Im¨¢genes de lo desconocido
El valle mas rec¨®ndito y sofitario de la regi¨®n conserva tinadas pastoriles, vetustos robles y paisajes de otra era
Aflige un tanto pensar que muchos madrile?os conocen de vista el p¨¢ramo inhumano del Ares Vallis (Marte) y en cambio no conocen ni de o¨ªdas el valle de la Puebla de la Sierra.En esto se verifica cumplidamente lo que sobre los espa?oles dec¨ªa Charles-Louis de Secondat, bar¨®n de La Brede y de Montesquieu, a principios del siglo XVIII: "Han hecho hallazgos inmensos en el Nuevo Mundo y no conocen todav¨ªa su propio continente. Existe sobre sus r¨ªos tal puente que no ha sido a¨²n descubierto, y en sus monta?as naciones que les son ignotas".
Observaci¨®n que, dos centurias m¨¢s tarde, repet¨ªa Azor¨ªn: "Espa?a ahora, como en 1721, cuando Montesquieu escrib¨ªa sus Cartas persas, est¨¢ por explorar. Regiones enteras nos son desconocidas".
Y a?ad¨ªa: "La base del patriotismo es la geograf¨ªa. No amaremos nuestro pa¨ªs, no lo amaremos bien, si no lo conocemos. Sintamos nuestro paisaje; infiltremos nuestro esp¨ªritu en el paisaje". Pues esto mismo debiera valer para Madrid.
V¨¦ase, a t¨ªtulo de prueba , el mont¨®n de disparates que se publican a prop¨®sito de la Puebla. En el mapa de la Gu¨ªa Campsa 1996 se omite (acaso porque no hay gasolineras) la carretera que, por el sur, entra en el valle procedente de Robledillo, de modo que el ¨²nico acceso posible parece ser a trav¨¦s del puerto de Cerro Montejo o de la Puebla.
"Aislado" pero bello
En otra gu¨ªa se afirma que "desde el puerto de la Puebla, la carretera est¨¢ llena de baches y no se puede ir r¨¢pido", cuando dicha v¨ªa tiene en realidad un pavimento que ya lo quisieran para s¨ª algunas autopistas nacionales.Y en una tercera se insiste en que, a causa de tan precario acceso, la poblaci¨®n se queda "aislada varios meses del a?o", pero en cuanto se funde la nieve, eso s¨ª, aparece "un valle de variada vegetaci¨®n, en el que se combinan los prados con las arboledas, las manchas de cereal con los frutales".
?Carreteras fantasmales? ?Invernadas ¨¦picas? ?Cereales en la sierra...? A juzgar por tales dislates y anacronismos, los autores no han pisado la Puebla desde que se fizo el Catastro de Ensenada.
?Fuera gu¨ªas! ?Basta de refritos! Para amar Madrid, para amar azorinianamente hasta el ¨²ltimo rinc¨®n de nuestra patria chica, hay que echarse al camino; echarse al monte con las manos en los bolsillos y los ojos bien abiertos.
Y echarse a andar desde la Puebla por la carretera de Robledillo (que s¨ª que existe, damos fe de ello) y, a la altura de la ermita de los Dolores y del camposanto anejo, tomar a la izquierda por una pista de tierra que conduce junto a unas viejas tinadas, chatos apriscos de piedra y teja ¨¢rabe en los que a¨²n hay quien encierra la menguante caba?a del lugar. S¨®lo en 1952, el Estado consorci¨® con el Ayuntamiento casi las tres cuartas partes de la superficie del municipio para repoblar con pinos, lo que supuso que de 7.000 cabezas de ganado se pasara en breve a un millar.
En la bifurcaci¨®n que aqu¨ª se presenta, el caminante ha de seguir el ramal de la derecha (el otro lleva al vertedero, y no es plan) para ascender, piano piano, por una dehesa de a?osos robles rebollos e ir a salir, en media horita, a un raso desde el que se otea el anfiteatro monta?oso que abraza por el norte el valle de la Puebla -desde los 1.865 metros de altitud de la Tornera, a levante, hasta los 1.834 de Pe?alacabra, a poniente-, as¨ª como los formidables repliegues que el tiempo ha ido dibujando en la pizarra de estas moles.
Y en verdad que sobrecoge imaginarse la soledad de los 60 habitantes de la Puebla, a raz¨®n de uno por kil¨®metro cuadrado, en este bello retiro geol¨®gico.
Monte abajo, por un senderillo que bordea sucesivas crestas rocosas, el excursionista va a plantarse en una nueva pista por la que, a mano siniestra, se alcanza en un santiam¨¦n el arroyo del Portillo, cuyas aguas remansadas en una olvidada presa inducen al chapuz¨®n.
Por el otro lado, a mano derecha, se regresa al caser¨ªo de la Puebla pasando por un ¨¢rea recreativa en la que cuatro rebollos verdaderamente monumentales incitan al paseante a sestear, a su sombra, so?ando im¨¢genes del m¨¢s all¨¢.
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