Fin de fiesta al ritmo de Duke Ellington
El centenario del Orfe¨®n Donostiarra propiciaba encontrar un. lugar de honor para a celeb¨¦rrima agrupaci¨®n coral tambi¨¦n el denso programa del Festival de Jazz. Nada mejor entonces que emparejarla con una brillante orquesta especializada en el repertorio de Duke Ellington para resucitar algunas olvidadas p¨¢ginas sacras ellingtonianas. El acontecimiento despert¨® un enorme inter¨¦s y el teatro Victoria Eugenia luci¨® sus mejores galas con el aforo a reventar, repartido entre aficionados al jazz y forofos que no se perder¨ªan un concierto de su coro por nada del mundo.
La sesi¨®n se abri¨® con una solemne lectura de un texto infumable, lleno de lugares comunes y t¨®picos de sonrojo, uno de ellos, por cierto, repetido hasta la saciedad tambi¨¦n por otros medios de los generalmente bien informados. Aclar¨¦moslo de entrada: Ellington no pretendi¨® en ninguno de sus tres conciertos sacros hacer jazz para la iglesia, ni misas en clave de jazz, ni nada parecido que incluyese el t¨¦rmino jazz. De hecho, en ning¨²n otro punto de su obra asoma un Ellington tan inclasificable como en sus obras sacras. Con todo, hubo quien lament¨® amargamente que fueran un coro y u orquesta blancas los encargados de expresar estos presuntos homenajes al esp¨ªritu de la fe negra. Nuevo error: el, propio Ellington escogi¨® a una espl¨¦ndida soprano de coloratura, la sueca Alice Babs, para el estreno de su segundo concierto s¨¢cro (19 de enero de 1968) y nadie en Nueva York se rasg¨® entonces las vestiduras.
Atinada selecci¨®n
Por fortuna, la organizaci¨®n donostiarra s¨ª demostr¨® saber que no ca¨ªa en ning¨²n anatema dejando en manos blancas la interpretaci¨®n de una atinada selecci¨®n de los citados conciertos. Los brit¨¢nicos de la Echoes of Ellington Jazz Orchestra emularon con respeto absoluto y sobresaliente fidelidad estil¨ªstica aquel arquet¨ªpico color orquestal. Por su parte, el Orfe¨®n acert¨® al encargar a la mitad m¨¢s joven de su plantila la dif¨ªcil papeleta de conferir a las partituras una variante de atm¨®sfera religiosa que el repertorio sacro cl¨¢sico no suele crear.No tanto ¨¦xito tuvieron las rubias cantantes Tina May y Patricia Revell; el mejor fue el gigantesco bar¨ªtono Jeffery Smith, el ¨²nico negro sobre el escenario, con sus sentidas intervenciones tanto en el recitativo como en el canto. Del primer concierto sacro destac¨® la maravillosa Come sunday, procedente de la suite Black, brown & beige, y del segundo -que el propio Ellington consideraba su obra maestra- Almighty God, pensada para el lucimiento del contrabajista, y la dificil¨ªsima Heaven, dos canciones que, por cierto, la citada Alice Babs cant¨® en el funeral de Ellington. Orquesta y coro mixto impactaron bien a pesar de no haber, ensayado juntos hasta dos d¨ªas antes del concierto, y la audiencia termin¨® felicit¨¢ndose por el triunfo en toda regla de esta primera producci¨®n propia del festival donostiarra.
En un ambiente bien distinto, el joven trompetista Nicholas Payton y el pianista Hank Jones hab¨ªan deleitado por la tarde con un acariciante paseo sobre un repertorio exigente y plural. La desarmante honradez art¨ªstica del propio Payton, el terremoto desencadenado por Groove Collective, las serenas lecciones de Steve Lacy, el pianismo discreto pero sugerente de Benny Green, el benditer af¨¢n integrador de Steve Coleman y el emocionante encuentro entre Milt Jackson y Hank Jones han convertido durante cinco d¨ªas a San Sebasti¨¢n en un verdadero ed¨¦n jazz¨ªstico.
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