Vargas Llosa cree que la imaginaci¨®n es la "mejor f¨®rmula para avivar el amor"
La nueva novela del escritor hispanoperuano gira en torno a los juegos er¨®ticos
Mario Vargas Llosa se ha divertido mucho escribiendo su nueva novela -Los cuadernos de don Rigoberto (Alf¨¢guara)- y se le nota cuando la comenta. A partir de las fantas¨ªas er¨®ticas de un gris empleado, el libro representa un divertido llamamiento a la imaginaci¨®n como soporte del amor. As¨ª, todo tipo de encuentros er¨®ticos desfilan por la novela, desde el lesbianismo a la agresi¨®n, pasando por las "cambiaditas de parejas". El escritor hispanoperuano (Arequipa, 1936) no tiene dudas cuando sostiene: "La imaginaci¨®n es la mejor f¨®rmula para avivar el amor".
Vargas Llosa cree que la felicidad es posible, pero siempre a condici¨®n de que uno se la trabaje con grandes dosis de inventiva y de creatividad. "En definitiva", se?ala, "la felicidad no deja de ser una creaci¨®n art¨ªstica y de la imaginaci¨®n. El amor es quiz¨¢ la, faceta donde m¨¢s se vuelca la individualidad de cada persona,. un ¨¢mbito donde las experiencias ajenas no resultan demasiado instructivas". El escritor subraya, una y otra vez, la singularidad de cada juego amoroso.Lo m¨¢s maravilloso y al mismo tiempo terrible del amor radica en esa "complicidad de fantasmas", como la califica Vargas Llosa, necesaria en cualquier relaci¨®n er¨®tica. Por ello, la cultura aparece, junto a la imaginaci¨®n, como el otro estimulador imprescindible del amor. "Una pareja", indica, "necesita un mundo de referencias, de ritos, de gui?os...".
Ahora bien, el escritor desprecia la pornograf¨ªa, que considera "una banalizaci¨®n, una vulgarizaci¨®n del amor". Desde su rabiosa actitud de defensa del individualismo, Vargas Llosa opina: "La pornograf¨ªa se ha convertido en una actividad industrial y comercial donde desaparece cualquier rasgo de originafidad". Convertido en este caso en alter ego del autor, don Rigoberto exclama en un p¨¢rrafo de la novela: "La pornograf¨ªa despoja al erotismo de contenido art¨ªstico, privilegia lo org¨¢nico sobre lo espiritual y lo mental, como si el deseo y el placer tuvieran de protagonistas a falos y vulvas y estos admin¨ªculos no fueran meros sirvientes de los fantasmas que gobiernan nuestras almas".
De cualquier modo, no le falta inventiva al autor de Conversaci¨®n en la catedral para describir con todo lujo de detalles, un cierto refinamiento formal y un ali?o humor¨ªstico muchas variantes del juego amoroso. El amante entregado que s¨®lo desea hacer un viaje de ensue?o con su amada para morir tranquilo, el calavera descarado que va manoseando a las se?oras como si fuera Harpo Marx, el familiar rijoso empe?ado en los intercambios de parejas, las lesbianas de sauna o la prostituta postiza que bullen en la mente calenturienta de don Rigoberto hacen honor a la cita del poeta alem¨¢n Friedrich H?lderlin que figura en la primera p¨¢gina de la novela: -El hombre, un dios cuando sue?a y apenas un mendigo cuando piensa".
Desde su estudio, donde se ha rodeado de grabados y de obras de arte, don Rigoberto f¨¢bula sobre el papel de sus cuadernos para mantener viva la pasi¨®n de su segunda esposa, do?a Lucrecia. Pero en realidad quien mueve a su padre y a su madrasta cual si se tratara de un prestidigitador es Fonchito, un ni?o inocente y perverso en la frontera de la adolescencia. De su nueva novela, que Vargas Llosa presenta estos d¨ªas en Madrid, se ha realizado una tirada de 270.000 ejemplares con destino a 26 pa¨ªses de lengua espa?ola. Se trata de la primera vez en que se difunde simult¨¢neamente en Espa?a y en Am¨¦rica Latina el libro de un autor en castellano.
La ni?ez
El escritor no vacila al afirmar que "tenemos una idea estereotipada de la ni?ez que arranca de una influencia cristiana". "Por eso Freud fue tan criticado en su ¨¦poca", apostilla Vargas Llosa, "cuando se atrevi¨® a analizar a los ni?os como ego¨ªstas. Todo aqu¨¦l que ha pasado por un colegio sabe que los peque?os pueden ser crueles y tiernos a la vez".Don Rigoberto, do?a Lucrecia y Fonchito dibujan un peculiar tri¨¢ngulo, una ins¨®lita familia feliz, donde conviven el juego y la armon¨ªa, las tensiones y las mutuas dependencias. Como eje de las historias que protagoniza este tr¨ªo destaca la pintura -una de las pasiones de Vargas Llosa- y en especial la obra de Egon Schiele (1890-1918), un expresionista austriaco que ha sido uno de los artistas que se ha autorretratado en m¨¢s ocasiones y un enamorado de sus ni?as modelos. "La figura de Schiele, un desmedido narcisista", confiesa el escritor, "me serv¨ªa muy bien para definir el car¨¢cter de Fonchito". Cuando se le pregunta si el narcisismo forma parte del amor, Vargas Llosa sonr¨ªe: "Claro que s¨ª. Buscamos siempre nuestro reflejo en el otro".
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