Taxi
Dicen que Madrid es la ciudad europea con m¨¢s taxis. La profesi¨®n de taxista es seguramente una de las m¨¢s vilipendiadas por la ciudadan¨ªa, cosa a todas luces injusta. Evidentemente, hay de todo, como en cualquier colectivo. Lo cierto es que casi todos ellos tienen una jornada laboral desmesurada. Algunos de ellos est¨¢n amarrados al volante 14 horas diarias en una ciudad de tr¨¢fico crispante. Algunos tienen car¨¢cter agrio y aprovechan cualquier disculpa para echar sapos y culebras contra lo que sea. Otros prefieren exponer sus teor¨ªas filos¨®ficas sobre la existencia, en ocasiones con fluidez e ignorancia.Pero la mayor¨ªa son gente formidable que se toma la vida con una dosis beneficiosa de socarroner¨ªa y estoicismo. A veces es un placer charlar con ellos. Porque hay muchos que est¨¢n muy enterados de lo que hay o deja de haber, est¨¢n al tanto de los rumores que corren e informan con rigor de las, posibilidades varias para correrse una juerga soberana a cualquier hora del d¨ªa o de la noche.
Eso s¨ª, algunos hablan demasiado, y el viajero est¨¢ deseando llegar a su destino para sacudirse la verborrea. Particularmente molestos son los que llevan instalado un aparato de radioaficionados. Las conversaciones que suelen mantener con otros colegas no son de recibo. Gritan, se comunican mensajes patateros, hablan en clave y te ponen la cabeza tarumba.
Al contrario de lo que se cree, a los taxistas no les interesa dar rodeos. Todo lo contrario, la cosa consiste en muchas bajadas de bandera. Durante el d¨ªa, en casi todos los taxis se proh¨ªbe fuman Por la noche, en cambio, desaparecen los cartelitos como por arte d¨¦ magia: la mayor¨ªa de los noct¨¢mbulos son fumadores y casi todos se abstendr¨ªan de subir a un veh¨ªculo con trabas a su vicio.
Hay clientes que utilizan el taxi de manera enfermiza. Ven la lucecita verde y levantan la mano a sabiendas de que no necesitan ir a parte alguna. La enfermedad ya tiene nombre: se trata de ciudadanos taxic¨®manos.
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