Escuchando a Canetti
Van a editarse en espa?ol, volumen por volumen, las obras completas de El¨ªas Canetti, y la noticia, en estos tiempos desolados, de fea actualidad y presagios s¨®rdidos, es como un indicio alentador de civilizaci¨®n. A Canetti lo va a editar Mario Muchnik, a quien debemos la digna publicaci¨®n en nuestro pa¨ªs y en nuestro idioma de los tres vol¨²menes de Primo Levi sobre la experiencia de los campos d¨¦ exterminio nazi y la tarea casi imposible de sobrevivir a ellos y de mantener al mismo tiempo la advertencia perpetua de su memoria. Me llama la atenci¨®n lo poco que se ha escrito en nuestro pa¨ªs sobre el holocausto, y el eco tan d¨¦bil o simplemente nulo que tienen entre nosotros los grandes debates internacionales sobre ese acontecimiento que, junto a la tecnolog¨ªa de la guerra total y el terror de las tiran¨ªas estalinistas, ha definido este siglo.Yo supongo que cuando se publique en espa?ol el libro de Daniel Jonah Goldhagen, Los verdugos voluntariosos de Hitler, su lectura no llegar¨¢ a causar entre nosotros un impacto semejante al que ha causado ya en Estados Unidos y pr¨¢cticamente en toda Europa: se dir¨ªa que a nosotros tales cosas no nos afectan, como si Espa?a fuera ajena a la historia jud¨ªa de los ¨²ltimos cinco siglos, o como si nuestro pa¨ªs no hubiera padecido durante casi cuarenta a?os una dictadura que debi¨® su triunfo, en gran parte, a la ayuda del mismo r¨¦gimen que provoc¨® el holocausto y arras¨® Europa entera.
Yo me pregunto cu¨¢ntas personas han le¨ªdo en Espa?a esos tres libros de Primo Levi que lo dejan a uno con la sensaci¨®n de que no se puede ir m¨¢s all¨¢ en el uso de las palabras escritas para contar lo inaudito, lo que apenas se puede contar, lo que es intolerable o¨ªr, y para contarlo todo, adem¨¢s, sin odio, sin sordidez, con un fondo sereno de afirmaci¨®n de la vida. Quien haya le¨ªdo Si esto es un hombre no podr¨¢ olvidar nunca esa escena en que las madres jud¨ªas, en v¨ªsperas del viaje a Auschwitz, lavan la ropa de sus hijos peque?os y la tienden al sol sobre los alambres espinosos, como si el viaje del d¨ªa siguiente no fuera hacia la muerte y a¨²n valiera la pena ponerles pa?ales limpios a los ni?os.Ese es el mismo aliento de bondad serena que s e respira en las p¨¢ginas de Canetti, y que sin embargo est¨¢ ausente de otro de los m¨¢ximos memorialistas del holocausto, Jean Am¨¦ry, a quien ser¨ªa urgente que alguien (es decir, Mario Muchnik) publicara tambi¨¦n en espa?ol. Am¨¦ry es el autor de un libr¨® en el que, s¨®lo existe, en estado puro, la m¨¢xima desesperaci¨®n. Igual que Primo Levi, acab¨® suicid¨¢ndose, tal vez porque la tarea de sobrevivir y al mismo tiempo no olvidar nada est¨¢ m¨¢s all¨¢ de las fuerzas de casi todo el mundo.
Canetti lleg¨® a vivir una vejez tranquila y majestuosa, que ni siquiera debi¨® de alterar mucho el Premio Nobel. En las fotograf¨ªas tiene un aspecto, de anciano, legendario, con el pelo blanco y revuelto y el bigote blanco de sabio y pol¨ªglota centroeuropeo, con una poderosa mirada de cient¨ªfico detr¨¢s de la montura de las gafas. Su temprana condici¨®n de n¨®mada lo salv¨¦ del exterminio, pero si no vio ni padeci¨® en su persona los resultados finales del totalitarismo s¨ª presenci¨® sus or¨ªgenes, y dedic¨® una gran parte de las energ¨ªas inmensas de su cultura y de su inteligencia a intentar explicarse lo que hab¨ªa visto en las calles de Alemania a mediados de los a?os veinte: la disoluci¨®n del individuo en la masa, la intoxicaci¨®n colectiva de las multitudes que se convierten por propia voluntad en esclavas ciegas de un l¨ªder, a la vez instrumento voluntarioso y un¨¢nime del desastre y carne de ca?¨®n.
En un libro como Masa y poder, Canetti explica con una claridad que tiene algo del espanto impasible de Kafka el proceso mediante el cual los seres humanos abdican de su propia humanidad, se disuelven en la barbarie de la multitud acogedora y disculpadora, en la que nadie es culpable de nada, porque nadie conserva ni los l¨ªmites ni las ataduras de la conciencia individual. En sus libros de memorias, lo que hace Canetti es justo lo contrario: contar el modo en que un individuo se va edificando en las peripecias de su vida y de su aprendizaje, el equilibrio entre lo que deseamos ser y lo que los dem¨¢s desean o piden que seamos, mediante la ternura o la autoridad, y tambi¨¦n gracias al azar o por culpa de ¨¦l, seg¨²n el influjo de las circunstancias exteriores que nos modelan tanto como la cercan¨ªa de nuestros mayores o nuestro fervor por algunos libros, por algunas afinidades sentimentales e intelectuales.
Pero hay algo ¨²nico en el tono de la escritura de Canetti, algo que uno intuye que ya estaba en el original alem¨¢n y se muestra con transparencia id¨¦ntica en la versi¨®n espa?ola de Juan Jos¨¦ del Solar: una inflexi¨®n peculiar de benevolencia, un acento de pensativa compasi¨®n, entendiendo esta palabra en su sentido verdadero, como la capacidad de sentir lo que siente otro, de compartir cordialmente su experiencia, aunque sea ajena o contraria a la de uno mismo. En La antorcha al o¨ªdo, el segundo volumen de su autobiografia, al joven Canetti le presentan a una chica muy atractiva, atareada entre un grupo de gente: "Tuve la sensaci¨®n de que ella misma me hab¨ªa invitado y le agradec¨ª su hospitalidad, que consisti¨® en haber no tado mi presencia".
Leyendo ese libro, encontrando en ¨¦l v¨ªnculos sutiles con los de Primo Levi, uno piensa con cierta nostalgia que tal vez habr¨ªa sido m¨¢s ¨²til para la moderna conciencia europea el influjo de esta clase de escritores en lugar de la hegemon¨ªa, durante d¨¦cadas, de fr¨ªos fil¨®sofos herm¨¦ticos, dedicados con sa?a al descr¨¦dito del humanismo que llamaban tan despectivamente burgu¨¦s, arrogantes intelectuales franceses de la estirpe de Sartre, de Foucault, de Althusser, expertos en jergas y en anatemas, privilegiados sociales con poses de radicalismo, apasionados por sus propias abstracciones e indiferentes como s¨¢trapas a las emociones y los sufrimientos de la gente com¨²n, de quienes padec¨ªan los reg¨ªmenes que ellos celebraban desde sus caf¨¦s de Par¨ªs. Que esos nombres, tan de moda hace nada, empiecen a alejarse, que regresen Albert Camus, Primo Levi o El¨ªas Canetti, tal vez son indicios de que la causa de la raz¨®n y de una cierta y necesaria fraternidad no est¨¢ del todo perdida.
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