El negro
El argumento de m¨¢s salero que. he o¨ªdo en defensa del negro de Banyoles en su podio es ¨¦ste: "Estuvo siempre ah¨ª y nadie protest¨® nunca". ?C¨®mo iban a protestar, si todos eran blancos y los ¨²nicos negros que se acercaban por el lago eran como Sidney Poitier? Ha bastado que empezaran a llegar negros, y otros negros, negros a trabajar de firme, para que las protestas empezaran. Es decir, lleg¨® gente que se ve¨ªa en el lugar del bosquimano. O que ve¨ªa a su padre o a su abuelo. ?sta es la radical diferencia que separa la exhibici¨®n de momias de la del bosquimano: nadie ve a su padre en una mom¨ªa. Que hay gente ofendida por la exhibici¨®n es indiscutible; que el patriotismo del negro de algunos ciudadanos de Banyoles es infecto est¨¢ tambi¨¦n fuera de duda. Ahora bien: el museo es un lugar sagrado. Entre otros motivos porque est¨¢ 7-y debe seguir estando a pesar de la ingenuidad vanguardista- fuera del tiempo. El museo, como las bibliotecas, registra los incidentes humanos, que no suelen estar te?idos de bondad: eliminar de esos lugares la incorrecci¨®n y hasta la criminalidad ser¨ªa acabar con ellos: los museos siempre son de los horrores. Ahora vuelvo: siempre me parecio muy reaccionaria la sistem¨¢tica destrucci¨®n de la simbolog¨ªa franquista realizada durante la transici¨®n. ?Qu¨¦ extraordinario y siniestro museo del franquismo se ha perdido gracias a tanta -y tan sospechosa- pusilanimidad!
Hace poco, una marca de tel¨¦fonos m¨®viles se anunciaba en las vallas de ciudades espa?olas: un grupo de negros can¨®nicamente pintarrajeados pon¨ªa una cara can¨®nicamente idiota de estupefacci¨®n ante el artilugio. Debajo una c¨ªnica leyenda: "Connecting people". Entre los negros no estaba mi abuelo, pero aquella exhibici¨®n me ofendi¨®. No he visto que nadie, negro o blanco, haya insinuado lo procedente. Que es sacar la valla del mercado e instalarla en el museo.
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