Edificios de campo
Gente con corbata, terno azul de camuflaje y el aire decidido de los ejecutivos con master tomaron una madrugada de primavera la gran explanada oriental de la Casa de Campo. Para cuando amaneci¨® ya hab¨ªan izado en un m¨¢stil desplegable, clavado en la colina preferida de los domingueros, una enorme bandera que proclamaba al viento el inconfundible s¨ªmbolo Okupa. Los periodistas m¨¢s briosos fueron contenidos hasta una rueda de prensa que se desarroll¨®, a las 11.45, en una agradable sala de conferencias improvisada al aire libre, frente al gran lago del parque. Envueltas en una m¨²sica de ascensor que sal¨ªa de la naturaleza (previo destierro de las prostitutas), cl¨®nicas beldades disfrazadas de azafata repartieron caf¨¦s, pastitas y brillantes dosieres de prensa rellenos de estad¨ªsticas 31 fotograf¨ªas trucadas de oficinas ideales: pues seg¨²n ha sido demostrado hace tiempo en los laboratorios y novelas m¨¢s avanzadas, no existe tal cosa como una oficina ideal. Es una contradicci¨®n en los t¨¦rminos.
Un ejecutivo con las gafas m¨¢s limpias y la raya del pelo m¨¢s recta -la raya del ejecutivo parec¨ªa un c¨®digo de moral espartana- explic¨® sin pesta?ear que la Casa de Campo era un territorio abandonado al vac¨ªo desde tiempo inmemorial, y que ellos (no especific¨®, pero se supone que los all¨ª congregados) ten¨ªan derecho a ese paisaje con el mismo t¨ªtulo de igualdad que los desocupados domingueros que iban all¨ª a comer tortilla y ensuciar el paisaje con envases no reciclables.
"No somos violentos", precis¨®, "pero si es necesario plantaremos cara a las fuerzas de desokupaci¨®n". Detr¨¢s suyo, los centuriones de su guardia sonrieron a la vez que. dejaban o¨ªr ronroneantes gru?idos. El hombre proclam¨®: "El Estado intervencionista podr¨¢ desalojarnos. Pero no podr¨¢n desalojar nuestras ideas". Los centuriones volvieron a sonre¨ªr y a gru?ir, y los periodistas. tuvieron la impresi¨®n, seg¨²n me cont¨® uno de ellos, de que el ideario Okupa se hab¨ªa instalado en la Casa de Campo, flotando para siempre entre los ¨¢rboles. Ser¨ªa muy dif¨ªcil desalojarlo.
Ni que decir tiene que el Gobierno ni lo intent¨® (y mucho menos la alcald¨ªa, naturalmente: de qu¨¦ iba el alcalde a corregir a sus jefes). Es cierto que sali¨® uno de los portavoces de lujo a hablar con la prensa; pero de su potente artiller¨ªa s¨®lo utiliz¨® el calibre 16, que como es notorio es la que se utiliza en la caza del ruise?or, los debates de pol¨ªtica cultural y el azote de los tr¨¢nsfugas en las pedan¨ªas
E hizo bien, qu¨¦ diablos: si el portavoz hubiese protestado m¨¢s, es posible que alg¨²n periodista hubiese terminado por descubrir, entre la prolija documentaci¨®n impresa con l¨¢ser en los dosieres que entre las bases te¨®ricas a las que los okupas de la Casa de Campo se remit¨ªan figuraba en primer t¨¦rmino el proyecto del Gobierno mediante el cual, con el aplauso liberal-progresista de este pa¨ªs, se pone fin a d¨¦cadas de proteccionismo filocomunista y al fin se permite urbanizar, para entendernos, un poco por donde a uno le d¨¦ la gana.
O sea, m¨¢s o menos como durante los felices sesenta, en los que, como es notorio y est¨¢ escrito en los libros, naci¨® la actual potencia espa?ola. (Si alguien quiere documentarse, que se acerque a la costa. Cualquier costa).
Los okupas de la Casa, de Campo se prepararon, sin embargo, a resistir. Se mandaron traer de Loewe chalecos de corresponsal de guerra 37, de Mallorca, grandes cantidades de bandejas con mediasnoches y otras viandas de noche en vela.
Que fuese primavera no les impidi¨® montar las tiendas de campa?a que hab¨ªan utilizado ya en sus vacaciones en Nepal, y las llenaron de todos esos cacharritos con los que algunos primermundistas visitan el Tercer Mundo pensando que seguramente tendr¨¢n que dormir en la selva y matar un tigre. Luego mandaron poner una tarima de una de las terrazas de la Castellana, y contrataron a una estrella rebelde para que amenizara en directo el comienzo de las obras.
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