Se?ora portera
"La democracia no excluye las categor¨ªas t¨¦cnicas, ya usted lo sabe, se?ora portera", proclama Basilio Soulinake ante la portera que se hab¨ªa atrevido a poner en duda su afirmaci¨®n de que el pobre Max Estrella, el h¨¦roe de Luces de Bohemia, no estaba muerto, sino catal¨¦ptico. M¨¢s all¨¢ de la figura t¨®pica, costumbrista, de la portera, m¨¢s all¨¢ del aire inevitablemente caricaturesco que aureola al pedant¨®n Soulinake, el hecho es que la sentencia -que aduzco por lo magistral de su formulaci¨®n, no por su novedad- ilumina algunas circunstancias como m¨ªnimo curiosas que estamos viviendo en Espa?a en estos ¨²ltimos tiempos.Valga, por ejemplo, la sorprendente decisi¨®n del Congreso de los Diputados favorable al traslado del Guernica a Bilbao, previos los oportunos informes t¨¦cnicos. Decisi¨®n en verdad sorprendente porque los t¨¦cnicos ya hab¨ªan emitido su dictamen contrario en un informe exhaustivo, y, sin embargo, eso no ha impedido que los se?ores diputados tomaran la resoluci¨®n que tomaron: la del viento fresco para Ias categor¨ªas t¨¦cnicas". Se dir¨¢ que era una manera de ha cer sin hacer, esto es, una- manera de la m¨¢s baja pol¨ªtica consistente en la transacci¨®n equ¨ªvoca y en la salvaci¨®n de as apariencias. Todo ello despu¨¦s de que el primer dirigente peneuvista hubiera afirmado, ante la negativa de los t¨¦cnicos del Reina Sof¨ªa a autorizar el traslado del cuadro, que las bombas eran para el Pa¨ªs Vasco y el arte para Madrid: falaz proclamaci¨®n que no se tiene en pie, como otras de ese pol¨ªtico, pero que bulle al fondo de la casi esperp¨¦ntica votaci¨®n del Congreso de los Diputados.
M¨¢s ejemplos: hace a?os, el Congreso dictamin¨® que la denominaci¨®n oficial de L¨¦rida y Gerona era Lleida y Girona, y a partir de ah¨ª nadie o casi nadie se atreve, al menos en la prensa, a escribir los top¨®nimos castellanos (hablo de colaboradores, no de normas de estilo). Algo as¨ª como si cada vez que habl¨¢ramos de la capital de Inglaterra dij¨¦ramos London, o Firenze cuando nos refiri¨¦ramos a Florencia, o Stokolm cuando design¨¢ramos a Estocolmo.A mayor abundamiento, ahora acaba de adoptarse otra decisi¨®n similar, esta vez con dos ciudades gallegas: La Coru?a ha pasado a denominarse oficialmente A Coru?a y Orense ser¨¢ desde ahora Ourense, y ya nos estamos haciendo a la. idea de escuchar, por la radio o la televisi¨®n en lengua castellana, los top¨®nimos gallegos como si fuera la cosa m¨¢s normal del mundo. Que nadie invoque que se trata de una mera practica administrativa. Las realidades administrativas y las ling¨¹¨ªsticas son hechos heterog¨¦neos. Si es rid¨ªculo que un castellanohablante diga, que no lo va a. decir, que se va a London, es igualmente an¨®malo que en castellano se escriba o se oiga Lleida o A Coru?a, top¨®nimos absolutamente respetables pero pertenecientes a la lengua gallega.
Estas decisiones son sin duda las pol¨ªticamente correctas, pero, t¨¦cnica e hist¨®ricamente no lo son. Entre la correcci¨®n y la historia, ya se ve, algunos no dudan. L¨¦rida, Gerona, La Coru?a y Orense son los top¨®nimos que el idioma espa?ol, creaci¨®n -no se olvide- de los hispanohablantes, se ha dado, desde tiempo inmemorial, para designar a tales ciudades, y venir con las alteraciones, aunque s¨®lo sean oficiales, es una expeditiva manera de atentar contra una tradici¨®n colectiva -colectiva, ?eh?-que tiene muchos siglos detr¨¢s.
Al plantear la cuesti¨®n en estos t¨¦rminos, no hago abstracci¨®n m¨¢s o menos idealista de las realidades pol¨ªticas; lo ¨²nico que pretendo es colocar la pol¨ªtica en el ¨¢mbito que le es propio. Jugar con una obra maestra de la pintura universal es una irresponsabilidad que no autoriza ninguna maniobra politiquera. Y no deja de tener gracia que, estando el patio como est¨¢, se ponga ese fervor en poseer temporalmente -se supone- la m¨¢xima creaci¨®n de quien nunca abdic¨® de su condici¨®n de esa?ol.
Y poner en tela de juicio una tradici¨®n ling¨¹¨ªstica milenaria es verdaderamente poco aceptable. Nuestros pol¨ªticos se convierten as¨ª en la portera de Luces de Bohemia, confundiendo la soberan¨ªa popular con la banalidad.
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