La 'grandeur' se desmorona en ?frica
Francia cede su papel hegem¨®nico a Estados Unidos tras el final de la guerra fr¨ªa
Francia no sabe qu¨¦ hacer con su ?frica. La descolonizaci¨®n comenz¨® hace medio siglo, pero Par¨ªs no ha sido capaz ni de irse ni de quedarse. Argelia, Ruanda y lo que hasta hace unos meses se llam¨® Zaire son s¨®lo tres muestras del horror engendrado por una vieja relaci¨®n de amor y odio que, desde De Gaulle a Mitterrand, pasando por Giscard, ha obsesionado a los sucesivos presidentes franceses. Jacques Chirac y Lionel Jospin, un presidente gaullista y un jefe de Gobierno socialista, cargan ahora con una herencia envenenada de asumir la ruptura.
En la II Guerra Mundial, el ?frica francesa tuvo mucho protagonismo: las fuerzas de la Francia Libre del general Charles de Gaulle eran, al menos en la primera fase, mayoritariamente negras, y la propia capital de la Francia gaullista se instal¨®, en 1940, en Brazzaville. Para Francia, el colonialismo no era tanto un instrumento comercial al estilo brit¨¢nico como un instrumento pol¨ªtico y cultural. A los ni?os cameruneses se les hablaba en la escuela de sus "antepasados, los galos". La ruptura iba a ser dif¨ªcil.
La guerra fr¨ªa dej¨® a Francia el campo libre en su ?frica. Washington deleg¨® t¨¢citamente en Par¨ªs la misi¨®n de cerrar el paso al comunismo, y los Gobiernos de la IV Rep¨²blica hicieron un uso discrecional de esa autonom¨ªa. El m¨¢s destacado ministro de ?frica fue Fran?ois Mitterrand: "Mi paso [por ese ministerio] fue la experiencia principal de mi vida pol¨ªtica y marc¨® mi evoluci¨®n posterior", dijo el futuro presidente en 1953. El mismo Mitterrand afirm¨®: "Sin ?frica, no habr¨¢ historia de Francia en el siglo XXI".
Los h¨¦roes de la independencia, como el gabon¨¦s L¨¦on Mba (que mantuvo La Marsellesa como himno nacional), el senegal¨¦s Leopold Senghor (que vive en Francia desde su retirada) o el costamarfile?o F¨¦lix Houphouet-Boigny (que fue varias veces ministro del Gobierno franc¨¦s), eran ex diputados de la Asamblea Nacional y mantuvieron siempre un pie en Par¨ªs. Cuando en 1958 pap¨¢ De Gaulle volvi¨® al poder (a causa de una especial¨ªsima crisis africana, la guerra de independencia de Argelia y el golpe de Estado de los generales en la colonia), decidi¨® mantener ?frica al margen de los vaivenes diplom¨¢ticos.
Durante los 11 a?os gaullistas (1958-1969), el general y el llamado Monsieur Afrique, Jacques Foccart, se ocuparon de todo. A trav¨¦s de una moneda com¨²n para el grueso del ?frica franc¨®fona, el franco CFA (Comunidad Financiera Africana); de una empresa com¨²n para los asuntos petroleros, Elf; de una red de contactos personales heredada de los tiempos del ?frica Libre y la Resistencia; de un sistema de sobornos indisimulados, y de una serie de acuerdos de protecci¨®n militar secretos o confidenciales, el El¨ªseo mantuvo vivo el esp¨ªritu del viejo imperio. Con la bomba at¨®mica y los votos de los africanos en la ONU, Francia convenci¨® al mundo de que era una potencia.
Tras el quinquenio de Georges Pompidou, durante el que el imperio franc¨®fono creci¨® con la integraci¨®n de una antigua colonia belga, Zaire, y de su implacable dictador, Mobutu Sese Seko, Val¨¦ry Giscard d'Estaing despidi¨® a Foccart y trat¨® de asumir personalmente la gesti¨®n africana. La grotesca coronaci¨®n del sargento Bokassa como emperador centroafricano, sufragada por Par¨ªs, y el esc¨¢ndalo de los diamantes regalados por el propio Bokassa a su protector, contribuyeron a que en 1981 Giscard fuera derrotado por Mitterrand.
La inc¨®gnita de Mitterrand
Muchos creyeron que el nuevo presidente socialista iba a acabar por fin con el colonialismo encubierto. El nuevo ministro de la Cooperaci¨®n, Jean-Pierre Cot, tard¨® apenas unos meses en desenga?arse: "Mitterrand tiene una visi¨®n literaria de Latinoam¨¦rica, y colonial de ?frica", dijo. Cot fue despedido y Mitterrand asumi¨® personalmente, como sus antecesores, la pol¨ªtica africana. Para ello cre¨® un grupo de trabajo en el El¨ªseo, dirigido por su hijo, el periodista Jean-Christophe Mitterrand, r¨¢pidamente conocido en todo el continente negro por el sobrenombre de Papamadit (Pap¨¢ me ha dicho). La protecci¨®n a los dictadores, la corrupci¨®n y el nepotismo se mantuvieron sin cambios. La oposici¨®n a Mitterrand no se planteaba alternativas: "No se puede juzgar la democracia de un pa¨ªs por el hecho de que exista o no un sistema multipartidista", declar¨® en 1990 Jacques Chirac para rechazar las cr¨ªticas al r¨¦gimen de Costa de Marfil, que, al igual que el de Gab¨®n, financiaba con generosas aportaciones el partido neogaullista de Chirac.El fin de la guerra fr¨ªa pill¨® por sorpresa a Mitterrand. Trat¨® de reaccionar en el ¨¢mbito europeo, pero en el africano se mantuvo aferrado a sus convicciones coloniales. Par¨ªs no comprendi¨® el significado de la liberaci¨®n de Nelson Mandela (1990), que marc¨® el cambio de era en el continente negro. En ese mismo a?o, 1990, la ceguera de Mitterrand permiti¨® que empezara a fraguarse una inmensa tragedia. Las fuerzas tutsis del Frente Patri¨®tico Ruand¨¦s (FPR) iniciaron desde sus bases ugandesas su hostigamiento al r¨¦gimen hutu de Kigali, y Tonton s¨®lo quiso ver un aspecto del problema: los tutsis eran -a causa de su exilio- angl¨®fonos, y los hutus eran franc¨®fonos. Mitterrand se volc¨® en favor del r¨¦gimen hutu, y sigui¨® haci¨¦ndolo hasta 1994, en pleno genocidio. Es m¨¢s, el presidente socialista se neg¨® a aceptar que el exterminio sistem¨¢tico de cientos de miles de tutsis constituyera un genocidio. Gracias a la Operaci¨®n Turquesa, Francia disfraz¨® de humanitarismo la evacuaci¨®n hacia Zaire de sus aliados y de sus tropas.
La crisis ruandesa coincidi¨® con una crisis monetaria. Francia, cada vez m¨¢s endeudada, no pod¨ªa seguir cubriendo los d¨¦ficit de sus principales peones africanos, y el primer ministro ?douard Balladur tom¨®, oponi¨¦ndose a un Mitterrand muy debilitado por el c¨¢ncer, una decisi¨®n pragm¨¢tica. En 1994, el franco CFA fue devaluado en un 50%. La irrupci¨®n de la realidad en el mundo cerrado de las relaciones franco-africanas constituy¨® un choque dur¨ªsimo.
Mientras Par¨ªs se dejaba ganar por la paranoia, sufr¨ªa por la comprensible hostilidad hacia Francia del nuevo r¨¦gimen ruand¨¦s, y denunciaba el "avance de Estados Unidos" en el coraz¨®n de ?frica, empez¨® a fraguarse una nueva tragedia, la de Zaire. El avance de los soldados ruandeses y de los rebeldes de Kabila hacia Kinshasa, acompa?ado por matanzas sistem¨¢ticas de refugiados hutus, demostr¨® que la pol¨ªtica africana de Francia segu¨ªa anclada en otro tiempo. En marzo, el ministro de Exteriores, Herv¨¦ de Charette, declar¨® que el presidente zaire?o, Mobutu Sese Seko, era "imprescindible" para resolver la crisis. Unas semanas m¨¢s tarde, Mobutu desapareci¨® de escena.
Desde entonces, se tambalean los ¨²ltimos bastiones del imperio. Un pa¨ªs tan franc¨®filo como Mal¨ª ha visto c¨®mo sus emigrantes eran apaleados y devueltos al pa¨ªs esposados como delincuentes. Las bases francesas en la Rep¨²blica Centroafricana son desmanteladas y se abre la posibilidad de que Bangui se aleje de Par¨ªs.
Aunque Francia promete que sus fuerzas aerotransportadas ser¨¢n capaces de cumplir todos los compromisos de protecci¨®n militar, parece claro que no asumir¨¢n ya la que fue principal tarea de los legionarios en bases africanas: defender reg¨ªmenes frente a sus propios ciudadanos. Camer¨²n, que fue pa¨ªs fidel¨ªsimo, empieza a distanciarse. Termina una ¨¦poca. Y el d¨²o Chirac-Jospin, absorbido por el euro, no consigue de momento dise?ar una estrategia africana para el siglo XXI. Ese siglo en el que, seg¨²n Mitterrand, sin ?frica no habr¨ªa Francia.
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