La llegada de los 'Spicer Boys'
Un militar brit¨¢nico, antiguo portavoz de Naciones Unidas en Bosnia, era el jefe de los mercenarios expulsados de Pap¨²a Nueva Guinea
Sentado en el banquillo de los acusados en la sala del tribunal de Port Moresby, la capital de Pap¨²a Nueva Guinea, el teniente coronel Tim Spicer, de 44 a?os, apareci¨® ayer ante los periodistas sin perder el aplomo. Spicer, antiguo portavoz de las fuerzas de la ONU en Sarajevo, agregado militar del general brit¨¢nico Michael Rose, al mando durante un tiempo de los cascos azu?es en Bosnia, no es hombre que pierda f¨¢cilmente los nervios. Procedente de los Guardias Escoceses, un prestigioso cuerpo del Ej¨¦rcito brit¨¢nico, veterano de la guerra de las Malvinas y de la del Golfo, con a?os de servicio en Chipre e Irlanda del Norte, Spicer es un exponente del sentido pr¨¢ctico militar.Concluidas todas sus misiones, decidi¨® que hab¨ªa llegado el momento de rentabilizar, sus largos a?os de pr¨¢ctica guerrera a trav¨¦s de una empresa, Sandline International, dedicada a ofrecer "asesoramiento" en temas militares. El ¨²ltimo contrato firmado por Sandline con el Gobierno de Pap¨²a Nueva Guinea, por 22 millones de libras (unos 5.000 millones de pesetas), ha resultado, sin embargo, una trampa mort¨ªfera que ha llevado a Spicer ante los tribunales.
De tener ¨¦xito, su misi¨®n y la de su peque?o ej¨¦rcito de 60 mercenarios hubiera podido inspirar una nueva versi¨®n de Queimada, la pel¨ªcula de Gillo Pontecorvo. Para desgracia de cin¨¦filos y de los propios mercenarios, la misi¨®n de Tim Spicer ha sido un fracaso, y el cerebro de la operaci¨®n, el elegante militar brit¨¢nico que ha cambiado la boina azul por un uniforme a lo Rambo, espera recluido en la residencia del embajador brit¨¢nico en Pap¨²a Nueva Guinea a que se resuelva una investigaci¨®n judicial sobre su presencia en el pa¨ªs.Hace un par de semanas, Spicer aterriz¨® en Port Moresby con un grupo de mercenarios surafricanos dispuestos a acabar con la guerrilla separatista de Buganvilla, una isla pr¨®xima a la capital de Pap¨²a donde se encuentra una de las mayores minas de cobre del mundo,. que atormenta desde hace nueve a?os al Gobierno de Port Moresby.
Un acuerdo alcanzado entre el primer ministro de esta compleja naci¨®n tribal de cuatro millones de habitantes que hablan 700 lenguas, Julius Chan, y Spicer contemplaba el pago de 5.000 libras diarias (m¨¢s de un mill¨®n de pesetas) a cada uno de los 60 mercenarios a cambio de entrenar en la lucha antiguerrillera al Ej¨¦rcito nacional y colocarse en la primera l¨ªnea de combate contra los miembros de la Boungainville Revolutionary Army.El trato fue denunciado, sin embargo, por el responsable de las Fuerzas Armadas nacionales, general Jerry Singirok, que calific¨® de escandaloso el uso de mercenarios -"sabemos c¨®mo han actuado en pa¨ªses del Tercer Mundo, y no son dignos de confianza", explic¨® a la prensa- y desproporcionado el gasto que su presencia ocasionaba cuando el Ej¨¦rcito de Pap¨²a, unos 5.000 hombres, vive poco menos que en la indigencia. En un gesto que habr¨ªa de lamentar despu¨¦s, el primer ministro Chan destituy¨® a Singirok, provocando una de las mayores crisis pol¨ªticas que ha afrontado la antigua colonia australiana en sus 22 a?os de independencia. A lo largo de la pasada semana, disturbios sin precedentes en la capital y en las Principales ciudades, que se han saldado con un muerto y decenas de heridos, han colocado al Gobierno de Chan contra las cuerdas. En medio de la tormenta pol¨ªtica que deriv¨® en vandalismo y pillaje, los 60 mercenarios tuvieron que abandonar el viernes Pap¨²a en helic¨®pitero rumbo a Hong Kong, entre los insultos, y abucheos de una muchedumbre que les acompa?¨® al aeropuerto para comprobar su partida.
S¨®lo Spicer, el jefe supremo de este peque?o ej¨¦rcito de rambos, permanece en Port Moresby en espera de ser juzgado por el delito de portar un arma de fuego. El antiguo militar brit¨¢nico insiste en que el contrato firmado con Chan s¨®lo contemplaba una "operaci¨®n de entrenamiento", y niega que su equipo de soldados tenga nada que ver con un grupo de mercenarios al viejo estilo. "La idea que la gente tiene de los mercenarios es bastante poco favorable", declar¨® Spicer en una reciente entrevista, "se piensa que son degenerados que est¨¢n en ello por dinero y diversi¨®n. Nuestra organizaci¨®n est¨¢ muy lejos de esa imagen". En Pap¨²a Nueva Guinea no lo creen as¨ª.
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