Y el 46? derribo

La feria de los inv¨¢lidos se encontr¨® con la sorpresa de un toro enterizo y poderoso: era el 46?. Ocho funciones de feria iban celebradas, una sarta de inv¨¢lidos se corrieron en todas ellas y lleg¨® el que hac¨ªa 46, y fue, y derrib¨®. El 46?: un dato para la historia.Habr¨¢ que preguntarse el motivo. Si nadie explica por qu¨¦ se caen los toros, deber¨¢n decir cu¨¢l es la raz¨®n de que el 46' no se cayera. Y, adem¨¢s, echara a rodar por los suelos al percher¨®n y al picador con su castore?o. Y sembrara la inquietud en las cuadrillas. Y ater rrorizara al artista.

El aterrorizado artista, llamado Julio Aparicio, a ese toro de poder que derrib¨® a cambio de llevarse en la ri?onada tres puyazos salvajes, le quit¨® las moscas. Quiere decirse que le mante¨® la cara a prudencial distancia y lo mat¨® a paso banderillas. El p¨²blico le abronc¨® y bien abroncado estaba.

Aunque seg¨²n se mire. Pues resulta que el ¨²nico toro de la tarde, el ¨²nico ¨ªntegro, el ¨²nico con el trap¨ªo y la fortaleza exigibles en un toro de lidia, lo mat¨® Julio Aparicio. Los dem¨¢s eran borregos. Borregos sin cara ni cacha, borregos sin muelle ni fuelle, borregos sin edad y sin maldad; la hez de la caba?a brava, la verg¨¹enza nacional.

Luego Julio Aparicio fue el ¨²nico matador de toros del cartel. Los dem¨¢s, matadores de borregos. Matadores de borregos malos. Unos mediocres, aburridos, insoportables pega-pases. As¨ª se comportaron a la saz¨®n Finito de C¨®rdoba y Javier Conde, los otros dos artistas del cartel.

Finito de C¨®rdoba: un acelerado pegapases; un artero mu?idor de derechazos, incapaz de templarlos ni ligarlos. Javier Conde: un aflamencado histri¨®n, tenaz productor de los mismos derechazos que da todo el mundo, s¨®lo que se contoneaba y los ejecut¨® con m¨¢s afectaci¨®n que fundamento. No se ha dicho bien: los ejecut¨® con total afectaci¨®n y sin ning¨²n fundamento.Javier Conde brind¨® el sexto borrego al p¨²blico. Lo brind¨® a pesar de que ni siquiera lo pudieron picar, de que el pobre animal acababa de caerse patas arriba y en el suelo le entr¨® un penoso temblequeo. Vaya toreros se gasta hoy en d¨ªa la fiesta.

Salt¨® a la arena el primer toro -tipo utrero- y al primer capotazo ya pegaba la voltereta. Era el 430 inv¨¢lido de la feria (m¨¢s o menos), pas¨® de tr¨¢mite los primeros tercios y en el ¨²ltimo Julio Aparicio lo pas¨® de muleta con serena suficiencia, cuidando no se fuera a desplomar. Finalmente le arre¨® un sartenazo y se qued¨® tan ancho. Julio Aparicio, evidentemente, no perd¨ªa los nervios. Los perdi¨® despu¨¦s, al verse delante del 46?.

El resto de la corrida constituy¨® un bochorno. Daba grima estar en la plaza, ser c¨®mplice pasivo de aquella tropel¨ªa en la que unos individuos con un sentido de la dignidad que habr¨ªa repugnado a los toreros verdaderos, compon¨ªan posturas fingiendo majeza delante de unos animales aturdidos, descoyuntados, moribundos.

Eso de ayer y pr¨¢cticamente todos los d¨ªas en la mayor¨ªa de los cosos no es la fiesta del arte y el valor;no es la fiesta brava. Ni es fiesta siquiera. Es una mascarada; es una vileza impropia de un pa¨ªs civilizado.

Si en cualquier pa¨ªs civilizado descubren lo que se trama y se cuece actualmente en las plazas de toros y adem¨¢s tiran de estad¨ªstica, nos ponen en la picota. Va de estad¨ªstica: si de 46 toros s¨®lo uno sale ¨ªntegro, resulta que el 97% de los toros los sacan en estado comatoso. Y, encima, los echan percherones, los clavan puyas, los prenden banderillas, los tunden a bajonazos... Qu¨¦ verguenza, Dios.