Juicio sin morbo
EN ENERO de 1993, la sociedad espa?ola qued¨® sobrecogida de horror cuando fueron hallados enterrados los cad¨¢veres de Miriam Garc¨ªa, Antonia G¨®mezy D¨¦sir¨¦e Hern¨¢ndez, las tres ni?as que hab¨ªan sido secuestradas dos meses y medio antes en la localidad valenciana de Alc¨¢sser, con signos de haber sido sometidas a una tortura ves¨¢nica. M¨¢s de cuatro a?os despu¨¦s se inicia el juicio por el triple asesinato, con un ¨²nico acusado presente, Miguel Ricart, y uno ausente o presuntamente muerto, Antonio Angl¨¦s. La brutalidad y vileza del crimen explica la expectaci¨®n que genera el proceso, multiplicada por la explotaci¨®n sensacionalista en algunos medios de comunicaci¨®n, que han encontrado en la terror¨ªfica matanza de las tres ni?as motivo suficiente para vender fantas¨ªas delirantes sobre los hechos y sus autores y minar la necesaria serenidad con que debe iniciarse el proceso.El juicio por el triple asesinato est¨¢ forzosa y desventuradamente condicionado por los innumerables errores que se han cometido tanto en la instrucci¨®n del sumario como en la localizaci¨®n y persecuci¨®n de los presuntos culpables. El retraso inconcebible en el an¨¢lisis de pruebas decisivas como los cabellos encontrados sobre los cad¨¢veres de las ni?as asesinadas, el chapucero levantamiento de los cuerpos, las contradicciones e inverosimilitudes contenidas en la declaraci¨®n de Miguel Ricart, auguran un juicio con m¨¢s preguntas que respuestas y cuya soluci¨®n, muy probablemente, resultar¨¢ poco ¨²til para descubrir la verdad.
A la nutrida lista de errores hay que sumar, adem¨¢s, la rocambolesca fuga del presunto autor de los cr¨ªmenes, Antonio Angl¨¦s. Como en los artificiosos y efectistas relatos de Ponson du Terrail, existen muchas dudas sobre el caso, y las hip¨®tesis sobre el paradero de Angl¨¦s, tras huir de Espa?a, se han convertido en un elemento m¨¢s en el tr¨¢fico abyecto de especulaciones.
Resulta ins¨®lito y poco halag¨¹e?o para la Guardia Civil y la polic¨ªa que casi cinco a?os despu¨¦s de cometidos los asesinatos existan tantas lagunas, sombras y contradicciones sobre qui¨¦nes fueron los autores y sus c¨®mplices. No estamos probablemente ante un crimen con sofisticados motivos e innumerables coartadas al modo de Agatha Christie o Dickson Carr, que, por otra parte, rara vez se dan en la vida real, sino ante motivaciones pervertidas que no es dif¨ªcil delimitar. En todo caso, es hora de que tales errores sean subsanados en la medida de lo posible y la vista profundice en la veracidad de los hechos expuestos en la instrucci¨®n.
La frustrante torpeza de las actuaciones policiales y judiciales en el caso no justifica en ning¨²n caso las abyectas especulaciones con que algunos medios de comunicaci¨®n han intentado explotar tan salvaje asesinato. Los delirios sobre ocultaci¨®n consciente de pruebas para encubrir la participaci¨®n de personajes relevantes o las febriles explicaciones sobre la filmaci¨®n en directo de los cr¨ªmenes para consumo en los circuitos de snuff movies no est¨¢n respaldados de momento por prueba alguna.
Resulta l¨ªcito interrogarse sobre las inc¨®gnitas que una investigaci¨®n deficiente deja sin contestar. Ahora bien, dar un paso m¨¢s y lucubrar sin fundamento con soluciones fant¨¢sticas o simplemente demag¨®gicas s¨®lo contribuye a ofuscar a la opini¨®n p¨²blica y a engordar el negocio de los traficantes de morbo informativo.
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