El misterio de las voces rusas
Un hombre con un nombre policiaco, Tristan Del, llega una ma?ana de septiembre a Mosc¨² con una misi¨®n. Es el a?o 1989, y a¨²n hay comunismo. Trist¨¢n Del es, pese al nombre de criatura literaria, norteamericano, y su misi¨®n en el viaje puramente art¨ªstica, pues su dedicaci¨®n en esta vida es la gesti¨®n musical. Buscando en compa?¨ªa de sus contactos moscovitas m¨²sicas adecuadas para un programa de televisi¨®n que va a producir, a Del le llevan en la venturosa ma?ana de: septiembre a una casa de los suburbios del norte de Mosc¨². donde est¨¢n los archivos de la compa?¨ªa estatal de radio y televisi¨®n, Gosteleradio. Entonces se produce la revelaci¨®n: al agente norteamericano le hablan de un material sonoro all¨ª almacenado y nunca difundido, y al fin del d¨ªa Tristan Del ha constatado que en unas grandes cajas marrones apiladas en altas hileras a lo largo de l¨®bregos pasillos hay 400.000 cintas grabadas, rotuladas, archivadas y muchas con un sello: "Prohibida".El arranque propio de un thriller que podr¨ªa escribir cualquiera de los autores que en estos d¨ªas viven su Semana del g¨¦nero en la menos amenazante de las ciudades negras del mundo, Gij¨®n, tuvo una emocionante continuaci¨®n. Del, ya lo hemos dicho, es norteamericano, y por ello un hombre pr¨¢ctico. Decidido a que aquel material no siguiese acumulando polvo en los archivos, inici¨® una campa?a de persuasi¨®n que le cost¨® dinero y tres a?os de esfuerzo, tiempo en el que dio tiempo a que cayera la Uni¨®n Sovi¨¦tica, varios gobiernos, diversos dirigentes culturales y la propia Gosteleradio, que perdi¨® su denominaci¨®n de origen estajanovista para_ pasar a llamarse, con nombre de refresco occidental, Ostankino. Las labores de Del una vez conseguido el permiso de comercializar aquellos fondos no fue menos ardua. Al fin y al cabo eran 40 a?os de voces e instrumentos musicales, exactamente todo el repertorio de los conciertos y concursos oficiales, tanto de artistas rusos como de las figuras visitantes, filmados y grabados por el ojo y los o¨ªdos del Estado.
Ahora ya podemos leer hasta el final la historia de alta intriga internacional que empez¨® al norte de Mosc¨² aquel d¨ªa de 1989. Cuatro a?os despu¨¦s de la firma por Del de un contrato en exclusiva la compa?¨ªa brit¨¢nica Telstar empez¨® el lanzamiento del sello Revelation, que en Espa?a distribuye la firma Gaudisc. Se trata de un fabuloso e inesperado aporte al conocimiento no s¨®lo de grandes interpretaciones de, entre otros, Oisprakh, Rubinstein, Gilels, Menuhin, Kissin, Freni, Rozhdestvensky, Rostrop¨®vich (conservadas en este caso, pese a la orden de destrucci¨®n recibida en Gosteleradio al dejar el violoncelista la URSS, por la desobediencia de alg¨²n funcionario mel¨®mano), sino de m¨²sicas ignoradas, como es el caso de compositores crecidos a la sombra de Shostak¨®vich tan interesantes como Barsukov o Bunin.Una alta calidad de sonido, llamativa en grabaciones que a veces tienen muchos a?os (con una diligencia de guerra fr¨ªa, Del hizo digitalizar los masters originales en un software especial usando las t¨¦cnicas de limpiezas de ruidos que la KGB perfeccion¨® para sus cintas de vigilancia), hace que Revelation pueda ser el acontecimiento de esta y muchas temporadas venideras, ya que se nos promete un promedio de 100 discos anuales. Y en medio de un fen¨®meno en el que la m¨²sica se al¨ªa con el espionaje, un. caso misterioso, el de Daniil Shafran, a quien muchos consideraban el gran genio de la escuela violonchelista rusa y muy pocos hab¨ªan o¨ªdo fuera de Rusia. La joya de la primera tanda de Revelation distribuida en Espa?a es, a mi juicio, el disco en el que Shafran, que muri¨® el pasado febrero en una relativa oscuridad, toca las sonatas de Rachman¨ªnov y Shostak¨®vich, esta ¨²ltima acompa?ado por el propio compositor al piano. Es una grabaci¨®n de 1946, lo cual es desgarrador, porque ah¨ª podemos comprobar los 50 a?os de originalidad desmelenada, de di¨¢logo de t¨² a t¨² con las cuerdas del instrumento -los caracteres que hicieron de Shafran una figura de conflicto- que nos hemos perdido en Occidente. ?O no? Vamos a ver qu¨¦ reservan a¨²n en esas cajas los corredores l¨®bregos de la Ostankino.
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