El art¨ªculo
El art¨ªculo que escribi¨® Antonio Mu?oz Molina, el mi¨¦rcoles ¨²ltimo en este peri¨®dico, sobre el premio que le dieron en Dubl¨ªn a Javier Mar¨ªas bibliotecarios de todo el mundo por su novela Coraz¨®n tan blanco supone un acontecimiento en s¨ª mismo. No es com¨²n en este pa¨ªs de plumas y plumazos, de brochazos gordos contra la gente, contra su prestigio y contra su intimidad, que una persona diga p¨²blicamente que se congratula de lo que le pasa a otro, sobre todo si este otro forma parte de su mismo sistema de vida, sea este literario, empresarial o profesional. Se suele decir que esta reticencia ante el ¨¦xito ajeno sucede sobre todo en el campo ampl¨ªsimo de la cultura, asediado por insidias, calumnias y lugares comunes que se lanzan como pintura blanda, y oscura, contra la cara de los esfuerzos de la gente. No es cierto que este emponzo?amiento de la envidia cl¨¢sica sea privativo de este sector de la vida p¨²blica, pero es ah¨ª donde resulta m¨¢s notorio; sin duda son los agentes del mercado los que se sienten m¨¢s inclinados a excitar esta man¨ªa por la literatura comparada (por la comparaci¨®n de las cifras de venta, sobre todo), pero hay que tener cuidado con atribuir a esa parte del negocio toda la culpa, porque los medios de comunicaci¨®n, cifrando siempre sus especulaciones basadas en el ¨¦xito o al fracaso, han creado de este espect¨¢culo (le la literatura, y de las artes en general, una especie de pugilato que a lo mejor favorece a las pituitarias salvajes que todos llevamos dentro, pero dejan en muy mal lugar al concepto pac¨ªfico, interior, que es al fin y al cabo el sentimiento de la cultura. Tiene raz¨®n Mu?oz Molina sobre los resabios que desata la Feria del Libro, que es como suena, una feria en la que la gente mide las colas y sus consecuencias con un metro que parece hijo de las comparaciones que desata la envidia. Acaso los organizadores de la feria, si en efecto quieren para este espect¨¢culo una mejor adecuaci¨®n a los conceptos culturales, tendr¨ªan que cambiar en el futuro, como un calect¨ªn, sus viejos presupuestos organizativos para poner en marcha actividades culturales paralelas y un nuevo modo de relacionarse el autor con su p¨²blico; tal como est¨¢, la feria desata el uso del metro para ver qu¨¦ autor es mejor o qu¨¦ autor no firma y, por tanto, no merece el favor del p¨²blico.El art¨ªculo de Mu?oz Molina sobre su colega era de regocijo por el ¨¦xito ajeno; el ¨¦xito ajeno, el de Mar¨ªas, se produjo en Dubl¨ªn, y nosotros tuvimos la oportunidad de compartir en, el mismo sitio ese sentimiento que expresaba desde Espa?a el autor de El invierno en Lisboa. Las palabras de la presidenta de Irlanda fueron muy expl¨ªcitas. Era un premio de los bibliotecarios de todo el mundo, otorgado adem¨¢s en una de las capitales literarias de Europa, un sitio en el que en efecto crecieron y vivieron -y de la que se exiliaron- creadores que ya est¨¢n en la mitolog¨ªa de los coleccionistas.
El presidente de la entidad que convoca el premio, Impac, dijo que era un premio de los lectores a un autor, y evoc¨® las dificultades que tuvo Joyce, el dublin¨¦s, para escribir Ulises. Por eso, como recogi¨® este peri¨®dico en su informaci¨®n del pasado domingo, el premio a Mar¨ªas era un est¨ªmulo de los lectores para que el escritor espa?ol siga creando personajes que hagan m¨¢s noble y m¨¢s viva la presencia de la gente en la tierra.
En un acto as¨ª, en el extranjero, uno percibe la sensaci¨®n de lo que debe ser, en el fondo del concepto, en el fondo del alma, lo m¨¢s sobresaliente de la palabra patria, que es la identidad de la lengua, de la imaginaci¨®n y de la capacidad para conectar, desde el uso de ambas facultades, con p¨²blico de todo el mundo. Y si eso merece reconocimiento y alegr¨ªa en otros, uno debe sentirse justamente regocijado. L¨¢stima que otros patriotas -las autoridades que est¨¢n obligadas a ejercer la defensa de la lengua, su difusi¨®n y su cari?o hacia los creadores de su propio territorio, el que administran- no hayan tenido tiempo para percibir all¨ª mismo esa saludable exigencia de sentirse felices por el ¨¦xito de un paisano.
En medio de este mundo, digo, el art¨ªculo de Mu?oz Molina supone un acontecimiento. A veces es as¨ª. Hace a?os, cuando Indro Montanelli cumpli¨® los ochenta, el Corriere della Sera public¨® en su primera p¨¢gina un gran art¨ªculo elogioso firmado por Carlo Bo. Lo titulaba: Caro Indro, vecchio ragazzo. Montanelli era el director del peri¨®dico rival, encarnizado rival, del Corriere. Esta semana The Guardian de Londres acog¨ªa un espl¨¦ndido art¨ªculo del director del Times, su rival m¨¢s importante, que hablaba sobre el porvenir de la prensa seria en su pa¨ªs. A veces pasan estas cosas, que resultan saludables en medio de un clima en el que, por hablar de Espa?a, unos profesionales, que a lo largo de m¨¢s de 20 a?os han hecho simplemente un peri¨®dico, tienen que ir al Parlamento a reprochar a un vicepresidente del Gobierno que haya hecho burla y calumnia de ese largo trabajo en favor de una conversaci¨®n tranquila y democr¨¢tica, en un pa¨ªs tantas veces lenguaraz y perverso en el que los plumazos hacen m¨¢s ruido que las plumas.
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