Argumentos en contra de la redistribuci¨®n
En una monograf¨ªa bastante reciente, Inequality reexamined (1992), uno de los m¨¢s eximios simpatizantes del igualitarismo en la actualidad, el economista indio Amartya Sen, da cuenta de tres argumentos que suelen emplearse para rechazar las pol¨ªticas igualitarias y redistributivas.1. El argumento del "espacio equivocado" o del error conceptual. Los igualitaristas distan de ser una clerec¨ªa homog¨¦nea. Coinciden en pretender una mayor igualdad, pero interpretan de muy distintas maneras el significado de esa palabra. Hay quien propone una mayor igualdad en el disfrute de bienes primarios (Rawls), igualdad en la posesi¨®n de recursos (Dworkin), igualdad en la libertad real (Sen), igualdad en las cestas de bienes de consumo (Foley), etc¨¦tera. Seg¨²n la persuasiva postura de Sen, todos los pensadores pol¨ªticos defienden la igualdad en alguno de estos "espacios" conceptuales (al menos uno), y se ven con ello forzados a rechazarla en casi todos los dem¨¢s y combatirla all¨ª como error conceptual grave. Robert Nozick -tenido a menudo por paradigma de pensador antiigualitario- hace suya, sin embargo, la igualdad de derechos individuales, pero, bas¨¢ndose en ella, recusa la igualdad de ingresos sobre la base de que su realizaci¨®n quebrantar¨ªa derechos individuales de propiedad. Sen considera deseable una igual capacidad real para todos, y eso le lleva a rechazar la tendencia igualitaria en la distribuci¨®n de bienes primarios por la que Rawls se inclina, etc¨¦tera. La falta de claridad conceptual, y de consenso, acerca de qu¨¦ tipo de igualdad se tiene por deseable hace previsible que, ante cualquier pol¨ªtica redistributiva, se pueda erigir el reproche de que persigue la igualdad en el "espacio" equivocado.
Otro problema derivado de esta falta de consenso es que resultar¨¢ imposible en la pr¨¢ctica que todos posean lo mismo en la dimensi¨®n de igualdad que todos consideran significativa. Si, pongamos por caso, todos disfrutan de las mismas rentas, pero algunos, por minusval¨ªas f¨ªsicas o ps¨ªquicas, no tienen el mismo poder o eficacia que otros para transformar esos ingresos en capacidades reales para vivir bien (y lo que ellos valoran es precisamente la igualdad en esta concreta dimensi¨®n), entonces se podr¨¢n sentir fundadamente tratados de forma inequitativa y ansiar¨¢n la suerte de los dem¨¢s. De momento no hay unanimidad de criterio acerca de cu¨¢l o cu¨¢les sean las dimensiones relevantes de la igualdad (?derechos?, ?oportunidades?, ?recursos?, ?ingresos?, ?bienes primarios?, ?capacidades reales?), y probablemente esta dispersi¨®n te¨®rica obedezca a que nuestras propias intuiciones morales no resultan firmes y claras en este punto crucial. De modo que los intentos de equiparaci¨®n de los individuos en una dimensi¨®n de igualdad, al conllevar inevitablemente disparidades en otros terrenos no excluyen, sino todo lo contrario, la eclosi¨®n del descontento y el resquemor por parte de quienes conciban y aprecien la igualdad precisamente en esos terrenos.
2. El argumento de la incompatibilidad con los incentivos. La poderos¨ªsima ret¨®rica de la igualdad nos puede ofuscar hasta el punto de hacernos olvidar que la desigualdad (en muchos de los "espacios" mencionados) puede resultar socialmente provechosa y que, por lo mismo, la persecuci¨®n obstinada e irrazonable de la igualdad quiz¨¢ acarree efectos indeseables en algunos contextos. Una propensi¨®n intelectual frecuente en los adictos a la redistribuci¨®n consiste en interpretar el producto global (la famosa "tarta" que hay que repartir) como si fuera man¨¢ ca¨ªdo del cielo, algo que les interesa exclusivamente como objeto de distribuci¨®n y respecto del cual olvidan por completo que ha sido precisamente producido, y que, como dir¨ªa Nozick, ha entrado en el mundo vinculado con las personas que tienen derechos sobre ¨¦l. Los procesos de producci¨®n y de distribuci¨®n est¨¢n inextricablemente entrelazados, y pretender asignar porciones distributivas dejando completamente de lado qui¨¦n las ha producido equivale a lesionar derechos de propiedad leg¨ªtimamente adquiridos. La interdependencia entre producci¨®n y distribuci¨®n har¨¢ que quien sienta met¨®dicamente conculcados sus derechos de propiedad hasta un nivel intolerable para ¨¦l por medidas redistributivas dr¨¢sticas opte finalmente por trasladarse a otra circunscripci¨®n pol¨ªtica, rescindiendo el acuerdo cooperativo con su anterior orden social. Este drenaje de talentos y capitales que provocan las pol¨ªticas demasiado en¨¦rgicamente igualitarias har¨¢ que el tama?o de la "tarta" se reduzca sin cesar y que lo que finalmente se acabe distribuyendo sea la pobreza, no la riqueza.
3. El argumento de la "asimetr¨ªa operativa". En muchos tipos de organizaci¨®n (empresas, partidos pol¨ªticos, Gobiernos, etc¨¦tera) puede redundar en beneficio de todos que exista una cierta asimetr¨ªa de poder, seg¨²n la cual se conceda mayor capacidad de decisi¨®n a quien posea facultades especiales de perspicacia o de mando. John Rawls o Daniel Bell se han mostrado partidarios de que estos puestos de especial responsabilidad se asignen en competencia abierta y vayan a parar a los m¨¢s capaces. Sin embargo, para algunos igualitaristas esto es inadmisible, pues entienden que los m¨¢s capaces deben su mayor capacidad a circunstancias inmerecidas y que ellos no han controlado: al azar, que les ha dotado de talentos especiales o que les ha hecho nacer y crecer en el seno de familias pudientes. Los igualitaristas m¨¢s intransigentes s¨®lo admiten -y esto a rega?adientes- las desigualdades debidas a factores que el individuo controla y de los que se le puede hacer responsable (su tenacidad, sus gustos, etc¨¦tera), pero rechazar¨¢n con determinaci¨®n todas aquellas que obedezcan a caracter¨ªsticas personales o circunstancias externas (sexo, condici¨®n social, pertenencia ¨¦tnica, capacidad f¨ªsica o ps¨ªquica, etc¨¦tera) sujetas al arbitrario dictamen de la fortuna. Si, para proteger a los castigados por la suerte, Rawls ha aceptado resultados desiguales para los m¨¢s capaces, pero s¨®lo a condici¨®n de que tales desigualdades incidan favorablemente en los peor tratados por la fortuna, algunos igualitaristas de l¨ªnea dura han ido m¨¢s all¨¢ y han propuesto pr¨¢cticas de discriminaci¨®n positiva que impidan eficazmente que los mejor dotados copen los puestos influyentes: sugieren establecer cupos o reservar un cierto porcentaje de cargos y dignidades a representantes de los grupos desfavorecidos (mujeres, pobres, minor¨ªas ¨¦tnicas, minusv¨¢lidos, etc¨¦tera), sustrayendo, desde luego, esos nombramientos a las inclemencias de la competitividad.
Pero, del mismo modo que la insistencia en un reparto m¨¢s igualitario de la renta y la riqueza puede entra?ar secuelas indeseables en materia de eficiencia y bienestar colectivos, tambi¨¦n las puede tener el ¨¦nfasis desmesurado en distribuir los cargos y dignidades ignorando o tratando de contrarrestar la incidencia del azar natural. Las organizaciones que se entregan a pr¨¢cticas de discriminaci¨®n positiva corren el riesgo de acabar en manos de profesionales menos cualificados que aquellas que no lo hacen, poniendo as¨ª en entredicho su reputaci¨®n o su propia supervivencia.
4. El argumento del desv¨ªo opaco de la renta y la riqueza. Es un argumento no contemplado por Sen y que discurre de esta forma: en condiciones de civilizaci¨®n, en que no es dable mantener la igualdad a base de controles informales por parte de los componentes de la sociedad civil, hay que dejar a la discrecionalidad de pol¨ªticos y bur¨®cratas la supervisi¨®n y puesta en pr¨¢ctica de las medidas redistributivas, lo que es muy a prop¨®sito para generar incentivos perversos. En concreto, la concentraci¨®n de poder redistribuidor en manos de personas reconocibles -los cargos p¨²blicos- alentar¨¢ la formaci¨®n de grupos de intereses espec¨ªficos, que pueden conseguir que los beneficios de la redistribuci¨®n vayan a parar al regazo de los m¨¢s organizados y con mayor capacidad de presi¨®n, no forzosamente a los que m¨¢s lo necesitan. Tambi¨¦n ser¨¢ ¨¦ste un entorno propicio, como sugiere c¨¢usticamente Anthony de Jasay, para que los poderes p¨²blicos redistribuyan la renta y la riqueza en su propio favor. B¨²squeda de rentas y corrupci¨®n, y no una sociedad m¨¢s igualitaria, ser¨¢n las urticantes consecuencias no buscadas de la cultura de la redistribuci¨®n.
La historia no acaba aqu¨ª. Sin ¨¢nimo de hacer de esto un vano ejercicio de er¨ªstica (que no lo es, por supuesto), dejo para otra ocasi¨®n pr¨®xima el ocuparme de los argumentos aducibles enfavor de la redistribuci¨®n.
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