Defensa de las sectas
En 1983 asist¨ª en Cartagena, Colombia, a un congreso sobre medios de comunicaci¨®n presidido por dos intelectuales prestigiosos (Germ¨¢n Arciniegas y Jacques Soustelle), en el que, adem¨¢s de periodistas venidos de medio mundo, hab¨ªa unos j¨®venes incansables, dotados de esas miradas fijas y ardientes que adornan a los poseedores de la verdad. En un momento dado, hizo su aparici¨®n en el certamen, con gran revuelo de aquellos j¨®venes, el reverendo Moon, jefe de la Iglesia de la Unificaci¨®n, que, a trav¨¦s de un organismo de fachada, patrocinaba aquel congreso. Poco despu¨¦s, advert¨ª que la mafia progresista a?ad¨ªa, a mi prontuario de iniquidades, la de haberme vendido a una siniestra secta, la de los moonies.Como, desde que perd¨ª la que ten¨ªa, ando buscando una fe que la reemplace, ilusionado me precipit¨¦ a averiguar si la de aquel risue?o y rollizo coreano que maltrataba el ingl¨¦s estaba en condiciones de resolverme el problema. Y as¨ª le¨ª el magn¨ªfico libro sobre la Iglesia de la Unificaci¨®n de la profesora de la London School of Economics, Eileen Barker (a quien conoc¨ª en aquella reuni¨®n de Cartagena) que es probablemente quien ha estudiado de manera m¨¢s se ria y responsable el fen¨®meno de la proliferaci¨®n de las 'sectas' religiosas en este fin del mi lenio. Por ella supe, entre otras muchas cosas, que el reverendo Moon no s¨®lo se considera comisionado por el Creador con la menuda responsabilidad de unir Juda¨ªsmo, Cristianismo y Budismo en una sola iglesia, sino, adem¨¢s, piensa ser ¨¦l mismo una hip¨®stasis de Buda y Jesucristo. Esto, naturalmente, me descalifica del todo para integrar sus filas: si, pese a las excelentes credenciales que dos mil a?os de historia le conceden, me confieso totalmente in capaz de creer en la divinidad del Nazareno, dif¨ªcil que la acepte en un evangelista norcoreano que ni siquiera pudo con el Internal Revenue Service de los Estados Unidos (que lo mand¨® un a?o a la c¨¢rcel por burlar impuestos).
Ahora bien, si los moonies (y los 1.600 grupos y grup¨²sculos religiosos detectados por Inform, que dirige la profesora Barker) me dejan esc¨¦ptico, tambi¨¦n me ocurre lo mismo con quienes de un tiempo a parte se dedican a acosarlos y a pedir que los gobiernos los prohiban, con el argumento de que corrompen a la juventud, desestabilizan a las familias, esquilman a los contribuyentes y se infiltran en las instituciones del Estado. Lo que ocurre en estos d¨ªas en Alemania con la Iglesia de la Cienciolog¨ªa da a este tema una turbadora actualidad. Como es sabido, las autoridades de algunos estados de la Rep¨²blica Federal -Baviera, sobre todo- pretenden excluir de los puestos administrativos a miembros de aquella organizaci¨®n, y han- llevado a cabo campa?as de boicot a pel¨ªculas de John Travolta y Tom Cruise por ser 'cienci¨®logos' y prohibido un concierto de Chick Corea en Baden-Wurtenberg por la misma raz¨®n.
Aunque es una absurda exageraci¨®n comparar estas medidas de acoso con la persecuci¨®n que sufrieron los jud¨ªos durante el nazismo, como se dijo en el manifiesto de las 34 personalidades de Hollywood que protestaron por estas iniciativas contra la Cienciolog¨ªa en un aviso pagado en The New York Times, lo cierto es que aquellas operaciones constituyen una flagrante violaci¨®n de los principios de tolerancia y pluralismo de la cultura democr¨¢tica y en un peligroso precedente. Al se?or Tom Cruise y a su bella esposa Nicole Kidiman se les puede acusar de tener la sensibilidad estragada y un horrendo paladar literario si prefieren, a la lectura de los Evangelios, la de los engendros cient¨ªfico-teol¨®gicos de L. Ron Hubbard, que fund¨® hace cuatro d¨¦cadas la Iglesia de la Cienciolog¨ªa, de acuerdo. Pero ?por qu¨¦ ser¨ªa ¨¦ste un asunto en el que tuvieran que meter su nariz las autoridades de un pa¨ªs cuya Constituci¨®n garantiza a los ciudadanos el derecho de creer en lo que les parezca o de no creer en nada?
El ¨²nico argumento serio para prohibir o discriminar a las 'sectas' no est¨¢ al alcance de los reg¨ªmenes democr¨¢ticos; s¨ª lo est¨¢, en cambio, en aquellas sociedades donde el poder religioso y pol¨ªtico son uno solo y, como en Arabia Saudita o Sud¨¢n, el Estado determina cu¨¢l es la verdadera religi¨®n y se arroga por eso el derecho de prohibir las falsas y de castigar al hereje, al heterodoxo y al sacr¨ªlego, enemigos de la fe. En una sociedad abierta, eso no es posible: el Estado debe respetar las creencias particulares, por disparatadas que parezcan, sin identificarse con ninguna Iglesia, pues si lo hace inevitablemente terminar¨¢ por atropellar las creencias (o la falta de) de un gran n¨²mero de ciudadanos. Lo estamos viendo en estos d¨ªas en Chile, una de las sociedades m¨¢s modernas de Am¨¦rica Latina que, sin embargo, en alg¨²n aspecto sigue siendo poco menos que troglodita, pues todav¨ªa no ha aprobado una ley de divorcio debido a la oposici¨®n de la influyente Iglesia Cat¨®lica.
Las razones que se esgrimen contra las 'sectas' son a menudo certeras. Es verdad que sus pros¨¦litos suelen ser fan¨¢ticos y sus m¨¦todos catequizadores atosigantes (un testigo de Jehov¨¢ me asedi¨® a m¨ª un largo a?o en Par¨ªs para que me diera el zambull¨®n lustral, exasper¨¢ndome hasta la pesadilla) y que muchas de ellas exprimen literalmente los bolsillos de sus fieles. Ahora bien: ?no se puede decir lo mismo, con puntos y comas, de muchas 'sectas' respetabil¨ªsimas de las religiones tradicionales? Los jud¨ªos ultraortodoxos de Mea Sharin, en Jerusal¨¦n, que salen a apedrear los s¨¢bados a los autom¨®viles que pasan por el barrio ?son acaso un modelo de flexibilidad? ?Es por ventura el Opus De? menos estricto en la entrega que exige de sus miembros numerarios de lo que lo son, con los suyos, las formaciones evang¨¦licas m¨¢s intransigentes? Son unos ejemplos tomados al azar, entre much¨ªsimos otros, que prueban hasta la saciedad que toda religi¨®n, la convalidada por la p¨¢tina de los siglos y milenios, la rica literatura y la sangre de los m¨¢rtires, o la flamant¨ªsima, amasada en Brooklyn, Salt Lake City o Tokio y promocionado por el Internet, es potencialmente intolerante, de vocaci¨®n monop¨®lica, y que las justificaciones para limitar o impedir el funcionamiento de algunas de ellas son tambi¨¦n v¨¢lidas para todas las otras. 0 sea que, una de dos: o se las prohibe a todas sin excepci¨®n, como in
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tentaron algunos ingenuos -la Revoluci¨®n Francesa, Lenin, Mao, Fidel Castro- o a todas se las autoriza, con la ¨²nica exigencia de que act¨²en dentro de la Ley.
Ni qu¨¦ decir tiene que yo soy un partidario resuelto de esta segunda opci¨®n. Y no s¨®lo porque es un derecho humano b¨¢sico el de poder practicar la fe elegida sin ser por ello discriminado ni perseguido. Tambi¨¦n porque para la inmensa mayor¨ªa de los seres humanos la religi¨®n es el ¨²nico camino que conduce a la vida espiritual y a una conciencia ¨¦tica, sin las cuales no hay convivencia humana, ni respeto a la legalidad, ni aquellos consensos elementales que sostienen la vida civilizada. Ha sido un grav¨ªsimo error, repetido varias veces a lo largo de la historia, creer que el conocimiento, la ciencia, la cultura, ir¨ªan liberando progresivamente al hombre de las 'supersticiones' de la religi¨®n, hasta que, con el progreso, ¨¦sta resultara inservible. La secularizaci¨®n no ha reemplazado a los dioses con ideas, saberes y convicciones que hicieran sus veces. Ha dejado un vac¨ªo espiritual que los seres humanos llenan como pueden, a veces con grotescos suced¨¢neos, con m¨²ltiples formas de neurosis, o escuchando el llamado de esas 'sectas' que, precisamente por su car¨¢cter absorbente y exclusivista, de planificaci¨®n minuciosa de todos los instantes de la vida f¨ªsica y espiritual, proporcionan un equilibrio y un orden a quienes se sienten confusos, solitarios y aturdidos en el mundo de hoy.
En ese sentido son ¨²tiles y deber¨ªan ser no s¨®lo respetadas, sino fomentadas. Pero, desde luego, no subsidiadas ni mantenidas con el dinero de los contribuyentes. El Estado democr¨¢tico; que es y s¨®lo puede ser laico, es decir neutral en materia religiosa, abandona esa neutralidad si, con el argumento de que una mayor¨ªa o una parte considerable de los ciudadanos profesa determinada religi¨®n, exonera a su iglesia de pagar impuestos y le concede otros privilegios de los que excluye a las creencias minoritarias. Esta pol¨ªtica es peligrosa, porque discrimina en el ¨¢mbito subjetivo de las creencias, y estimula la corrupci¨®n institucional.
A lo m¨¢s que deber¨ªa llegarse en este dominio, es a lo que hizo Brasil, cuando se constru¨ªa Brasilia, la nueva capital: regalar un terreno, en una avenida ad-hoc, a todas las iglesias del mundo que quisieran edificar all¨ª un templo. Hay varias decenas, si la memoria no me enga?a: grandes y ostentosos, edificios, de arquitectura plural e idiosincr¨¢tica, entre los cuales truena, soberbia, erizada de c¨²pulas y s¨ªmbolos indescifrables, la catedral Rosacruz.
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