Seis soldados
El sexto, CarlosPor BERNARDO ATXAGA
LLEVABA UNOS CUATRO MESES en el servicio militar cuando el capit¨¢n a cargo de nuestra compa?¨ªa me llam¨® a su despacho. Acud¨ª y, nada m¨¢s cruzar la puerta, me encontr¨¦ de frente con mi t¨ªo Ricardo. "?Sorprendido, Carlos?", me dijo mi¨¦ntras se acercaba a darme un abrazo. Yo le dije que s¨ª, pero que le agradec¨ªa la visita porque la vida de soldado resultaba bastante aburrida."Mira, sobrino, te voy a hablar claro. Ya sabes lo brusco y ¨¢spero que soy" sigui¨® mi t¨ªo cuando los tres tomamos asiento. "Pues, la cosa es que he venido a verte en calidad de Jefe de Polic¨ªa. "?Has o¨ªdo hablar del violador de las piscinas?". Le dije que s¨ª, que hab¨ªa le¨ªdo algo en los peri¨®dicos. "La prensa le atribuye dos violaciones, pero en realidad son m¨¢s. El verano pasado hubo otro caso en el r¨ªo, a unos dos kil¨®metros de las piscinas, y todo apunta a que el autor fue el mismo". El t¨ªo Ricardo frunci¨® el ce?o y se qued¨® un rato en silencio. Estaba repasando mentalmente lo que hab¨ªa venido a decirme. "Pero ahora han dado con la pista de ese delincuente" le ayud¨® el capit¨¢n. "Seg¨²n todos los indicios el violador es uno que se hace pasar por polic¨ªa, un joven que entra en las piscinas con un carn¨¦ falso. Y la cuesti¨®n es que, seg¨²n nos han informado ese joven se va a incorporar ma?ana mismo al servicio militar".
" Quiero proponerte una cosa, Carlos", dijo mi t¨ªo saliendo de su mutismo. Parec¨ªa tener prisa por terminar la reuni¨®n.
"Me he enterado de que en la encuesta que os han hecho aqui en el cuartel has manifestado una opini¨®n muy positiva con respecto a la polic¨ªa, lo cual me alegra mucho. Que un hijo de mi hermano d¨¦ la respuesta que t¨² has dado es un orgullo para m¨ª. Me llena de alegr¨ªa, cr¨¦eme".
El capit¨¢n puso ante mis ojos el cuestionario que hab¨ªamos rellenado en el campamento. Junto a la pregunta "?le gustar¨ªa formar parte de la polida?" Yo hab¨ªa escrito: "Si, por supuesto". No era mentira. Estaba harto de mis estudios de Derecho, y no me ve¨ªa a m¨ª mismo trabajando en la gestor¨ªa de mi padre.
"Cada cual tiene sus ideas, y mi padre y Yo no somos iguales", dije un poco excitado. Ya me ol¨ªa la propuesta. "Acabo con lo que te ten¨ªa que decir, Carlos". sigui¨® mi t¨ªo. Si as¨ª lo deseas, ma?ana viajar¨¢s a Madrid en el tren de reclutas y conocer¨¢s al violador, quiero decir al presumo violador. Luego, una vez en Madrid, asistir¨¢s durante un par de meses a la escuela de polic¨ªa".
"Mientras el violador hace el campamento. Lo sacaremos de all¨ª con el grado de cabo", precis¨® el capit¨¢n.
"Como sabes, los cabos tienen su propia habitaci¨®n, que comparten con dos o tres compa?eros, y lo normal es que entre ellos haya una relaci¨®n muy estrecha. Y ah¨ª entras t¨², sobrino. Tambi¨¦n t¨² ser¨¢s cabo, dormir¨¢s cada noche en la habitaci¨®n del violador. Y de d¨ªa seguir¨¢s yendo a la escuela. ?Qu¨¦ te parece?".
Le dije que estaba de acuerdo, que aceptaba el plan y har¨ªa lo que estuviera en mis manos para ganarme la confianza del sospechoso, pero que tem¨ªa fracasar.
"Estaremos en contacto, yo te ayudar¨¦", me dijo mi t¨ªo poni¨¦ndose en pie y dando por terminada la reuni¨®n.
Cuando volv¨ª al campamento y me puse a vaciar mi taquilla, me vino a la cabeza la imagen de mi padre. Era seguro que mi decisi¨®n no le gustar¨ªa nada. Pero me daba lo mismo. No ¨¦ramos iguales. Yo me parec¨ªa m¨¢s al t¨ªo Ricardo que a ¨¦l.
Desde el principio, desde mi viaje en el tren de reclutas tuve la impresi¨®n de que el sospechoso ser¨ªa dif¨ªcil de coger. Y no me equivoqu¨¦. Por una parte no beb¨ªa y, lo que era m¨¢s raro, odiaba a los que beb¨ªan or otra ten¨ªa una forma de comportarse que a m¨ª, por su sequedad y ligereza, me recordaba al corcho. "Fernando, ?qu¨¦ tal te va la vida?", le preguntaba cuando me lo encontraba tumbado en la cama en la habitaci¨®n de cabos. "Ya sabes, como siempre", me respond¨ªa ¨¦l en plan corcho. En alguna ocasi¨®n llegu¨¦.a pensar que me hab¨ªa reconocido, que me recordaba del viaje en tren a pesar de que mi papel -mi figur¨ªn, para decirlo en la jerga de la escuela de polic¨ªa- no era ya el de un borracho aficionado a los botellines de licor sino el de estudiante. Sin embargo, esa probabilidad era mas bien remota, porque mi aspecto f¨ªsico hab¨ªa cambiado tanto en aquellos dos meses que hasta mi propio t¨ªo, la primero vez que vino a v¨ªsitarme, se llev¨® una sorpresa al darse cuenta de aquel aquel joven de barba cerrada era yo. Pero entonces, qu¨¦ motivo podia tener el tipo aqu¨¦l para comportarse as¨ª? Era como si tambi¨¦n ¨¦l se valiera de un figur¨ªn. "?Qu¨¦ quieres decir con eso de que su personalidad es de corcho?", me pregunt¨® mi t¨ªo. Hab¨ªan transcurrido ya los primeros tres meses de cuartel, los primeros cien d¨ªas, y Yo estaba obsesionado con el asunto. "Siempre anda de un lado para otro, pero se mueve igual que un corcho sobre el agua, pasando por encima de todo y sin detenerse mucho en ning¨²n sitio. Habla.
con todo el mundo a todos les quita algo, si no es un cigarro una lata de at¨²n o lo que sea, pero no tiene ning¨²n amigo, no destaca por nada. Muchos soldados piensan que es un gorr¨®n, simplemente eso.
"Nadie le tomarla por delincuente". Mi t¨ªo suspir¨®. "?A qu¨¦ se dedica los fines de semana?", me pregunt¨®. Le dije que casi siempre sal¨ªa del cuartel. "Entonces, har¨¦ que le sigan, a ver si as¨ª logramos saber algo m¨¢s".
Para decirlo con las palabras de mi t¨ªo el hecho de que lo vigilaran los fines de semana puso en evidencia que el tipo no era de corcho sino de carne y hueso como toldo quisqui, y que se gastaba un mont¨®n de pasta en una casa de putas del centro de Madrid. Entonces empezamos a preguntarnos de d¨®nde sacaba el dinero, porque sab¨ªamos, por su ficha, que llevaba m¨¢s de un a?o sin trabajar y sin cobrar el paro. "Est¨¢te alerta, y siempre que puedas lleva la conversaci¨®n al tema de las mujeres", me dijo mi t¨ªo, poniendo en mis manos un mont¨®n de revistas er¨®ticas algunas de ellas muy guarras.
Las semanas siguientes no avanc¨¦ demasiado, porque el tipo, por mucho que mirara las fotos de las revistas, no hac¨ªa ning¨²n comentario. Yo procuraba desviar la conversaci¨®n al terreno que me interesaba, le dec¨ªa, por ejemplo, que no hab¨ªa cosa que me pusiera m¨¢s cachondo que una mujer dif¨ªcil, que agarrar a una mujer que se est¨¢ negando a hacer el amor era sin duda el mayor placer sexual. "Pues, puede ser, no te digo que no", me respond¨ªa ¨¦l con su estilo pero por un, en aquella monoton¨ªa, en nuestra supercorriente vida de cabos, se produjo un cambio. Algunas revistas, precisamente las m¨¢s guarras, empezaron a desaparecer de la habitaci¨®n. Yo las llevaba, y a los dos o tres d¨ªas, a la semana como mucho, se hab¨ªan esfumado.
A veces pienso que la cabeza, eso que llamamos inteligencia, tiene la misma forma que aquellos ¨¢tomos que estudi¨¢bamos en el instituto, y que as¨ª como unas ideas las m¨¢s s¨®lidas forman un n¨²cleo estable, otras se quedan dando vueltas alrededor, sin salirse de la cabeza pero sin pasar del todo a la conciencia. Algo as¨ª me sucedi¨® a m¨ª con el asunto de las revistas. No lo pas¨¦ por alto, pero tampoco me lo tom¨¦ en serio, y si no se lo hubiera comentado a mi t¨ªo, como de paso; en una de nuestras conversaciones telef¨®nicas, quiz¨¢ no habr¨ªamos podido meter a ese tipo en la c¨¢rcel. Pero, afortunadamente, se lo coment¨¦. "?Ahora caer¨¢!", exclam¨® mi t¨ªo desde el otro lado del hilo despu¨¦s de haber permanecido en silencio durante un buen rato. "Est¨¢s seguro de que lo vamos a pillarle t¨ªo?", le pregunt¨¦, ya que todav¨ªa no comprend¨ªa muy bien sus planes. "El movimiento del agua ha tra¨ªdo el corcho hasta la roca donde nos encontramos", me respondi¨® de muy buen humor. Luego me pidi¨® que fuera a ver al teniente que estaba conmigo en el caso.
El s¨¢bado siguiente, cuando el sospechoso cogi¨® su bolsa y se dispuso a salir, le ped¨ª que hiciera el favor de esperar un poco. "D¨¦jame mirar dentro, si no te importo", le dije, quit¨¢ndole la bolsa y echando un vistazo a su interior. All¨ª estaban dobladas con mucho cuidado las dos revistas pornogr¨¢ficas que yo hab¨ªa llevado aquella semana a la habitaci¨®n. "?Ad¨®nde te llevas mis revistas, Fernando?", le pregunt¨¦ con el ce?o fruncido como si estuviera muy enfadado. ", "?Y ad¨®nde las has estado llevando hasta ahora?".
Fue la primera vez que le vi perder las caracter¨ªsticas del corcho Y volverse una persona de carne Y hueso. Se puso a hacer muecas y se esforz¨® en sonre¨ªr. "Perdona que no te lo haya comentado, pero cre¨ªa que ya las hab¨ªas mirado". Yo insist¨ª: "Pero ?por qu¨¦ las llevas fuera? ?Por qu¨¦ no las miras aqu¨ª?". Como el jugador que ha de poner una carta sobre la mesa, vacil¨® antes de responder, pero por fortuna eligi¨® la respuesta que necesit¨¢bamos. "Tengo un amigo en el hospital militar y siempre que voy a visitarle le llevo alguna revista para que se anime". Era imposible. Si me hubiera dicho que se las guardaba para el o que las quer¨ªa para sus putillas, quiz¨¢ se lo habr¨ªa cre¨ªdo, pero aquello de que tenla un amigo, era un disparate. El no tenla amigos, ni en el cuartel ni fuera. Hasta dudaba de que tuviera familia pues nunca escrib¨ªa ni recib¨ªa cartas.
Unos d¨ªas mas tarde, el teniente de la polic¨ªa militar y Yo nos presentamos en el campamento donde los reclutas hacen
la instrucci¨®n, y fuimos conducidos hasta el calabozo donde estaba un recluta llamado Zanguitu. Seg¨²n todos los indicios
era a sus bolsillos adonde iban a parar mis revistas pornogr¨¢ficas. "?No nos hemos visto antes? No v¨ªajamos en el mismo compartimento el verano pasado, le pregunte en cuanto lo tuve delante, en parte porque era verdad, y en parte porque queria ganarme su confianza. Sin embargo, Zanguitu era un campesino de los pies a la cabeza, un hombre tremendamente desconfiado, y mi actitud cordial no tuvo respuesta. No nos quedo otro remedio que llamar al maestro que le estaba ense?ando a leer escribir, un tal Mendoza. "Habla con toda tranquilidad", le dijjo Mendoza
al campesino cuando se reuni¨® con nosotros, y entonces Zanguitu bajando la guardia como un ni?o, nos cont¨® la verdad, que las visitas de Fernando nada ten¨ªan que ver con la pornograf¨ªa, que s¨®lo ven¨ªa para intentar hacer un trato con ¨¦l. "Me pide doscientas mil pesetas a cambio del nombre de la persona que meti¨® la propaganda en mi taquilla", nos dijo.
"?Qu¨¦ es eso de la propaganda?", le preguntamos. Entonces ¨¦l se puso de morros, y tuvo que ser el maestro quien nos explicara lo que hab¨ªa sucedido. "Zanguitu est¨¢ pagando por un delito que no ha cometido", declar¨® despu¨¦s de habernos contado el caso. En ese momento el teniente tom¨® una decisi¨®n. "Escucha lo que te voy a decir, Zanguitu. Para nosotros no es mucho dinero. La pr¨®xima vez que venga dile que s¨ª. Y no te preocupes,
no tendr¨¢s que poner nada de tu bolsillo".
En el primer momento no lo entend¨ª bien, pero cuando en el camino de vuelta el teniente me lo explic¨® me pareci¨® que estaba clar¨ªsimo. La clave estaba en el dinero, como pasa siempre. " quiz¨¢ me equivoque, pero creo que ya s¨¦ de d¨®nde
saca el dinero nuestro sospechoso. Lo saca del chantaje", me dijo el teniente. "Pero, ?a qui¨¦n chantajea?", pregunt¨¦. "Pues al que le hizo la putada a ese Zanguitu por ejemplo, al que andaba con propaganda clandestina. "O me pagas o te denuncia a la polic¨ªa militar, eso es lo que le dir¨¢". Se lo contamos por tel¨¦fono a mi t¨ªo, Y se puso bastante nervioso. "Ten¨¦is que encontrar al de la propaganda cuanto antes", nos orden¨®. "As¨ª podremos meter a ese violador en la c¨¢rcel. Aunque s¨®lo sea por extorsi¨®n".
En la escuela de polic¨ªa los profesores nos han hablado de la funci¨®n important¨ªsima que en muchas investigaciones desempe?an los mirlos blancos, es decir, las personas que sin tener una relaci¨®n directa con el problema prestan una ayuda decisiva. En nuestro casa el mirlo blanco fue Mendoza, el maestro del campamento. A los pocos d¨ªas de la reuni¨®n que mantuvimos con Zanguitu, vino a informarnos de que el sujeto responsable del asunto de la propaganda era un soldado destacado en el cuartel de Boadilla. "Se llama Ra¨²l, Y est¨¢ a cargo de la radio del cuartel", nos diJjo con gran seriedad. Nos quedamos con la boca abierta, felices por lo que acab¨¢bamos de escuchar. Aquello nos evitaba un buen rodeo. Ya no necesit¨¢bamos a Zanguitu.
Fuimos inmediatamente al cuartel de Boadilla, Y en lo que a m¨ª respecta, cuando Ra¨²l se sent¨® delante de nosotros tuve la extra?a impresi¨®n de que continuado trabuc¨¢ndose una otra vez. En resumen, confes¨® lo que nos figur¨¢bamos, o sea, que el sospechoso le ped¨ªa dinero. "?Y qu¨¦ ha pasado ¨²ltimamente?". "Nada", se defendi¨® el gordo con terquedad. "No perdamos el tiempo, por favor", se impacient¨® mi t¨ªo. "Mira, Ra¨²l", a?adi¨®, "si me cuentas algo interesante hablar¨¦ con los mandos de la polic¨ªa militar y puede que no tomen en cuenta las tonter¨ªas que has hecho. As¨ª que di la verdad".
"? Puedo ir hasta mi taquilla? Quiero ense?arles algo", dijo el gordo con una pizca de soberbia. Poco a poco iba adoptando la misma personalidad que mostr¨® en el tren. Le dijeron que s¨ª, y volvi¨® con un sobre en la mano. "Fernando le envi¨® una carta a mi madre. Por eso deje de tratar con ¨¦l. Le dije que hiciera lo que le diera la gana, que a m¨ª me daba igual".
Mi t¨ªo sac¨® dos hojas del sobre cada una de ellas escrita con distinta letra. "?qu¨¦ opinas t¨²?", le pregunt¨® luego al gordo. "?Crees que es verdad que no ha visto a tu madre desde que tenia catorce a?os?". El gordo asinti¨® con la cabeza. "Desde que se fue del barrio, no ha vuelto. Que yo sepa".
"Muy bien. Ya te informaremos. Y tambi¨¦n te devolver¨¦ las cartas, pero cuando las estudiemos", le dijo mi t¨ªo al gordo indic¨¢ndole que se retirara.
"?Qu¨¦ dicen las cartas?", pregunt¨® el teniente de la polic¨ªa militar. Se mor¨ªa de ganas por saberlo. Y Yo tambi¨¦n. "Esta de aqu¨ª es una proposi ci¨®n pornogr¨¢fica dirigida por Fernando a la madre de Ra¨²l. En cuanto a la otra, es una breve nota que escribe la madre a su hijo. Pidiendo explicaciones, claro est¨¢".
El teniente y yo nos quedamos en silencio. Mi t¨ªo volvi¨® a tomar la palabra.
"Seg¨²n parece, la madre de Ra¨²l fue el primer amor de nuestro sospe choso, la primera mujer a la que dese¨® sexual mente. Parece ser que ahora pretende satisfacer ese deseo". El t¨ªo inclin¨®
la cabeza sobre la carta y nos ley¨® las palabras textuales: "Una vez nos encontramos al lado del r¨ªo, ? te acuerdas? yo acababa de pescar una trucha, y de pronto apareciste t¨² con un vestido amarillo. ?Sabes? Despu¨¦s de que te fueras me tumb¨¦ en la hierba y me masturb¨¦. Ahora me gus tar¨ªa tener una cita contigo all¨ª mismo, en aquel lugar sagrado para m¨ª. S¨®lo para charlar, para
contarnos c¨®mo nos ha ido la vida desde que nos separamos hace siete a?os, cuando yo s¨®lo ten¨ªa catorce. S¨¦ que mi proposici¨®n te extra?ar¨¢, pero debes aceptarla. Est¨¢ en juego la libertad de Ra¨²l. Si eres mala conmigo yo tambi¨¦n ser¨¦ malo con ¨¦l, y dejar¨¦ que
le metan a la c¨¢rcel sin hacer nada para evitarlo. No te dir¨¦ lo que hizo, pero debes saber que si cierta noticia l¨ªega a o¨ªdos de la polic¨ªa militar le pueden caer cuatro a?os".
"Es incre¨ªble", exclam¨® el teniente de la polic¨ªa militar. "Ya no hay duda", afirm¨® mi t¨ªo. "Este tal Fernando es el violador de las piscinas. Le gusta tir¨¢rselas sobre la hierba. Pero esta vez ha metido la pata".
"?En qu¨¦ est¨¢ pensando?", le pregunt¨® el teniente de la polic¨ªa militar. "Averiguaremos qu¨¦ aspecto tiene la madre de ese chico y buscaremos a una mujer polic¨ªa que pueda sustituirla. Luego, presionaremos un poco al gordo y con la colaboraci¨®n de su madre acudiremos a esa cita en el r¨ªo. O yo soy tonto, o pillaremos al violador en plena acci¨®n". Dichas esas palabras, se levant¨® de la mesa. Tambi¨¦n esta vez parec¨ªa tener prisa. "S¨ª, yo creo que s¨ª. Conseguiremos sacar el corcho del r¨ªo", concluy¨®, mir¨¢ndome a m¨ª.
"Me gustar¨ªa participar en la operaci¨®n, t¨ªo", le dije. "Ya veremos qu¨¦ notas sacas en la escuela de polic¨ªa", me respondi¨® ¨¦l. Me promet¨ª que no le fallar¨ªa a mi t¨ªo, Y que me ganar¨ªa el derecho a presenciar la actuaci¨®n de la mujer vestida de amarillo. Y en esas estoy, a la espera de los calores de agosto.
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