Un acto de valor
Llegar a un instituto siempre tiene para m¨ª algo de regreso en el tiempo. Llego a una galer¨ªa de arte la tarde de una inauguraci¨®n y me ahogo enseguida, siento un deseo instant¨¢neo de irme, o de volverme invisible, igual que cuando no tengo m¨¢s remedio que asistir a un estreno de teatro o de cine, o a la presentaci¨®n de un libro. Entro a un instituto, sin embargo, y no tardo nada en sentir que piso un territorio conocido, y me gana un sentimiento que es a la vez de vuelta en el tiempo y de asombro por toda la lejan¨ªa de los a?os. El recuerdo viaja a la velocidad, de la luz, y en un instante yo puedo estar de nuevo en el abril de hace veinticinco a?os, en el instituto donde estudiaba lo que se llamaba entonces sexto de bachiller: no me cuesta nada identificar esta misma claridad matinal de primavera excesiva, de mayo o junio adelantados, que nos deslumbraba al entrar en las aulas orientadas al sur; la prisa de la gente muy joven en las escaleras, el aire un poco desgastado de todo, el fondo de ansiedad brusca, de atenci¨®n impaciente, con que se sientan los alumnos, el cuerpo echado contra el respaldo, las piernas separadas, los cuadernos abiertos y los bol¨ªgrafos preparados para tomar apuntes.Pero yo no soy uno de los que est¨¢n sentados frente a la tarima, y la fidelidad del recuerdo es un enga?o que me cuesta cierto trabajo disipar, porque aun siendo el tiempo la materia misma de la vida no somos capaces de medirlo de verdad usando tan s¨®lo la inteligencia y los sentidos. ?C¨®mo puede ser cierto que yo est¨¦ tan lejos de entonces, si me acuerdo con tanto detalle, si creo parecerme tanto a aquel estudiante de diecis¨¦is a?os que apenas hab¨ªa salido de su pueblo y ni siquiera hab¨ªa visto a¨²n el mar, pero que se sab¨ªa de memoria poemas de Neruda, de Lorca y de B¨¦cquer y estaba decidido a convertirse cuanto antes en corresponsal de guerra, en novelista, en dramaturgo de vanguardia, en peregrino en autoestop por las carreteras de Europa? (Todo depend¨ªa del libro que estuviese leyendo: mi novela de cabecera entre los diecis¨¦is y los diecisiete a?os era Las corrupciones, de Jes¨²s Torbado).
He llegado a media ma?ana a un instituto que est¨¢ en un barrio de Madrid, el Rey Pastor de Moratalaz, que ya tiene de entrada un hermoso nombre de matem¨¢tico republicano, y en el vest¨ªbulo, mientras saludo a algunos profesores y observo que algunos alumnos al entrar o al salir me miran de soslayo, pienso que cada vez estoy volviendo al mismo instituto donde yo estudi¨¦, y que por eso tengo una sensaci¨®n tan fuerte de reconocimiento, de gratitud, de melancol¨ªa por el paso del tiempo, pero tambi¨¦n me afirmo en mis convicciones sobre la dignidad imprescindible de lo p¨²blico, de la Instrucci¨®n P¨²blica, sobre todo, con sus may¨²sculas de preeminencia y respeto. He venido a dar una charla sobre literatura a los alumnos de los ¨²ltimos cursos, pero sobre todo a acordarme ¨ªntimamente y en voz alta del alumno que fui y de las f¨¢bulas de vida adulta y de huida que aliment¨¦ en otras aulas, y tambi¨¦n para vindicar lo menos apreciado ahora, lo que Fernando Savater llama en su ¨²ltimo libro el valor de educar, la tarea mutua de profesores y alumnos que ahora ya parece un desastre sin remedio o un prop¨®sito imposible.
Durante catorce a?os, a base de leyes incompetentes, de demagogia y arrogancia, de entrega a la palabrer¨ªa ignorante de los temibles expertos, los Gobiernos socialistas lograron el doble milagro de degradar la ense?anza p¨²blica justo cuando se estaba logrando universalizarla y de fortalecer los privilegios de la ense?anza eclesi¨¢stica. Ahora la derecha viene a completar el trabajo, y la ministra y sus asesores (entre ellos el pintoresco, el reverdecido ex comunista Ram¨®n Tamames) declaran que la escuela debe someterse a las leyes del mercado, lo cual viene a querer decir que habr¨¢ a¨²n m¨¢s dinero p¨²blico para los colegios de los ricos y que las escuelas p¨²blicas tendr¨¢n menos profesores y m¨¢s alumnos por aula, a¨²n menos medios, todav¨ªa menos consideraci¨®n social.
En el instituto Rey Pastor me acuerdo de aquella consigna de renuncia progresista al abatimiento que afirm¨® Antonio Gramsci: contra el pesimismo de los hechos, el optimismo de la voluntad. En un barrio de Madrid, en un centro p¨²blico, a pesar de la desidia social y de la in competencia de la Administraci¨®n, a pesar del desaliento que suele ser el estado de ¨¢nimo m¨¢s habitual entre quienes trabajan en la ense?anza, uno encuentra profesores que siguen disfrutan do de su oficio, que aman la literatura, la historia, la f¨ªsica, el lat¨ªn, que no se han rendido a la marruller¨ªa ni a la desgana, que a¨²n insisten en transmitir a los alumnos una conciencia del delicado equilibrio entre la libertad y el deber, entre el respeto y la de senvoltura
A pesar de todos los pesares, la educaci¨®n sigue siendo un acto de valor y de optimismo, porque se basa en la creencia ilustrada de que es posible y necesario hacernos mejores, llegar a ser plenamente humanos, frente al oscurantismo clerical o nacionalista del ser de nacimiento, de la predestinaci¨®n para el infierno o el cielo, para, la pertenencia analfabeta y vegetal a unas presuntas -ra¨ªces. "Educar", escribe en su libro Fernando Savater, "es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber que la anima, en que hay cosas que pueden ser sabidas y merecen serlo, en que los hombres podemos mejorarnos unos a otros por medio del conocimiento". En el instituto Rey Pastor, mientras les contaba a los alumnos el trato de mi adolescencia con la literatura, el gusto de aprender que me transmitieron algunos profesores, pensaba con algo de v¨¦rtigo en qui¨¦n hab¨ªa sido yo a los diecis¨¦is, a?os y me preguntaba en qu¨¦ medida hab¨ªa llegado a parecerme a quien deseaba ser entonces. Al. salir de all¨ª se desvaneci¨® el hechizo del tiempo y regres¨¦ al presente. Uno nunca sabe en virtud de qu¨¦ mezcla de deliberaci¨®n y de azar ha llegado a ser quien es ahora. Pero yo estoy seguro, con toda gratitud, sin ninguna nostalgia, que una parte indeleble de quien soy se form¨® hace veintitantos a?os en un instituto p¨²blico.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.