Al amor de 'El Abuelo'

En la ladera del Etna, al norte de Catania (Sicilia), no ha mucho que a¨²n viv¨ªa el Casta?o de los Cien Caballos, del cual se cuenta que guareci¨® bajo su copa a la reina Juana de Arag¨®n con otros tantos jinetes de su compa?a -en el siglo XVIII, la mata ten¨ªa 15 metros de di¨¢metro, y a finales del XIX, cuando apenas quedaban restos del ¨¢rbol padre, la cepa frisaba los 53 de circunferencia-; en Poqueira (Granada), durante la guerra de las Alpujarras, un morisco tejedor habitaba en el tronco huero de un casta?o, con su prole, su telar y todo el ajuar; en B¨¦jar (Salamanca), hac¨ªa lo propio un tornero, quien a m¨¢s ampliaba casa y negocio fabricando vasos con su madera; en Herv¨¢s (C¨¢ceres), otro casta?o aprovechaba para encerrar un toro... Pues bien: siendo todos ellos enormes, ninguno hubiera hecho menos al Abuelo de El Tiemblo, que, con sus 16 metros de per¨ªmetro, sigue reto?ando como hace cientos de primaveras y asombrando -en las varias acepciones del verbo- a cuantos se cobijan en las entra?as de su alma generosa y patriarcal.El Abuelo de la savia sabia, reina en el bosque que puebla la cabecera de la garganta de la Yedra, cauce de un amen¨ªsimo. arroyo -tributario del Alberche- que nace en el extremo oriental de la sierra de Gredos, casi en la raya entre El Tiemblo y Rozas del Puerto Real, municipios linderos de ?vila y Madrid en los que el Castanea saliva, especie t¨ªpica del norte y del occidente peninsulares, tiene una de sus habitaciones m¨¢s c¨¦ntricas y peregrinas. Y en verdad que es un gozo poder pasearse, a tan s¨®lo una hora de la reseca capital, por este reino encantado en el que las hojas aserradas rasgan la brisa ma?anera con un runr¨²n de magostos y casta?adas, con un eco de lluvias oce¨¢nicas, de silencios, penumbras y soledades de un septentri¨®n ?tan lejano!

Saliendo de la localidad abulense de El Tiemblo en direcci¨®n a Madrid, poco antes de llegar a la gasolinera, habr¨¢ que tomar a la derecha por una carreterilla se?alizada hacia la urbanizaci¨®n Buenavista, la cual se adentra en la garganta de la Yedra serpenteando por un bosque de pino resinero. A unos cuatro kil¨®metros, el asfalto se troca en pista de tierra en el preciso lugar en que se alza el monumento a F¨¦lix Rodr¨ªguez de la Fuente, que anduvo por estos parajes rodando uno de sus documentales sobre el buitre negro -la m¨¢s grande rapaz de Eurasia, con casi tres metros de envergadura y 14 kilos de peso, en grave peligro de extinci¨®n y de la que aqu¨ª anidan cerca de 70 parejas-; por esta pista deber¨¢ continuarse hasta el kil¨®metro ocho, en que, nada m¨¢s cruzar el arroyo de la Garganta por un puente de piedra, se hallar¨¢ una pradera infestada de domingueros, barbacoas y todoterrenos, un sitio id¨®neo para aparcar y salir pitando.

Desde el merendero, el excursionista distinguir¨¢ sin dificultad la senda que se interna en el casta?ar a trav¨¦s de una cancela, y por ella ascender¨¢ hasta alcanzar, en cosa de 10 minutos, un destartalado refugio ante el que se bifurca el camino; medio centenar de metros a su espalda se erige el Abuelo, con su desmesurado tronco abierto a la curiosidad. Tomando -al igual que en las sucesivas bifurcaciones- el ramal de la izquierda, el excursionista ganar¨¢ en media hora el collado de la Llanada, donde hay buenas vistas hacia el sur, sobre el valle del Ti¨¦tar, y buena caza de torcaces, como lo delata un puesto de espera encaramado en un anciano roble. Contemplado el panorama a vista de paloma, el caminante volver¨¢ sobre sus pasos para desviarse de nuevo a la izquierda hacia la fuente del Resecadal y, m¨¢s adelante, el arroyo de la Yedra, cuyas aguas le indicar¨¢n la direcci¨®n para completar la gira.