El principito
Frente al muy noble y augusto parque de Berl¨ªn, casi en la esquina de Ram¨®n y Cajal con Puerto Rico existe un tiovivo a la antigua usanza, de los de techo piramidal, plataforma giratoria y lucecitas a granel.El negocio se maneja desde una peque?a caravana y cuenta con 18 unidades de transporte, a saber: un cisne, una lancha r¨¢pida, dos tazas centr¨ªfugas, dos motos de polic¨ªa, un coche de bomberos, un autob¨²s, un Porsche, un cohete llamado Odiseus y ocho caballitos, todos muy limpios y en perfecto estado de revista.
Se dir¨ªa del encargado un sujeto de temple. Ronda la treintena, usa gafas y acaso le sobren 15 o 20 kilos, pero se desenvuelve en la plataforma con una ligereza que asombra por su visi¨®n de estado.
El equilibrista trabaja sin agobios, con tacto, casi de inc¨®gnito -tipo agente Mancuso en el Barrio Franc¨¦s de i Nueva Orleans-, y trata sus asuntos directamente con los ni?os, sin recurrir a los padres, lo que evita muchos malentendidos. Un hombre de confianza, por resumir su figura, y la prueba est¨¢ en que el tiovivo carece de m¨²sica ambiental, un detalle que habla por s¨ª mismo de su sabidur¨ªa y buen gusto.
Situado en el centro geom¨¦trico de la plataforma, un artilugio mec¨¢nico controla el movimiento de los ocho caballitos. Su anatom¨ªa es retorcida, complicada, llena de patas y nervios, y resulta muy agradable a la vista siempre que uno se sienta atra¨ªdo por las ara?as gigantes de color amarillo. En caso contrario, provoca cierta desaz¨®n en el observador y no invita a la intimidad.
El ar¨¢cnido agita convulsivamente las patas, tiene cuerpo trapezoidal y una esfera azul por cabeza, aunque por alguna raz¨®n no inquieta a los ni?os, tal vez m¨¢s interesados en buscar asiento, acomodarse y esperar la se?al de partida.
No obstante, hay mucho novato entre la clientela, mucho indeciso, mucho inmaduro, en resumen, y de ah¨ª que la salida pueda retrasarse un minuto o dos: demasiado tiempo para individuos que van a la guarder¨ªa.
Por fin, suena la sirena, vibra el suelo y la plataforma se pone en movimiento. Todos los ni?os llevan en la mano su ficha rectangular: "Recreativos Fraguas. Caballitos" (dicho sea sin se?alar a ning¨²n dibujante o familiar, directo), y luego se la van entregando al encargado. Este, a contrapelo, las recoge una a una, termina la ronda y se retira a su caravana. A leer con un ojo y a controlar con el otro. Entretanto, a pleno rendimiento, los diferentes reclamos ac¨²sticos del tiovivo se conjuran en una infernal sinfon¨ªa y ponen a prueba la resistencia espiritual del adulto acompa?ante, obligado, sin embargo, a disimular su angustia.El coche de bomberos, por entrar en un caso concreto, dispone de dos buenas plazas en la parte trasera (?con cuatro campanillas!), pero muy inferiores en rango respecto al asiento del conductor. De ah¨ª que no sea infrecuente ver a los padres acechando la plataforma giratoria a la caza de un hueco para la siguiente ronda. La maniobra, sin embargo, pocas veces resulta, ya que el encargado, un dem¨®crata de toda la vida, se niega a conceder prebendas y, por tanto, no hay manera de predecir d¨®nde va a detenerse el bocado apetecido. Sorprende, dado el ajetreo y el bullicio reinantes, que all¨ª no funcione la reventa. A veces, cuando la edad del ni?o lo hace necesario, el acompa?ante ha de permanecer durante todo el viaje en la plataforma para evitar que su protegido se parta los morros.
Se trata, en definitiva, de un momento cr¨ªtico. De grillos estomacales y arcadas. E irreversible, ya que resulta muy violento suplicarle al encargado (a gritos y delante de los ni?os) que detenga el artefacto, y tampoco es posible saltar con la criatura en brazos.
Se impone, pues, mantener el tipo, y, a ser posible, sin vomitar sobre los peque?os clientes, algo que tampoco est¨¢ bien visto en los negocios de feria..
Por suerte, existe un jard¨ªn anexo donde recuperarse del mareo y recobrar la color. Mejor as¨ª, porque todav¨ªa quedan fichas y el ni?o no perdona. En pie, por tanto. Al tiovivo otra vez. Todo por el principito.
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