esperanzas vanas, como. hay carencias insufribles. Cuando la protagonista femenina de la pel¨ªcula Leaving Las Vegas, una prostituta sin compa?¨ªa alguna, le propone al personaje encarnado por Nicolas Cage, un alcoh¨®lico decidido a acabar con sus d¨ªas en esa ciudad, que se vaya a vivir con ella, no le ofrece grandes atractivos ni le pide grandes cosas. Simplemente que le est¨¦ esperando al regreso de su trabajo. "Me agradar¨¢ encontrarte despierto cuando vuelva", Ie reconoce. "Nos quedaremos hablando hasta el amanecer", le promete. En fin: algo parece moverse alrededor de la palabra.
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