Contradicciones
Hace a?os pod¨ªan leerse revistas intelectuales donde j¨®venes airados aplicaban un marxismo de sal¨®n al an¨¢lisis de la coyuntura. Y si aquellos autores hubieran interpretado hechos an¨¢logos a la presente guerra del f¨²tbol, habr¨ªan proferido sesudas disquisiciones sobre las contradicciones de la burgues¨ªa que opon¨ªan entre s¨ª a sus diversas fracciones de clase. Esto quiz¨¢ les har¨ªa caracterizar a Polanco, Pujol o Rato como agentes del capitalismo mercantil frente a los intereses de la oligarqu¨ªa patrimonial defendidos por Anson, Aznar o Cascos, con el soporte de la peque?a burgues¨ªa radical, en el fondo reaccionaria y desclasada, conjurada por Ram¨ªrez y encarnada por Anguita. Hoy, en cambio, este an¨¢lisis ya no tendr¨ªa sentido alguno. El marxismo ha muerto, la lucha de clases ha terminado y todos reconocemos la victoria de la burgues¨ªa. Pero las contradicciones subsisten, como demuestra la violenta acritud del debate pol¨ªtico. Y lo curioso es que todas estas contradicciones (si se me permite proseguir con fraseolog¨ªa marxista) surgen no de la base o infraestructura econ¨®mica, sino de la superestructura jur¨ªdico-ideol¨®gica. En efecto, la famosa crispaci¨®n s¨®lo se da en la clase_ pol¨ªtica period¨ªstica, pero no en la sociedad civil, que la presencia con m¨¢s indiferencia que fastidio.
De modo que bien pudiera plantearse la siguiente hip¨®tesis de trabajo. La lucha de clases no ha terminado, s¨®lo se ha transformado en lucha de medios. Quiero decir que si la democracia es la continuaci¨®n de la guerra-civil por medios incruentos, tal como se la ha definido al modo clausevitziano, esta contienda enfrenta hoy no a las clases sociales en que se divide la sociedad civil, sino a los medios -de comunicaci¨®n masiva en que se divide la opini¨®n p¨²blica. Eso explica que las bases civiles (grupos de inter¨¦s, movimientos, sociales, tejido asociativo) permanezcan al margen de una pelea que s¨®lo protagonizan periodistas, pol¨ªticos y l¨ªderes de opini¨®n.
Este giro implica la sustituci¨®n del centro de gravedad del sistema pol¨ªtico. El poder ya no reside en el control de los medios de producci¨®n, sino en el control de los medios de comunicaci¨®n. ?Por qu¨¦? Las causas son muchas, destacando la centralidad de la opini¨®n p¨²blica para conformar las expectativas de los agentes reduciendo su incertidumbre. Pero, a efectos pol¨ªticos, la primera causa es la p¨¦rdida de representatividad de los partidos. Anta?o, estas instituciones representaban los intereses de sus electores, pero ya no es as¨ª: hoy los partidos s¨®lo se representan a s¨ª mismos, habi¨¦ndose independizado de su base civil. De ah¨ª el autismo de la clase pol¨ªtica, enquistada en su pugna por secuestrar el control del presupuesto p¨²blico.
Pero los partidos precisan a los medios para ventilar su competencia por el acceso al poder. La lucha pol¨ªtica ya no pasa por ver qui¨¦n satisface mejor los intereses ciudadanos, sino que s¨®lo se juega en la arena de la prensa, pugnando por controlar su opini¨®n. Por eso, el papel de articulaci¨®n social que antes desempe?aban los partidos, como portavoces y gestores de intereses colectivos, ha quedado vac¨ªo de contenido. Y como la naturaleza le tiene horror al vac¨ªo, su hueco ha sido llenado por los medios de comunicaci¨®n, que act¨²an de representantes pol¨ªticos de su lectores civiles.
Por eso resulta tan leg¨ªtimo que desde el poder se intervenga en la competencia period¨ªstica, pues la prensa s¨®lo debe buscar lectores, y no favores del Gobierno. Semejante arbitrariedad implica contradicciones no s¨®lo ideol¨®gicas (entre su liberalismo verbal y su caciquismo efectivo), mermativas (dada la inseguridad jur¨ªdica que se crea) y mercantiles (por la ruptura de contratos con violaci¨®n de derechos), sino pol¨ªticas, pues favorecer a unos medios a costa de otros equivale a jugar con cartas marcadas, distorsionando con tramposo ventajismo el proceso pol¨ªtico. Y es que la corrupci¨®n aparece en cuanto el poder p¨²blico se hace feudatario de intereses espurios.
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