Fuertes contrastes
El ecuador del festival de San Sebasti¨¢n tuvo de todo, desde el rigor del saxofonista Steve Lacy, la tibia frivolidad de The Manhattan Transfer. A medio camino, el tambi¨¦n saxofonista Joshua Redman se orient¨® hacia ambos polos, seg¨²n le empujaron los vientos de su inspiraci¨®n.El concierto del cuarteto vocal era el m¨¢s esperado del certamen, y los neoyorquinos no defraudaron: dio la impresi¨®n de que no hab¨ªa la m¨¢s m¨ªnima posibilidad de que traicionaran las expectativas. Ning¨²n grupo se mantiene en el candelero durante 25 a?os si no se mide con regla milimetrada cada acci¨®n, aunque sea evasiva, ni se aplica una f¨¦rrea disciplina militar a su r¨¦gimen de ensayos. Es posible que, si siguen as¨ª, su ejemplo sirva de anuncio futuro para esas pilas alcalinas que duran y duran y duran... Con todo, Tim Hauser y compa?¨ªa se complacieron en dejar resquicios para que la audiencia les viera como la gente de carne y hueso que son y no como mu?ecos programados.
Steve Laey en solitario y a d¨²o con la cantante Irene Aeby, Joshua Redman Quintet y The Manhattan Transfer
Ayuntamiento y plaza de la Trinidad. San Sebasti¨¢n, 26 de julio.
En esta l¨ªnea, el atuendo verbenero de la alocada Cheryl Bentyne dejaba ver carne fl¨¢cida; y a la otra dama, Janis Siegel, se le desmayaban las medias a medida que avanzaba el concierto. Pero los varones no dieron s¨ªntomas de debilidad, sobre todo el impoluto Alan Paul, tan feliz con sus pantalones retro de bolsillos en las axilas, casi de cuello vuelto, que luce desde tiempo inmemorial con impar elegancia.
Ya se ha dicho que en lo musical no habr¨ªa sorpresas. Hasta las tres propinas que les arranc¨® el p¨²blico, los de Manhattan cantaron piezas de su disco m¨¢s reciente, Swing, y rescataron t¨ªtulos de su mejor trabajo, Vocalese, adem¨¢s de coquetear con el rock & roll de sal¨®n y picotear viejos ¨¦xitos. Aunque tuvieron la deferencia de reivindicar la contribuci¨®n del gran Fletcher Henderson a la era del swing, el voluntarioso recuerdo a este emblem¨¢tico cap¨ªtulo de la historia del jazz se recibi¨® neutro y disperso, en parte porque los arreglos resultaron correctos pero una pizca mon¨®tonos, incluso a pesar de estar servidos por un muy competente grupo.
Hab¨ªa abierto la sesi¨®n de la plaza de la Trinidad el quinteto de Joshua Redman. El saxofonista de moda, el joven tenor de los ojos azules, irrumpi¨® hace pocos a?os en la escena del jazz como un tif¨®n, pero se va desinflando a medida que se descubren sus ideas recurrentes y su repetici¨®n de tics. Toc¨® con enorme autoridad t¨¦cnica y energ¨ªa ol¨ªmpica, pero sus solos estuvieron lastrados por falta de sustancia estructural y por una tendencia algo irritante a acumular trucos oportunistas. As¨ª las cosas, era preferible concentrarse en el perfecto funcionamiento de su secci¨®n r¨ªtmica.
Steve Lacy, en las ant¨ªpodas, reclam¨® toda la atenci¨®n sobre s¨ª. Por la ma?ana, el alcalde de San Sebasti¨¢n le hab¨ªa entregado el premio Donostiako Jazzaldia de este a?o -los tres anteriores fueron para el recientemente fallecido Doc Cheatham, Phil Woods y Hank Jones- en reconocimiento a su destacada contribuci¨®n a la historia y desarrollo del jazz. Horas m¨¢s tarde, el saxofonista soprano devolv¨ªa el detalle regalando en solitario una sobrecogedora serie de temas de Thelonious Monk y colaborando con su esposa, la vocalista Irene Aeby, en una inquietante colecci¨®n de canciones sobre textos de autores modernos. La sonoridad plena y orgullosa de Lacy, su fraseo insondable y depurado hasta l¨ªmites casi sobrehumanos, aportaron argumentos de peso en una jornada de contrastes fuertes.
Babelia
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